En 1962, en plena crisis de los misiles, no dejó un día sin ir a la Universidad de La Habana.
Recuerdo una de esas noches en la que parecía bastante indignado y molesto, daba largos pasos de un lado a otro y, de pronto, dijo:
-Por ahí anda Mikoyán, está esperando reunirse conmigo. Se refería al Viceprimer Ministro de la URSS. Han perdido la mejor oportunidad que tenían para derrotar al imperialismo. ¡La mejor oportunidad! Los yanquis no hubieran podido con nosotros, nos hubiéramos llevado la ciudad al campo y sembrado con las manos si era necesario. Fidel nos habló de los errores cometidos por Stalin, del pacto llevado a cabo por la URSS con los alemanes, de cómo las tropas hitlerianas habían ocupado Polonia con la panza llena de trigo soviético, de la estrategia que él había concebido en caso de que los yanquis nos hubieran invadido.
Durante estas visitas de Fidel a la Colina pude intercambiar con él en dos ocasiones. La primera fue por un altercado que sostuve con un profesor. Los compañeros ante la presencia de Fidel me incitaban a que yo hablara del asunto. El Comandante, ante tanta insistencia preguntó de qué se trataba. Le dije que era un problema con un profesor. Fidel dijo que él no quería inmiscuirse en los problemas docentes. Los compañeros siguieron insistiendo en que abordara el tema. Fidel, mirándome con su mirada peculiar, me dijo: habla.
“No, Comandante el problema es que hay un profesor que en el aula dijo que, en Cuba el tránsito había sido pacífico, sin violencia, y yo me opuse. --¡¿Cómo?!¡Eso sería negar el Moncada!, ¡sería negar el Granma!, ¡sería negar Girón!, ¡sería negar la lucha contra los bandidos! Y por ahí se explayó el Comandante y nos dio una lección del porqué a la violencia contrarrevolucionaria había que enfrentarla con la violencia revolucionaria.
La ascensión al Pico Turquino fue una bella página del capítulo universitario.
Teniendo en cuenta la actitud de la Escuela fuimos invitados a participar junto a estudiantes de otras facultades a la ascensión al Pico Turquino, encabezada por Fidel, con motivo de la primera graduación de médicos de la revolución.
Marchaba como puntero de la brigada de Humanidades cuando temprano en la mañana topamos con el lugar donde acampaba Fidel acompañado de Celia Sánchez y otros compañeros. Al conocer que allí se encontraba el líder de la Revolución comencé a gritar “¿¡Quien vive!? Y los compañeros respondían ¡Caribe! ¿¡Quién va!? ¡Universidad! ¿¡Qué somos!? ¡Socialistas! ¡¿Qué seremos!? ¡Comunistas! Dame la F, F. dame la i, i dame la d, d. dame la e, e dame la l, l. ¿Qué dice? Fidel, No se oye, Fidel, se repite, ¡Fidel!, ¡Fidel!, ¡Fidel!
Fidel soñoliento, salió de la casa de campaña donde pernoctaba envuelto en un enguatado color carmelita. Primera vez que lo veíamos sin su uniforme completo. Celia a su lado. El viejo Pinelly, que nos acompañaba en la marcha, no cesaba de tirar fotos. Fidel nos preguntó por qué nos habíamos levantado tan temprano, le respondo que deseábamos avanzar. Me pregunta qué estudiábamos. Le digo que somos de Humanidades. Me dice: Sí, ya lo sé, pero dime de qué Escuela. -Ciencias Políticas- le respondo. Ya lo sabía yo, por eso son tan escandalosos.
Después de escuchar su regaño por habernos levantado tan temprano continuamos la marcha.
Yo no sé cuál camino tomó el Comandante, pero lo que nos dejó sorprendidos fue encontrarlo, posteriormente, sentado en el montículo de una loma, esperándonos.
- ¿Tienen dinero? nos preguntó. Porque el asunto es que más adelante se van a encontrar con un kiosco vendiendo helado y hay que pagarlo-
No podíamos imaginar que en medio de aquellas florestas y montañas pudiéramos encontrar semejante cosa.
De repente apareció ante nuestros ojos un kiosco hecho de palos y bejucos con un cartel que decía “Helado Coppelia: 20 centavos”. Otro detalle fue al arribar al Pico Turquino encontrarnos con un despliegue de equipos de peluquería para atender a las compañeras.
En otra de esas frecuentes visitas de Fidel a la Plaza Cadenas lo recuerdo dando zancadas y preguntando por Chomi; era la época de la fiebre del café. A los pocos instantes; vestido de traje y de cuello y corbata, circunspecto como siempre, hizo acto de presencia el doctor José M. Millar, Rector por aquel entonces.
Chomi ¿Quién hizo esta salvajada? Se refería a unas plantas de café que se habían sembrado. El Rector, respetado y respetable, no sabía qué decir ni que hacer.
- Comandante: nosotros le dimos la tarea a mantenimiento…
- ¡Mantenimiento! Pero si esa era una tarea a realizar por estudiantes, algo simbólico, algo hermoso sin necesidad de arrancar los árboles que aquí estaban. Ese es el problema que a veces una gran idea se echa a perder por no saber aplicarla, y por ahí dijo mil cosas más. El asunto es que él había sugerido la siembra de algunas matas de café en el recinto universitario y para ello habían demolido viejos e históricos árboles.
El semblante del querido rector traslucía las líneas de vergüenza herida que aquellas palabras le producían. Fidel, percatándose de la situación le echó un brazo por arriba y mientras caminaban, ahora con pasos más lentos, solicitó a uno de sus ayudantes dos tabacos, uno para él y otro para Chomi.
- ¡Comandante, usted sabe que yo no fumo! Dijo, serio, el Rector.
En otra ocasión llegan los Oldsmobiles y los estudiantes rodeamos a Fidel. Como siempre pregunta cómo estamos. Una compañera le aborda un tema, no recuerdo de qué se trataba, lo que sí recuerdo es algunas de las palabras del Comandante, quien entre otras cosas dijo: “Bueno a mí a veces me llegan quejas de que si el vice ministro tal o el jefe tal tiene relaciones con su secretaria. Pero qué ocurre. Ustedes saben que nuestros compañeros se pasan horas y horas trabajando, a veces hasta doce o dieciséis horas. Pasan más tiempo en sus oficinas que en su casa. La secretaria es quien lo atiende todo el tiempo, es la que le recuerda las cosas, le da la merienda, la pastilla si tiene un dolor de cabeza. Esto quiere decir que entonces se produce una relación muy estrecha, muy íntima, un grado de gran afinidad…”
Una profesora chilena que impartía filosofía interrumpe al Comandante y le dice: Entonces usted justifica la infidelidad. Fidel respondió: yo no la justifico, yo la explico.
La última vez que lo vi personalmente, y de la cual conservo con orgullo una foto, fue durante una visita que hizo a Cuba Marcelino Dos Santos. Durante aquel encuentro en su despacho y en presencia de Ricardo Alarcón pude constatar una vez más una de las mayores virtudes de nuestro Comandante en Jefe, su profunda sensibilidad humana y solidaria.
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