Para no olvidar a Juan Almeida


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La primera vez que nos encontramos personalmente fue a principios de la década de los setenta en su oficina en Santiago de Cuba. El Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque era Delegado del Buró Político en la provincia de Oriente y yo iba acompañado de una arquitecta para informarle los pormenores organizativos de la Feria  Agropecuaria, a efectuarse en el Aserradero. 

Colocamos el plano en el piso y comencé a explicarle el proyecto. Cuando terminé le dije “no es complejo; es fácil de realizar”. El Comandante mirándome fijamente me dijo: “si es fácil por qué no vienes a hacerlo?  Para ustedes los habaneros todo es fácil, vienen con la mochila en las espaldas y se van enseguida”. Mi respuesta no se hizo esperar; creo que fue lo que marcó nuestra futura amistad.

En esa época volvimos a vernos algunas veces. Recuerdo que al regreso de una visita efectuada a mi familia en Guantánamo me preguntó cómo me había ido, le expresé mi preocupación por la situación económica y social de la población. Respondió: “lo primero que tienen que hacer los guantanameros es trabajar. Se la pasan todo el tiempo en el parque”. (No le faltaban razones). Discrepé, le dije que el problema era de otra naturaleza. Finalmente bajó el nivel de la crítica y manifestó su confianza en el pueblo guantanamero.

Un día en ocasión de la Feria del Aserradero no esperábamos su visita y de pronto hizo su aparición. Me explicó que había tenido ciertas dificultades el helicóptero en que viajaba y hubo que efectuar un aterrizar forzoso; comentó que cuando la gente lo vio lo recibieron con mucho entusiasmo como prueba de que la gente lo quería, le dije que de eso nadie albergaba la menor duda. Me preguntó quiénes me acompañaban y que, si podíamos estar solos, le dije que no había problemas. Estaba vestido de civil y con sombrero. Pasamos un buen rato.

POR ALMEIDA SUPE LA DESIGNACIÓN DE EMBAJADOR EN ZAMBIA

Durante una actividad en el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos al verme expresó “qué dice el nuevo embajador”. El comandante René Rodríguez, expedicionario del Granma y entonces presidente del ICAP, lo interpela diciendo: “Juan, él todavía no sabe nada”. Almeida lo mira con una sonrisa y pregunta quién me sustituirá como Director de África del organismo. Fue así que recibí la confirmación de haber sido nombrado embajador en Zambia.

Transcurridos pocos meses de mi acreditación como embajador recibí una información de la cancillería donde me informaban de una próxima visita a Zambia del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, Vicepresidente del Consejo de Estado.  

En los primeros días del mes de diciembre de 1982, llegó a la embajada un coronel encargado de la logística y de los preparativos de la visita. Le propuse que en lugar del alojamiento oficial del gobierno zambiano el comandante se alojara en nuestra residencia para lo cual tomaría todas las medidas pertinentes. Me interesé por su comida y bebida preferidas, así como de otros detalles.

Como era una práctica que había establecido con todos los compañeros cubanos que visitaban el país, todo el colectivo de la Embajada acudió a recibirlo al aeropuerto, no éramos muchos. Un pionero cubano le dio la bienvenida con un ramo de flores. 

LO CONGÉNITO  ES EL CARÁCTER 

Ya instalado en la residencia y en un momento de mutuo compartimiento se interesó por conocer cómo me iba de embajador. Le dije lo de “el negro “y lo del carácter. Le expliqué que uno de los compañeros de le embajada pretendía censurarme en el núcleo del Partido por mi carácter.

- ¿Cómo?!!!¿Pero quieren quitarte tu carácter, no saben que lo congénito en ti es tu carácter, que todo lo demás es adquirido, que si tienes un cargo es adquirido, si tienes un auto es adquirido, si tienes una familia es adquirida, lo único no adquirido es tu carácter? Naciste con él, aunque trates de modificarlo”.

-En lo que respecta a lo de “el negro”, sucedió que una vez conocida la visita del Comandante varios compañeros al comentar sobre la misma se referían a él como el negro. “tal día llega el negro”, “cuando llegue el negro”. Los reuní a todos y les dije: “no más negro, Comandante” ...

-Y como me costó llegar a serlo- me interrumpió. En la granjita Siboney  antes del ataque, a la hora de distribuir las armas me tocó una de mala muerte, miré a Mestre y me hizo una seña para que me conformara; luego vino la distribución de los uniformes, algunos tenían grado militar, el mío no tenía nada. Me acerqué a Melba y a Haydée y les dije que no entendía, Melba me dijo: “¿Ay, Juancito, pero tú no estás viendo lo chiquitico y flaquito que eres?” Me acordé del Sargento “Cinturita” en La Habana que era más flaquito y chiquito que yo.”

A Abraham mi hijo menor le prohibí que jugara en el jardín, me preguntó por qué y le respondí que por la visita del Comandante; volvió a preguntarme si por esa razón él tenía que dejar de jugar, le dije que sí y creo que lo entendió.

Mientras corríamos por el patio de la residencia el Comandante me reprochó por esta actitud mía.

LECCIONES VALIOSAS

En otra ocasión, durante la mencionada visita le comenté la consulta hecha al Ministro sobre un dinero que me había pedido prestado un funcionario de la cancillería del país donde me encontraba y que el ministro me respondió que quien presta pierde el dinero y pierde al amigo. Me lamenté de esta respuesta pues el funcionario me era importante. Almeida me dijo: “la culpa es tuya, hay cosas que no se consultan“.

En ocasión de mi designación como embajador en Nigeria fui a verlo y le comenté estar buscando un Consejero cultural, ya que en ningún país de África contábamos con ese rango. Le dije que el ministro me exigía varias condiciones que debía reunir el compañero que le propusiera. Sonriente me dijo: “no le propongas uno proponle tres”

Cuando la decisión del Congreso del Partido donde se aprobó el asunto de la composición racial le dije que esa era una trampa, ripostó diciéndome que no, que por lo menos se había logrado algo. Se refirió críticamente a la televisión cubana, donde generalmente a las actrices de piel negra la discriminaban en los roles que se les daban a interpretar.

Otra de las tantas lecciones del fiel Comandante fue durante una conversación en que le expresé mi interés en que se revisara el caso de un compañero que había desertado al abandonar el campamento donde se entrenaba en México antes del Granma. Regresó a Cuba después del triunfo de la Revolución y se destacaba por su entrega y dedicación al trabajo, motivo por el cual había resultado elegido vanguardia varias veces y propuesto para integrar las filas del Partido sin lograr el ingreso.

El Comandante fue preciso, conciso y macizo: “Feraudy, la traición no se perdona “.


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