“(…) para ser verdadero revolucionario había que empezar por tener una moralidad acrisolada”. Abel Santamaría


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“Dirigidos por Fidel, funcionaba un pequeño estado mayor, compuesto por Abel Santamaría, que era nuestro segundo jefe; José Luis Tasende, Renato Guitart, Antonio López Fernández (Nico, quien murió en el desembarco del yate Granma tres años después), Pedro Miret y Jesús Montané. Entre ellos eran distribuidas las tareas principales. Cada cual desarrollaba sus planes y exclusivamente conocía su tarea. Los demás hombres se agrupaban en células que venían a ser algo así como una escuadra de siete hombres, después en grupos que comprendían varias escuadras, y así sucesivamente”.

Lo anterior es un fragmento del discurso pronunciado por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, con motivo del VIII Aniversario del 26 de Julio. Intervención trascendental en la que Raúl puntualiza en la realización de los planes con vistas a los asaltos de los cuarteles de Moncada y de Bayamo, en medio de las estrecheces económicas de la gran mayoría de los participantes en dicha gesta y de la vigilancia gubernamental, “que si es cierto que para esa fecha no había adquirido la forma brutal e implacable de persecución sangrienta de los años próximos, no es menos cierto que era necesario conservar todas las reglas y adoptar las mayores medidas de seguridad, propias de una lucha clandestina”.

Acerca de esa “forma brutal e implacable” se han escrito y se continúan escribiendo infinidad de páginas, devenidas de miles de testimonios, que atestiguan el carácter déspota e inhumano de las hombres-hordas que conformaban el ejército, la policía y el servicio secreto de la tiranía batistiana.

Asimismo, hay que destacar que el minuto histórico imponía métodos de lucha distintos, con nuevos procedimientos acorde con la situación imperante en el país. Hablamos de una Cuba pseudo republicana atada a los valores, principios y mandato, desde principios del siglo XX, al vecino del Norte. Una república a medias conformada por la vieja estructura de los partidos tradicionales e incompatible con las necesidades de un movimiento revolucionario que se proponía sacudir las entrañas mismas de esa estructura social, política y económica de la nación.

Al respecto, hoy más que nunca cabe recordar a una de las figuras más relevantes de aquellos hechos heroicos: Abel Santamaría Cuadrado (20 de octubre de 1927-26 de Julio de 1953) segundo jefe de la epopeya heroica del 26 de Julio, y quien fuese brutalmente torturado y asesinado por los sicarios del régimen de Fulgencio Batista.

Un testimonio poco conocido del comandante Jesús Montané Oropesa (ya desaparecido), titulado El estilo de trabajo de los combatientes del Moncada y de Bayamo (1), donde acerca de Abel Santamaría relata:

“(…) La figura de Abel ejerciendo una crítica fuerte sobre nuestros errores aún nos pone rubor en las mejillas. Abel era generoso, humano, pero intolerable ante la chapucería en el trabajo o la irresponsabilidad. Nos decía: “Mira, Cano, com cariñosamente nos llamaba, tienes que poner mayor interés en el trabajo revolucionario. A la patria hay que servirla plenamente y no a medias. Nuestra responsabilidad con el pueblo, con la posteridad, es muy grande y tú no puedes quedarte rezagado en cada lucha que emprendemos. Tienes que ser de los primeros porque juntos hemos iniciado esta tarea y juntos también hemos de terminarla”.

En otro testimonio, también de su autoría, (2) el comandante Montané Oropesa rememora también la firmeza de Fidel y de Abel ante problemas como la ingestión de bebidas alcohólicas por parte de algunos de los miembros que recién comenzaban a formar parte de un grupo revolucionario con antelación a los preparativos del asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo:

“(…) En una ocasión Fidel tuvo que llamar a contar a un miembro de nuestra organización quien comenzaba a hacerse adicto a las bebidas alcohólicas. Ese compañero fue separado provisionalmente de la organización como castigo y se le señaló que hasta que no abandonara ese despreciable hábito no sería reingresado (…) La vida de aquellos revolucionarios estaba presidida por la austeridad y la moralidad más absolutas. Abel siempre nos decía que para ser verdadero revolucionario había que empezar por tener una moralidad acrisolada. Y era aún más severo cuando se dirigía a nuestros compañeros. Les decía: “Con los prejuicios que aún quedan en muchas gentes la mujer revolucionaria debe ser muy exigente con ella misma. Debe mantener la moral más alta que nunca, porque son ustedes las primeras de su gran movimiento revolucionario y por el ejemplo de ustedes las demás mujeres van a determinar la incorporación o no a la lucha armada. Ese era sencillamente el estilo de trabajo de los forjadores de la victoria moral que representó el Asalto a los cuarteles de Moncada y de Bayamo”.

Así se forjó la personalidad de los jóvenes que integraron la Generación del Centenario del Apóstol, continuadores de su pensamiento y acción, e inmensos al enfrentar cualquier adversidad en la lucha:

“Un hombre que actúa con franqueza, piensa audazmente, desdeña los prejuicios de los demás, y obedece fielmente a los dictados de su conciencia, está siempre seguro de ser honrado y respetado en el futuro, fantasmas de los servidores de vulgares prejuicios son olvidados” (3).

 

Notas:

(1) La Revolución cubana. Selección de Lecturas, primera parte (1952-1959). Editorial Félix Varela. La Habana, 2002.

(2) Verde Olivo. Año V. No.30. La Habana, 26 de Julio de 1964.

(3) José Martí. Obras Completas. Periódico The Hour, 10 de febrero de 1880. T. 15, p.320.

 


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