No es el barrio por el barrio


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Todos tenemos un barrio, o varios barrios, urbanos, suburbanos, semirrurales o rurales, según distribuyamos nuestro sentido de pertenencia. Donde nacimos, donde nos criamos, estudiamos, trabajamos, nos casamos, donde nacieron nuestros hijos, a donde migramos… conceptualmente puede ser un reparto, un asentamiento, un caserío, una comunidad, un poblado, o un barrio propiamente dicho, pero pertenecemos a un lugar o a varios lugares, de acuerdo a la experiencia vital que tengamos.

Amar nuestro barrio significa dignificarlo, defenderlo, tenerlo bello y funcional pero no siempre podemos. En ocasiones no contamos con los recursos para hacer las cosas que queremos o no nos ponemos de acuerdo todos, cuando aparecen los recursos. Hay quienes viven el barrio intensamente y hay quienes sólo lo tienen como el dormitorio al final del día.

Los hay, que piensan todo el tiempo en emigrar de su barrio un día, a otro escenario, para mejorar condiciones de vida, acercarse a la familia o con cualquier otro motivo y en lo absoluto les importa transformar nada en ese barrio al que aspiran abandonar.

Hay barrios donde la mayoría de sus habitantes son autóctonos, allí nacieron y de allí son también sus ascendientes. Hay otros barrios, de reciente data, formados por inmigrantes de cualquier lugar que “llegaron y pusieron” su casita maltrecha, sin legalidad alguna, sin otra motivación que estar dentro de la ciudad afortunada que les alumbraría el porvenir.

Hay barrios con una adecuada trama urbana, notable arquitectura, con la infraestructura necesaria de calles pavimentadas, aceras, arbolado, redes técnicas de agua, alcantarillado, electricidad y teléfono, comercios, instituciones educacionales y artísticas y múltiples servicios y otros, donde nada o poco de eso existe y el hábitat se improvisa en el día a día y para alcanzar la felicidad de ver resuelta una necesidad material o espiritual, sus pobladores tienen que trasladarse a otros espacios y por tanto, siempre son vistos como ajenos en la bodega en que compran, la casa de la cultura que visitan, el teléfono público que emplean, el policlínico o consultorio médico al que asisten o en la escuela en la que estudian.

Hacer del barrio el centro de la vida de cada uno y con el concurso de todos, es el propósito del programa gubernamental de transformación de los barrios en desventaja urbanística y social. No se trata de intervenirlos desde fuera ni de imponerle cosas, sino de aportar los recursos financieros y materiales y parte de los recursos humanos, para hacer de su barrio, los que sus habitantes quieren y que, objetivamente es necesario y posible. De los recursos humanos, sólo aportar una parte, la especializada, pues se supone, que los habitantes de la barriada sean los protagonistas de la transformación de su propio entorno. Haciendo se aprende a quererlo más.

Así vemos resurgir como el ave Fénix, tradicionales barrios habaneros como San Isidro, Jesús María, Los Sitios, Colón, San Leopoldo, Cayo Hueso, El Canal o Carraguao. Un barrio de la villa patrimonial de Guanabacoa como la Cruz Verde o asentamientos espontáneos como La Güinera o El Moro-Portocarrero, en el periférico municipio de Arroyo Naranjo; Pan con Timba o El Fanguito, en el residual del Vedado.

Junto a la nueva escuela, el consultorio del médico y la enfermera de la familia, la bodega, o el centro multiservicios de cualquiera de esos barrios o los centros culturales como los inaugurados recientemente en los barrios de La Güinera o La Corbata, hay muchos sueños y esperanzas. Algún día, en señal de autoctonía, se hará una escultura a la corbata que dejó en aquel árbol el chofer de la ruta 86 cuando apenas comenzaba a crecer el barrio y que le daría nombre y otra, a la manifestación de pueblo revolucionario que impidió que La Güinera fuera tomada como rehén el 11 de julio del pasado año, por un grupo de lumpens. 

La preocupación siempre latente, de cuidar y preservar lo nuevo o lo restaurado queda en manos de la propia comunidad, que no ha de verlo como algo ajeno sino propio, construido por sus propias manos.

Así ha de ser también en El Condado santaclareño, en el Alcides Pino de Holguín o Los Hoyos de Santiago de Cuba y en todos los barrios que hoy se transforman en las 168 demarcaciones municipales de Cuba. Hay que verlo como continuidad de esa revolución cultural que se inició en 1959 y no, como una novedad que no tiene antecedentes.

El socialismo criollo que construimos ha de saberse aliado de la mejor espiritualidad, amor y estética en cada barrio del archipiélago cubano.

Foto: Irene Pérez/ Cubadebate.


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