Honorable Durval de Noroña Goyos Junior, presidente de la Unión Brasileña de Escritores:
Cuántos caminos entrecruzados, cuántas historias compartidas, cuánta poesía de parte y parte nos unen en este acto. Brasil y Cuba, Cuba y Brasil a una voz se juntan y fortalecen. Quiero subrayarlo no solo en mi nombre, sino en el de todos los creadores cubanos, pues pienso que a ellos, en primer lugar, les pertenece la Medalla Jorge Amado con la que me distingue la Unión Brasileña de Escritores.
Cuando me informaron que la UBE había decidido otorgarme tan honroso reconocimiento, pensé en las huellas que Jorge Amado ha dejado entre nosotros; huellas de una entrañable y perdurable permanencia, tanto por sus obras como por la solidaridad.
En nuestro país son conocidas, muy conocidas, sus novelas. Existen ediciones cubanas de Cacao, Jubiabá, Mar muerto, Capitanes de arena y Tierras del sinfín, con las que comenzó a desarrollar una de las carreras literarias más exitosas del continente durante el siglo pasado.
Está vivo el entusiasmo con que nuestros lectores se volcaron hacia las páginas de Doña Flor y sus dos maridos, Tienda de los milagros y Tieta de Agreste, luego de admirar las adaptaciones fílmicas y televisivas.
En una apropiación mucho más orientada a la política, muchos encontraron en El caballero de la esperanza las claves para entender el talante combativo de Luiz Carlos Prestes, adalid de las ideas marxistas en Brasil y luchador por la justicia social.
Tuve la dicha de conocer personalmente a Amado y departir con su compañera Zelia. Ambos ganaron nuestra simpatía. Amado había llegado a Cuba para participar como jurado en el Octavo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y en esa fiesta de la pantalla continental fue honrado con un Coral de Honor, compartido en memorable jornada con el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Fernando Birri, el italiano Gian María Volonté y el estadounidense Harry Belafonte, todos grandes amigos de nuestro pueblo.
En esa oportunidad, Amado se definió a sí mismo de una manera que nos es muy cercana. Expresó entonces:
Me gusta decir Afrolatinoamérica, como la calificó Bolívar porque tenemos un componente africano que desconoces cuando dices Latinoamérica. Yo no soy latino, soy medio latino. Mi abuela materna era india. Mi bisabuelo era negro. ¿Cómo que yo soy latino? Soy latino y soy indígena y soy negro. Sobre todo culturalmente, soy más negro que cualquier otra cosa. Más negro que latino.
Aquí podríamos decir lo mismo. Como todos saben, tuve a mi mejor maestro en Fernando Ortiz, el más grande científico social cubano de todos los tiempos. Él comprendió, como nadie lo había hecho hasta entonces, que Cuba no sería lo que es sin el aporte africano, y lo dijo así, Cuba sin el negro, no sería Cuba.
Él me abrió las puertas hacia un conocimiento profundo e integral del ser cubano, en su complejidad y mestizaje. Tienen razón quienes advierten confluencias entre la obra magna de Don Fernando y la del brasileño Gilberto Freyre. Es imposible obviar la contribución de este último al estudio de la identidad brasileña, sobre todo con Casa grande e senzala, que emula en importancia con el clásico orticiano Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar.
Sin embargo, antes de leer a Gilberto Freyre hallé en la narrativa de Amado el magma del mestizaje y de lo que el legado africano representa en la cultura y la sociedad brasileñas. Los negros, los mulatos, la gente de piel trigueña y condición humilde, los esclavos, los peones, los braceros de los puertos, el candomblé, la macumba, las madres de santos, los orishas, tan emparentados con los nuestros, y la irrenunciable vocación de justicia y alegría de vivir de los pobres y desposeídos en ese país gigantesco, penetró en mis pupilas y mi sensibilidad mediante la lectura de las novelas de Jorge Amado.
Entiendo perfectamente su percepción de sentir que no era él quien escribía sus libros, sino los personajes, como si tuvieran vida propia, ajena por completo a la voluntad del autor, y entiendo mucho mejor esta afirmación suya, que comparto a plenitud:
Todo escritor tiene el derecho de crear su obra como mejor le parezca, sin que nadie tenga el derecho de meterse con su creación. Debe ser completamente libre. Él debe hacer lo que quiera. Ahora, yo creo que si él es un escritor de su pueblo y de su tiempo, que trabaja en función de la lucha de su pueblo contra la miseria, contra la opresión, contra las dictaduras, contra todo lo que es feo, sucio en nuestros países, que es lo que hay demasiado, su literatura será todavía más noble y cumplirá mejor su destino.
No es casual que este acto tenga lugar en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el primer presidente y fundador de la organización fue Nicolás Guillén, amigo de Amado. Cuando Nicolás estuvo en Brasil a finales de 1947 encontró en Amado a su interlocutor familiar y recibió de él, el apoyo necesario.
El poeta cubano guardó en su memoria el largo viaje que compartió con el novelista brasileño y sus respectivas esposas, Rosa, la de Nicolás, y Zelia, la de Jorge, a bordo del tren transiberiano desde Moscú hasta Beijing, donde los colegas chinos les tributaron una cálida bienvenida.
Amado y Nicolás intercambiaban bromas. Como la que el brasileño le jugó a Nicolás en Moscú, en ocasión de recibir un célebre premio internacional. Nicolás escuchó junto a Amado en la televisión una larga tirada de versos suyos traducidos a la lengua de Pushkin, recitados con vehemencia. El bahiano, pues sabemos que Amado era oriundo de Bahía, redactó una nota, que entregó al traductor, para que este la hiciera llegar a Nicolás, supuestamente escrita por una admiradora moscovita, rendida ante el torrente lírico del camagüeyano. Guillén intuyó la verdadera identidad de su remitente, por lo que dijo con suave ironía a Amado: Cuando encuentres a esa admiradora que dice estar loca por mí, tú no te olvides de dictarle el número de teléfono.
Amigos queridos, colegas,
Agradezco el gesto de la Unión Brasileña de Escritores y la deferencia que ha tenido su presidente, Durval de Noroña Goyos Junior, al viajar a Cuba para hacer efectiva la entrega de la Medalla Jorge Amado.
Lo siento como un gesto amistoso y al margen de las intenciones de quienes, en tiempos de repuntes neoliberales y facistoides, pretenden fracturar la histórica proximidad entre nuestras culturas y pueblos.
Para concluir, a él y a todos los presentes, recuerdo el verso de una muy popular canción de Chico Buarque, de moda en los años 60 y plenamente adecuada para estos días: A pesar de usted, mañana será otro día.
Muito obrigado, Muchas gracias
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