“Danza: geniecillos errantes o apoyada meditación .Unidad, transfiguraciones o metamorfosis, el viento o su metáfora, sonido o ademán que vuelve cada mañana de renacer en la deliciosa trampa del ritmo”.
Lezama
Sí, el Festival recién ha concluido. Tal vez, el cuerpo pudiera ser una ausencia, la luz un hechizo disuelto y la música un eco que resuena en la distancia. Quizás todo haya terminado pero, afortunadamente, todavía no. Persiste el deseo de seguir capturando la permanencia de lo efímero. Una amplia agenda que, entre tradición y contemporaneidad de vocabularios expresivos en la danza, nos hizo cuerpo real de sus muchos lenguajes. Danza como acción multiplicada de tendencias y poéticas que hoy posibilitan la crítica, la reflexión, la develación de conexiones e indagación en los vocabularios propuestos, más allá de la percepción en las cualidades particulares de algún danzante, etc.
Hacer de la danza un terreno de re-escritura y transformación del cuerpo y sus memorias, hacer del cuerpo un vehículo de exposición y performance en el conjunto de su artesanía espacial, es devolución de la danza contemporánea en la edición del 27 Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”. Combinación estimable en tanto re-enunciación de algunas prácticas dancísticas cubanas de hoy integradas a la agenda del Festival: las compañías Danza Contemporánea de Cuba, Acosta Danza y Malpaso, la pieza Sacre, de la coreógrafa Sandra Ramy con la danseuse estrella Catherine Zuaznábar o Edén-6, de Susana Pous con Micompañía.
Entre esos márgenes que bojean al cuerpo danzante, después de tantas contiendas (parálisis pandémica, migraciones, bloqueos, dudas), asistir a la variedad de modulaciones más próximas a la danza contemporánea dentro del Festival, es reconquista oportuna que nos conecta con anteriores encuentros y figuras notorias. El Ballet Nacional de Cuba y la obra de Alicia Alonso en particular, ha sido certificada por esa probada excelencia en la reconstrucción de piezas modélicas de la tradición romántico clásica; por ser invitación esperada y confrontación generosa. De Ann Marie DeAngelo, Ris et Danceries o Mats Ek y Ana Laguna (por solo nombrar algunos ejemplos), la cartelera histórica del Festival ha mostrado cómo las tendencias emergentes de las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI, fueron portadoras del gran valor que se germinara en la explosiva fuerza liberadora que abrió un camino nuevo para asumir la práctica coreográfica y mostrarla a los públicos.
El 27 Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”, logró la confluencia de estilos, de escuelas y modos de interpretación en la saga presentada del romántico Giselle. Pudo compartir programación con teatros fuera del circuito habanero: Tomás Terry (Cienfuegos), Sauto (Matanzas), Milanés (Pinar del Río); asimismo, entre las salas Avellaneda y Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, el público capitalino pudo acceder a una muestra de lo que exhibe la danza espectacular hoy (significativa la versión de Carmen, de Johan Inger con la compañía Nacional de Danza, España. Hoy ha variado fundamentalmente las maneras de utilizar el movimiento del cuerpo del danzante respecto al ámbito de las relaciones espacio-tiempo, acción-movimiento, significado-significante. En las historias que se cuentan hay un privilegio de la propia realidad del cuerpo, realidad que decodifica conocidas estructuras composicionales y le adjudica al discurso cinético una perspectiva no necesariamente virtuosa en tanto uso de la técnica ni de la alta fisicalidad gratuita. La acción se jerarquiza sobre el carácter denotativo del movimiento. La acción siempre indicará una transformación dramática y coreográfica.
En ese sentido, destacaría el estreno cubano de Edén-6, baile para tres que Susana Pous presentara en diferentes escenarios del Festival. Pieza que nos habla de esas fragilidades y certezas que movimiento y acción van develando cronométricamente en la estructuración del posible relato coreográfico, del estatus comportamental de su fábula como instancia generativa y transformadora del acontecer. Y es que, en la sintética armazón de sus hechos, Edén-6 se vuelve feudataria de esa exquisitez constructiva a la que Susana nos ha acostumbrado. Ella, quien por más de veinte años viene suscribiendo la virtud escénica de la danza contemporánea cubana, su hacer de bailarina, profesora y coreógrafa ha marcado estos tiempos nuestros.
Edén-6, baile de tres y para tres intérpretes, una mujer y dos hombres. Ella zigzagueante y precisa, fluye, transita, hermosea la travesía de su andar, de su danzar y de sus propósitos. Ella, a modo de Eva restored, fuente de todo lo vivo, alma y ánima, animal y espíritu, en la consistencia de su presencia escénica reedita la vanidad corpórea ancestral del nombre/símbolo. Ellos, distintos en aptitudes y comportamientos. Uno manipulador, animador, látigo y castigo que intenta fraguar, curtir, diseñar la trayectoria del otro. Él, ¿acaso Creador/Dador/Instigador/Emisor que omnisciente modela y esculpe, protege y juzga a su imagen y semejanza? El Otro, mágico en su sí. Manipulado y también autónomo, audaz y sucinto en su espacio parcial corporal, anhelante, aunque recluso. Suceso o ensueño en la antropogonía del primer hombre creado; tierra y sangre.
Edén-6, atadura, sujeción, amplitud y estrechez, fluido y restringido, así se desenvuelve el trío, el dúo, el solo. Así se unen y separan, cual danza desobediente e indócil, parecería que pretenden narrar alguna historia de uno, de dos, de tres, pero que al rato escapa de cualquier literalidad para insistir en la danzalidad que tejen cuerpo y espacio en su aquí y ahora. Siento que “el drama” dejó ser la médula del entramado coreográfico para ceder sitio a un conjunto de experiencias sensibles cuyo foco de atención descansa sobre el espacio, el tiempo, el movimiento, la percepción y el ecosistema de Ella, de Él y del Otro. A lo mejor, Susana en este Edén-6 2022 vuelve a hacernos cuerpo en la re-territorialización hacia la postpandemia, o no. Pero sí advierto un “nuevo” cuerpo, un cuerpo fragmento de palabra escindida, talvez de un espacio gnóstico; incluso, pudiera ser de una danza como puesta en trance del sujeto y del lenguaje. Y en ellos, el/los cuerpo(s) se transforman en un vehículo hacia lo divino, hacia una verdad (im)posible, hacia la desobediencia o, mejor, rumbo a un espacio sin tiempo. Tiempo como posibilidad de aquello que es lo único que (no) tenemos.
Bienvenida sea la dicha de ese múltiple encuentro en la agenda de programación del 27 Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso”. Cuando rondan impaciencias sobre el sentido desafiante del hacer cotidiano alrededor de la danza que salva nuestra existencia, no se puede prescindir de esa capacidad zapadora de re-escritura y transformación que le es ingénita al cuerpo en sus contagios, aspiraciones y desafíos. Caer, levantarse, saltar, girar, exponerse ante la mirada del otro, es vocación para descifrar y conmover al espectador. Hoy, cuando las prisas de la vida misma compulsa el volvernos más cooperativos y certeros en la salvaguarda de lo provisorio, retornar a la cópula, al intercambio, nos hará por igual, volver a hacernos cuerpo real entre tradición y contemporaneidad en la danza.
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