Para José
Está sola y se resiste a morir, casi 20 días después del paso del Huracán Matthew. Los vientos arrancaron la palma de raíz y la sembraron mar adentro, a 300 metros de la playa de Duaba, lugar que vio desembarcar a Antonio Maceo el 1 de abril de 1895.
Contra el sentido común, contra lo que se espera de un árbol solitario en el medio de la nada, esta palmita da ganas de abrazarla, de decirle que ella es fuerte, que no haga caso a las olas. Me cuenta Ismael Francisco, que tomó la fotografía desde uno de los helicópteros de la Defensa Civil -Baracoa está justo al Oeste, a solo 5 kilómetros-, que los pilotos la divisaron el día después del paso de Matthew y desde entonces hacen el recorrido por aquí, solo para verla. Por solidaridad, por simpatía, porque ella es en cierto modo la metáfora de una Isla.
Desnuda de todo aquello que no le es esencial, esta palma real expresa ideas inmutables con el lenguaje de las emociones. Resiste, tú puedes, no estás desamparada. Y ella parece entenderlo cuando Ismael aprieta el obturador y caen las ráfagas desde la altura. Si se fijan en la secuencia, mueve las hojas, saluda. Como el día está claro, se aprecia perfectamente el penacho verde intentando mantenerse firme, algo que el observador impresionable no puede dejar de asociar con el poema de Nicolás Guillén: “Con su largo cuerpo fijo,/ palma sola; /sola en el patio sellado,/ siempre sola,/ guardián del atardecer,/ sueña sola.”
¿Qué será de ella ahora? ¿Adónde irá a parar cuando sus raíces ya no puedan agarrarse de las piedras del fondo? ¿Seguirá resistiendo a las olas o el mar la habrá doblegado y lanzado a la orilla, “suelta de raíz y tierra, palma sola”? No sé, pero si hemos leído bien en la imagen que captó Ismael Francisco, si hemos sentido lo que deberíamos al contemplar su foto, ¿cómo seguir de paso sin recordarla?
Palma en la Playa de Duaba. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
Palma en la Playa de Duaba. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
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