Mirta, de danza clara y sosegada…


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Un día de octubre del 2000, en ocasión de la entrega del Doctorado en Ciencias del Arte, en la especialidad de danza a Aurora Bosch y el Doctorado Honoris Causa del Instituto Superior de Arte (ISA) a Josefina Méndez, Loipa Araújo, Ramona de Sáa y Mirta Plá, Pedro Simón, director del Museo de la Danza y de la revista Cuba en el Ballet, al hacer el elogio múltiple de estas cinco imborrables huellas de la danza cubana, ofreció un perfil perfecto de cada una de las historias confluyentes.

 

El próximo 23 de julio, Mirta Plá –una de las cuatro joyas del ballet cubano, junto con Josefina, Aurora y Loipa, como las bautizara el crítico inglés Arnold Haskell en 1967–, cumpliría su aniversario 80. Y aquellas palabras que Pedro Simón dedicara a la artista cobran especial connotación: “Mirta Plá fue –argumentó en el elogio–, en este grupo de estrellas, la primera que alcanzó el rango de prima ballerina (1962). Su profesionalidad escénica ha estado definida por la femineidad, la sencillez, la gracia y la serenidad. Su danza fue siempre clara y sosegada, sin trasgredir jamás los límites de sus notables posibilidades. Son inolvidables para nuestro público aquellos personajes de carácter juvenil, en que se engarzaban perfectamente el peculiar encanto de su sonrisa, y su aire indulgente y refinado. ¿Cómo olvidar su Lisette en La fille mal gardée, o la Swanilda en Coppelia, la Princesa Aurora en La bella durmiente del bosque, o su laureada interpretación de Cerrito en el Grand pas de quatre?”…

Por eso, a la altura de estos 80 años regresan los recuerdos de aquella niña que comenzó a estudiar piano en el Conservatorio Municipal de La Habana motivada por la tradición musical de la familia, pero que un día, al acercarse a una clase de ballet en ese centro se dio cuenta que esa sería su Historia. En 1950 comienza su formación, y al año siguiente entra en la Academia de ballet Alicia Alonso, donde comienza a “tocar” el firmamento de esta especialidad guiada por Fernando y Alicia Alonso. Allí tuvo otros importantes profesores de la talla de León Fokine, Alexandra Fedorova, Charles Dickson, José Parés… Hasta que en 1953 tuvo lugar su debut profesional como alumna de la Academia, en el Vals de las flores del ballet Cascanueces, con el Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba.

Así comenzaría la carrera de una de nuestras más grandes bailarinas, Mirta Plá, de la que catorce años después de la primera vez que pisaba el escenario, el célebre crítico Arnold Haskell dijera, en un artículo publicado en Granma y titulado Las Joyas Cubanas, a propósito de su participación en el Festival Internacional de Ballet de La Habana, en 1967: …” Mirta Plá posee una serenidad tremenda, y la mayor gracia natural. Un movimiento se diluye en el próximo en continua armonía. Ese es el “bel canto” de la danza…”.

Una perla en las profundidades danzarias

En esas profundidades y misterios del ballet, cual hermosa perla, ella brilló por derecho propio, con una luz singular que nos encendía los adentros en cada actuación. Por eso añadió su nombre a tantas obras. Siempre vivirá en el recuerdo de aquella joya lírica de Gustavo Herrera: Alfonsina, uno de los últimos ballets dentro de su repertorio, y que él creó especialmente para Mirta. “Leí mucho sobre ella, cómo fue su vida, su conflicto sentimental, su muerte y me sentí muy comunicada con Alfonsina”, dijo una vez la bailarina, profesora y maître. En ella dejó su impronta, vestida de una melancolía, casi suplicante, bañada del desamor irreparable que llevó a la poetisa argentina más allá de la locura. Pieza que bordó con su madera artística y personal para hacerla también suya. Y apareció en su camino luego de interpretar durante mucho tiempo la Consuelo de Tarde en la siesta, de Alberto Méndez. ¡Mirta parecía esculpir en danza el sentimiento que convoca el nombre mismo! Como todo lo que tocó, porque para ella era de vital importancia entregarse en cuerpo y alma. Eran dos personajes de gran profundidad, pero muy distintos. “Cuando uno asume un ballet, expresó en una ocasión en una entrevista, por muy sencilla que fuera la obra, el resultado artístico depende de la dedicación. Un ballet es como una maquinaria de reloj, y la maquinaria es el bailarín…”.

Era una bailarina de “sensualidad típica de la cubana en su forma de bailar, además de su hermosura y expresividad”, como la calificó un día el MAESTRO Fernando Alonso, algo que siempre la acompañó a lo largo de sus años en las tablas prestando su piel a personajes tan disímiles, variados, como la Princesa Aurora (La bella durmiente) –uno de sus trabajos más recordados y atractivos–, era como la encarnación de algo real, que llevaba dentro, por el físico, por el alma del personaje, por la técnica que se avenía a sus condiciones físicas naturales…, al igual que la Lisette (La fille mal gardée) donde vibraba la muchacha alegre, de amplia sonrisa siempre juvenil, con tintes de maldad picaresca adolescente, y en el que desbordaba esa capacidad nata para enfrentar roles demi-carácter. Algo que se emparentaba también con la Swanilda de Coppelia, otro de los trabajos donde dejó grandes huellas… Y qué decir de Mlle. Cerrito, de Grand pas de quatre… Plena de vitalidad, astucia danzaría, belleza estilística se sumergía en ella, danzando el vals con un arte y técnica desbordante… No por azar, alcanzó en 1970, la Estrella de Oro (compartida junto con Loipa, Josefina y Aurora) del VIII Festival Internacional de Danza de los Campos Elíseos, en París, y un premio especial del jurado por su interpretación de Mlle. Cerrito, otro rol histórico de ella en el ballet cubano. Tantos y tantos ballets: El lago de los cisnes, Las sílfides, Giselle, Paso a tres, Edipo Rey…regó con su astucia danzaría, con su espíritu alegre, delicadeza, amor…Pero dejemos que ella hable de sus preferencias, de sus personajes, de los estilos y momentos que vivió en algunos de ellos, donde moldeó las personalidades para hacerlos vivir en escena.

¿La Princesa Aurora? Era para Mirta vivir en un cuento, solo escuchar la música la emocionaba, solía decir… Y el día de su aniversario 30 del debut escénico sobre las tablas (1983) bailó el Adagio de las rosas con cuatro “compañeros que me hicieron sentir como una princesa: Esquivel, Salgado, Carreño y Zamorano”, comentó en una entrevista; mientras que ¿Lisette?: “Me divertía mucho, era traviesa y me venía muy bien, aunque era difícil de interpretar”. ¿Consuelo?: “La estrené en 1973, bellísima obra, había que transformarse en una mujer de la época colonial nuestra con todos sus problemas…”. ¿Grand pas de quatre? Las unió a las cuatro joyas… “una hermosa época, juntas iniciamos una escuela, nos desarrollamos al unísono, y siendo diferentes marcamos una época del Ballet Nacional de Cuba”. ¿Cisne negro? Siempre argumentaba que tuvo que trabajarlo mucho, pero cuando lo bailaba bien era muy feliz ¿Giselle?: “Lo interpreté a partir de 1968, fue un premio bailarlo. Y todas teníamos una meta a seguir, un ejemplo muy alto: Alicia. Abordarlo después de ella era difícil”.

Recuerdos de un tiempo

Como recordar es vivir, dejemos que hablen las memorias en blanco y negro, al traducir sus palabras al papel durante disímiles diálogos, encuentros, entrevistas que nos regresan a la enorme bailarina, a flor de piel en este aniversario...

¿Talento? En el ballet –comentó en una oportunidad– es casi obligatorio mirar primero las condiciones físicas. Luego está el espíritu, el temple del bailarín; yo más bien me fijo en los ojos. Al que tiene vocación, al que tiene alma se le nota un brillo especial en los ojos…”.

Un número mágico que se repite en ella, Loipa, Josefina y Aurora: ¿Cuatro? “Siempre hemos sido compañeras, amigas, hermanas… –respondió en otra entrevista–. Tenemos una compenetración sana entre nosotras, siempre hemos trabajado juntas, luchado por bailar bien, y contribuir a que todo salga en la compañía y en la escuela, como bailarinas y profesoras. Y descubrió en el diálogo algo que una vez les dijo Alicia, calificándolas: Josefina, era el invierno, Loipa, el verano, Aurora, el otoño y yo, la primavera”.

¿Arte/técnica? “Todo no se puede bailar igual. En el vocabulario de la técnica, está, por ejemplo, el arabesque, está en todos los ballets, pero depende del estilo. Es diferente en El lago de los cisnes, que en Giselle. No estoy en contra de la técnica, naturalmente, pero tenemos que dar arte”.

En otras confesiones Mirta Plá argumentaba siempre que su mayor aspiración era bailar. Se propuso ser una bailarina completa. Le entusiasmaban los estilos romántico y clásico, pero siempre estaba preparada a enfrentar retos y asumir personajes distintos a los que el auditorio estaba acostumbrado a verla interpretar. Tocaba el piano, a veces. Le gustaba Chopin y disfrutaba con las buenas pinturas. En términos de literatura, solía decir que no tenía preferencias concretas. Después de Alicia, la bailarina que más admiró fue a Galina Ulánova, aunque no pudo verla bailar mucho, le encantó su trato, su manera de ser… ¡Cuánto más se podría decir de nuestra querida Mirta Plá!, y llenar cuartillas con su singular historia.

Junto a su carrera como bailarina desarrolló una loable labor como profesora que había comenzado en 1957; desde 1962 en la Escuela Nacional de Ballet y más tarde en México, Perú, Italia, Bélgica y España, esta última donde vivió los últimos doce años de su vida. En Cuba obtuvo altas distinciones: el Premio Nacional de Danza, la Orden Félix Varela y el Premio del Gran Teatro de La Habana, entre otras.

Valgan las sabias palabras de Pedro Simón, aquel 25 de octubre del 2000, en el Elogio múltiple a las cinco bailarinas, en el Instituto Superior de Arte, para terminar de moldear la personalidad en un ámbito común a todas ellas, una arista de especial connotación cuando se habla de Cultura y, sobre todo, de Patria…

“Me referí al principio –concluyó Simón– a algunos rasgos comunes que encontramos en Loipa Araújo, Aurora Bosch, Josefina Méndez, Mirta Plá y Ramona de Sáa. Pero hoy quiero proclamar en ellas, como la virtud más importante, la fidelidad a nuestro pueblo, a sus sueños por un futuro mejor. Y también a las más caras tradiciones propias del Ballet Nacional de Cuba, el respeto a sus fundadores, y la conciencia que mantienen de su responsabilidad histórica ante el país y la cultura nacional. Juan Marinello escribió en una ocasión, que: `el Ballet Nacional de Cuba es mucho más que una suma de excelencias y una escuela singular: es la voz de una fuerza popular sin reposo`. Y a esta fuerza pertenecen estas cinco estrellas del firmamento cubano, para gloria del Arte y la Patria”.

Ese implacable, el Tiempo, pasa, pero Mirta Plá sigue entre todos nosotros, en la obra del Ballet Nacional de Cuba, en los bailarines y amantes de la danza, en sus amigos, en cada pieza que rozó con su magia, tejiendo en el movimiento fibras sensibles que aun hoy vibran en las memorias, porque no hay dudas: ella vació el cuerpo para bailar el alma.


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