Estimados miembros de la dirección del Instituto Cubano del Libro y de su Centro Dulce María Loynaz, miembros del jurado del Premio Nacional de la Crítica Científico-Técnica, autores premiados, profesionales del universo editorial cubano, invitados:
Cada nueva edición del Premio Nacional de la Crítica despierta expectativas diversas, sorpresas, polémicas sustentadas en los más disímiles criterios valorativos del gremio de escritores, editores, especialistas y público lector interesado. Y es que, aún con mucho camino por andar en cuanto a posicionamiento dentro del sistema de premiaciones del trabajo editorial e intelectual cubanos, el Premio Nacional de la Crítica ha conseguido convertirse en uno de los lauros más acreditados y codiciados del libro en la Isla. Debo destacar que la aspiración al galardón no la motiva un interés monetario, dada la escualidez rocinantesca de la dote, del todo desequilibrada frente a la envergadura de la distinción, sino lo que es menos volátil que la moneda dura, el prestigio que otorga a los premiados.
Para los autores, es evidencia del reconocimiento, por notables figuras del quehacer intelectual y científico cubano que integran los jurados, de lo necesario y conveniente del esfuerzo investigativo, imaginal y de escritura; de lo meritorio de los muchos sueños acumulados y los empeños por aportar realmente al ocio sano y al conocimiento que enaltece, así como al disfrute de este; de la valía de las apuestas por una obra, otro vástago que se echa al mundo con la esperanza de que encuentre el sentido cabal de su existencia en las accidentadas y nutridas rutas de la lectura inteligente y fertilizadora.
Suele pensarse el premio en función del autor identificado como tal, dueño de la propiedad intelectual del texto laureado. Esto, sin dudas tiene toda pertinencia posible, porque la autoría pareciera sostenerse sobre bases suficientemente profundas e inamovibles, pero es una categoría que todavía es preciso defender y validar más, ante los embates de un mercado y, en general, de un contexto internacional a veces hostil, del que Cuba no escapa completamente, que intenta desconocerla o rebaja la legítima paternidad a condición de mero semental.
Pero el Premio Nacional de la Crítica va más allá: el certamen considera, y hace relevante, si bien aún de manera tenue, el papel de ese otro actor decisivo en el resultado final del texto que es el editor y su equipo de trabajo, que es el sello editorial licitador, ese eslabón último de la cadena de realización de la obra, que consigue la fisonomía y los atributos únicos que le conocen los lectores. Ojalá la azarosa coincidencia de autor y editor, que facilitó la elección para dirigirme a ustedes en nombre de los premiados, se convierta en modo de operar habitual, y cada año, en ocasión similar, se escuche la voz no solo de algún autor galardonado sino también la uno de los editores igualmente laureados.
Para ambos, autor y editor, el Premio Nacional de la Crítica corona el éxito de la labor mancomunada en aras de la calidad final del producto cultural entregado a la sociedad. Solo excedida por el favor del lector potencial de los textos, es compensación por una obra de amor conjunto que, como toda relación intensa, tiende a pasar por momentos de tensiones y desencuentros, que la unidad de objetivos, la cordura y la fe en la nobleza del fin consiguen superar.
En particular, este Premio de la Crítica Científico-Técnica otorgado en Día de la Cultura Cubana viene a subrayar varios elementos: que la cultura es mucho más que el ya muy importante corpus artístico-literario y su compleja trama articula el caudal de ideas, de saberes que nos definen como comunidad y nos glorifican; que se espera mucho de la investigación científica y del pensamiento social cubanos y de su divulgación y puesta en valor. El país requiere como nunca antes que los resultados de las ciencias básicas y aplicadas conserven, si no superen, su oportunidad y eficacia habituales y tributen a la solución de los problemas nuestros y del conocimiento en general. De las ciencias sociales, por su parte, se espera alineación con las urgencias de la sociedad. Se necesita de una producción de nuevo saber que actualice nociones, que se arriesgue, que se convierta en provocación para el diálogo, la polémica enriquecedora. En fin, es preciso que todos entendamos la utilidad de la virtud de nuestro trabajo, y ello supone desterrar el libro aquiescente y genuflexivo ante el statu quo, inútil en su cíclica redundancia; ello supone una cruzada social en pos del pensamiento de vanguardia, verdaderamente comprometido con el tiempo y nuestras circunstancias, con la vocación humanista y descolonizadora que sembraron en las entrañas de la nación nuestros ideadores, teniendo presente, como dejó dicho José Martí, que:
Una lectura no sujeta, antes distrae la atención: la naturaleza humana y sobre todo, las naturalezas americanas, necesitan de que lo que se presente a su razón tenga algún carácter imaginativo; gustan de una locución vivaz y accidentada; han menester que cierta forma brillante envuelva lo que es en su esencia árido y grave. No es que las inteligencias americanas rechacen la profundidad; es que necesitan ir por un camino brillante hacia ella. («Escenas mexicanas», Revista Universal, México, 18 de junio de 1875; Obras completas, t. 6, p. 235.)
En nombre de los autores y los equipos editoriales que hemos sido premiados hoy, agradezco el trabajo del jurado, la fortuna de haber sido elegidos seguramente entre otros libros que igualmente merecían este reconocimiento; al Instituto Cubano del Libro por la persistencia con que defiende y piensa este premio; a los colaboradores anónimos que todo gran libro tiene detrás; a los familiares y amigos que soportan con paciencia y aliento las horas entregadas al trabajo.
Que la inteligencia, la constancia y la ambición ennoblecedora nos asistan permanentemente y consigamos seguir andando por los brillantes caminos de la profundidad del pensar.
Muchas gracias.
20 de octubre de 2015
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