Michael Norton: Crónica sobre un autor en su poemario


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Michael Norton: Crónica sobre un autor en su poemario

Entre noviembre y diciembre de 1996 estuve seis semanas en Haití, cumpliendo con una invitación extendida por la Iglesia Ortodoxa Griega y la Galería de Arte Monnin. Por entonces, la presencia de cubanos residentes en la isla —intelectuales en particular— era muy reducida. Los mecanismos, visados y trámites para llegar allí eran raros, enredados, y de manera directa el viaje solo resultaba viable por la empresa cubana Aero Caribbean, la cual hacía un vuelo semanal entre Santiago de Cuba y Port-au-Prince. Aún no existían relaciones diplomáticas, ni el comercio y nuestra colaboración (médica o de otra naturaleza) alcanzaban remotamente las dimensiones de hoy día. De tener lugar, apenas eran visibles. Así pues, yo resultaba algo parecido a un sujeto de otro planeta, enigma generador de curiosidad y provocaba en mucha gente deseos de conversar para conocer o actualizarse sobre Cuba y sus circunstancias.

Mi visita a la cercana, y en aquellos momentos remota nación caribeña, para mí fue sorprendente por impensada y por los meandros que existieron para producirse. Este aspecto es toda una historia en sí misma, en la cual ahora no me detendré para no desviarme de la idea central.

Por el “raro sortilegio” —palabras de Alejo Carpentier— que emana de esa tierra, tuve la oportunidad de conocer a Michael Norton. Fue una noche, a poco de mi arribo, en una recepción de bienvenida dada por los Monnin y, de hecho, “presentarme en sociedad” (la media y la “alta sociedad”, podría decirse). Se conversaba de lo divino y lo humano. Para mí, por las razones expuestas, una conferencia de prensa no hubiera sido más absorbente y tensionante que esa fiesta donde me acribillaban a preguntas, interesados por conocer “de veras” acerca de mi país (“mi versión”, señalarían no pocos, dado el contexto), y otros me lanzaban disparos de veneno y provocaciones “light”, para no desentonar ni ser descorteses con los anfitriones.

Confieso que hubo un instante, exhausto ya, en que salí a una terraza con mi vaso de whisky en la mano, a tomar el fresco y el trago con tranquilidad, a relajarme. Allí estaba Michael Norton, solo, bebiéndose una gaseosa, tal vez una Coca-Cola. “Me preguntaba hasta cuándo ibas a soportar la artillería”, dijo. Mi lengua natal, si bien con marcado acento estadounidense, abrió un oasis. Hasta ese momento todo había transcurrido en inglés: yo hablo muy poco francés y nada de créole, mientras los asistentes, no pocos norteamericanos y muchos haitianos de acomodada posición, emplean allí el inglés con asiduidad. De pronto estábamos Michael Norton y yo envueltos en animada e informal charla en español.

Al rato acudió un camarero. Yo pedí whisky y Norton más refresco. “No bebo otra cosa desde hace un tiempo. Todo el alcohol consumido lo llevo encerrado en el corazón”, apuntó enigmáticamente.

Después de aquella noche nos vimos con frecuencia: en su casa, en otras andanzas sociales y me visitó donde me alojaba en diversas oportunidades. Conversamos mucho y comprendí que me hallaba ante uno de los hombres más inteligentes, cultos, sensibles, honestos, éticos y carismáticos conocidos por mí allá. Una tarde me confesó: “He escrito un poemario en español y desearía tu opinión”. Fue una sorpresa más deparada por la tierra de “lo real maravilloso”: un yanqui radicado en Haití, corresponsal de agencias de prensa internacionales, ahora también autor de un cuaderno de poesías en español. Resultó una propuesta tentadora. Él había asistido a algunas de mis conferencias y leído mis cuentos publicados. “Siento confianza en hacerte este ruego”, añadió.

Así llegó a mis manos A quien pueda interesar. Lo disfruté estéticamente y desde otras perspectivas. A los pocos días hicimos varias “sesiones de trabajo” para darle mis criterios, hacerle determinadas sugerencias y “afinar” el empleo del idioma. Aceptó de magnífico talante casi todas mis observaciones; otras no, como debe ser. Y un día me espetó: “Quisiera que este poemario se publique en Cuba”. Sus palabras me emocionaron y me comprometí a hacer todas las gestiones necesarias. También le solicité un curriculum vitae.

Por entonces no me lo entregó y solo meses después, con una carta, me lo hizo llegar. Voy a tomarme la libertad de transcribir unos pasajes de la misiva y el curriculum, con el objetivo de proporcionar al lector unas líneas especulares e ilustrativas acerca de la personalidad y sensibilidad de este hombre, una suerte de preámbulo a la lectura de sus versos.

Fecha su carta en Puerto Príncipe, el 24 de marzo de 1997 y señala:

En cuanto a mi poemario, lo que quieres, quiero. Te doy autorización entera, Pensamos Sergine [su bellísima compañera haitiana] y yo, a menudo en ti, en nuestros días aliviados por tu presencia. De veras. En cuanto a mi curriculum, te envío algo breve. […] No me gusta en nada el asunto de un curriculum de vida, pues corre mi vida por fuera de los hechos.

Y en la hiper-síntesis curricular adjuntada a la misiva, escribe:

Michael Norton Blustein nació en Minneapolis, Minnesota cuando derretía la nieve, en 1942. Realizó estudios extensos, a fin de que no mate o lo maten en la guerra de Viet Nam. Dejó los Estados Unidos en 1969 y se quedó en Francia hasta 1979, desempeñándose como profesor de inglés en varias empresas. Después se mudó a la Martinica y, en 1984, a la República Dominicana, donde se enamoró del idioma de su poemario. Atravesó la frontera en 1986, para regalarse del polvo de la caída del dictador Duvalier. Desde entonces vive en Haití.

Su librito de poesías se imprimió en La Habana en 1998, costeados los gastos por el propio Mike Norton, un modesto cuaderno cuya realización contó con el apoyo de la Asociación de Escritores de la UNEAC. El autor estaba feliz por haber materializado su deseo. Era muy importante para él la edición cubana no solo por razones intelectuales, sino emocionales, dadas su admiración y respeto por nuestro país, que por cierto aún no había visitado.

Y fue ese otro anhelo cumplido al cabo. Vino a La Habana en dos oportunidades, antes de fallecer de cáncer hace pocos años. La segunda vez, ya visible su deterioro por la enfermedad, me preguntó si podría conseguirle una entrevista con el escritor Leonardo Padura, a quien había leído y mucho le agradaba. También fue posible, porque nuestro prestigioso autor de inmediato accedió a la petición, y así emprendimos Mike y yo —en funciones de facilitador social, casi protocolar, y en alguna medida de intérprete— el trayecto a Mantilla. La conversación con Padura lo satisfizo de manera cumplida. Pero no llegué a leer lo que escribió porque murió sin lograr hacerme llegar copia. Nunca le he preguntado a Padura si tuvo mejor suerte.

Con algunas decenas de ejemplares de su poemario que aún tenemos por acá, he pensado en organizar una velada en homenaje a Mike, tal vez en la UNEAC, leer algunos de sus poemas y recordarlo entre amigos y escritores cubanos aquí en la tierra donde se imprimió su entrañable texto y donde no solo me dejó a mí como amigo. Sería excelente oportunidad para asomarnos a su universo espiritual y hurgar en algunas de las claves interpretativas para el entendimiento y disfrute de los textos.

Me contengo de hacerlo ahora para aguardar a tal ocasión, que espero se dé pronto. No puedo resistirme, en cambio, a reproducir fragmentos de tres poemas solamente como muestra de su estirpe literaria y del peculiar modo como transitó por nuestra lengua.

En cueros vivos

No soy la criatura bondadosa que tú crees,
me encojo,
me escurro en tu alcancía
más pobre que las ratas
que te insultan por la calle,
me aprovecho, bancarrotero,
de tu caja fuerte, sí,
para morirme
con la dignidad de un señor.
Lamo tus arroyos
ya que me conducen
hasta la tumba vacía
hasta mi cuerpo herido,
desaparecido
con su sangre, desde la cruz.
Beso tus escondrijos,
los años no peregrinados
por el yermo de tu piel.

 

Recuerdo
el peso de tu ausencia

tu seco derecho
en mi mano derecha

ya no soy yo

atrás

hay polvo todavía
la motocicleta dando saltos,
hay estallidos
[…]
sostengo tu mirada con mis ojos
chupo tu mirada
para vaciarme

sabe a silencio
tu mirada, a sudor
sabe a tierra mojada
sabe a mujer, a amputada
sabe a mi mano derecha

 

Alba
esta cosa inútil

sin pájaro este árbol
sin médula este hueso
sin brújula este brujo

la pluma está en la tinta

en el barco mi esqueleto
agarra un pie marinero
se alza a la torre
de vigía y va gritando

una corneja se muda
me ahoga, se me va

por entre sus muslos penetra
un idioma extranjero


voceo en tu vientre
la meliflua palabra

y esta cosa inútil
se sube a tu garganta
tiembla, evoca la luz.


Como se ha dicho antes, Michael Norton “se desempeñaba” como corresponsal, y tal vez el lector haya podido apreciar —aun en la brevedad de los segmentos intercalados— que en realidad “era” —“y continúa siendo”— un poeta.
 


1 comentarios

Faustino
2 de Mayo de 2021 a las 17:36

que gran post, fácil y sencillo de leer, sin tecnicismos, que bueno leer así, gracias admin

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