Para no jugar a la (re) escritura, sino hacer poesía


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Pablo Armando Fernández

Poco hay que agregar a La mano del tiempo, en el que Pablo Armando Fernández, a la forma de los años que ya posee, hace del testimonio poético una verdadera balsa en donde Maruja, su esposa querida, vive eternamente en Gibara. 

No se trata de una lacería de retruécanos y vocablos, sino historia pura deviene este libro, en la máxima circunstancia de devolvernos todo el mundo en una pequeñez de primer tomo. 

Devorador en el Hudson, el feliz hombre de Tunas tiene en su mente las imágenes menos fijas de una móvil estructura de grandes escritores a los que conoció. De ahí que especulemos: la formación de Pablo está en esos tiros circulares que, a lo borgiano, le devolvieran una impronta segura al testimonio poético. 

Si José Antonio Portuondo era el hombre de las anécdotas, ya Pablo tiene que convencer con un estilo venido de las alturas, de la cima misma del Turquino, que es parte de su región natural. 

La mano del tiempo tiene las condiciones y requisitos para ser un lauro del Archivo de Tunas; puesto que, pueblo pequeño, escritor grande. Este libro de Pablo Armando es particularmente superior a muchos que parecen testimonios, pero carecen de la alta poética “pabliana”. 

Ya estando en Cuba puede recordar a Tony Richardson; lo hace también dentro de la historia que cuenta, poesía. Richardson es alguien que siendo un joven cineasta, revolucionó el arte británico. Y Pablo lo enlaza con prominentes escritores, como Carson Mac Cullers y el sinnúmero de personalidades que pasaron por su vida. 

La estructura del libro, además de ser amena, tiene la facilidad de que se puede comenzar a leer desde cualquier página. La lingüística puede contar con una nueva versión del testimonio en Cuba y lo que esencialmente lo particulariza es el numen poético. 

Él, tranquilo, puede pensar que su vida no ha sido búcaro inútil sin una flor.

 


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