(Publicado el 25 de noviembre de 2016)
Con excepción del hecho cierto de que el ICAIC decide sobre la exhibición pública de las películas, el texto de Deán Luis Reyes publicado ayer, 24 de noviembre, en On Cuba, no aporta elementos para la comprensión del llevado y traído tema de la censura.
La riqueza y los matices de Palabras a los intelectuales se reducen a una “expresión influyente”. El productivo debate de Conducta y su impacto son rebajados por una alusión peyorativa al Ministerio de Educación. El derecho institucional se sustituye por la “autoridad” de un colectivo o de la “sociedad”, enfoque que por demás no esclarece cómo resolver el asunto en términos prácticos. La ausencia de una posición clara al considerar el ejercicio de la prerrogativa institucional que se niega, se convierte en una pose anarquizante, que se presenta –nada nuevo en la historia de fracasos del anarquismo– como liberadora.
La idea de que en Cuba, con grandes hazañas y sacrificios, y también errores, hemos tratado de construir una sociedad alternativa al capitalismo, hostigados sin piedad por la mayor potencia mundial, no tiene ningún espacio en el razonamiento de Deán Luis Reyes. No hay que hablar de este asunto a cada paso; pero eludirlo significa, sin ninguna duda, excluir un fundamento esencial de la discusión. En consecuencia, se debate sobre la censura en abstracto, se apuesta por una promoción del arte que rechaza la existencia de principios en la política cultural y se priva a esta de su conexión orgánica con los propósitos de una Revolución como la nuestra.
Por el mismo camino, nada se dice del ejercicio sistemático, eficaz y brutal de la censura en el capitalismo, resuelto desde la hegemonía del mercado, que excluye a priori el sentido crítico de cualquier perspectiva emancipadora en el arte y el pensamiento, limita las búsquedas experimentales y cancela cualquier indagación que no resulte en beneficio material neto. No puedo concederle la excusa de que no hay que hablar de ello, si de señalar los errores propios se trata: precisamente por no atacar al capitalismo claramente solemos olvidar su esencia depredadora. Ese olvido es la fuente de no pocos errores.
Y por supuesto, si el adversario no existe, tampoco hay que razonar desde el fundamento de la larga y exitosa (sí, exitosa) práctica de la política cultural de la Revolución, que nunca ha excluido la reflexión autocrítica y el debate. He participado y participo personalmente de esa reflexión desde hace muchos años.
Deán Luis Reyes desconoce que las instituciones, junto a los creadores, han realizado una extraordinaria obra de educación, de formación de artistas, de fomento de las industrias culturales, de expansión de los servicios, de impulso a la experimentación y de un arte crítico y comprometido, de defensa de la diversidad cultural. La creación artística y literaria, en permanente expansión, y la rica, diversa y creciente programación cultural, son en gran parte resultado de la gestión institucional, todavía insatisfactoria y hasta deficiente, pero perfectamente visible. Ese acumulado sostiene con creces el derecho indiscutible de la Revolución a defenderse y el derecho de la institución a decidir, consagrado y ampliamente razonado en Palabras a los intelectuales.
Uno de los propósitos explícitos de nuestros enemigos es desmontar la institucionalidad revolucionaria. Es imprescindible que la vanguardia de nuestros creadores evalúe crítica y sistemáticamente la gestión de las instituciones; pero, por supuesto, no para contribuir a su desmontaje, sino para perfeccionarlas y consolidarlas.
Aunque el de Deán Luis Reyes no sea el caso, que yo sepa, cuando se arremete en nombre de confusas nociones ultrademocráticas contra los principios, es fácil equivocar el rumbo. Desde la verborrea anarquizante pudiera darse el paso siguiente: otorgarle al capitalismo un potencial emancipador que por naturaleza es incapaz de tener. Recuerdo una frase que se atribuye a Lenin: “Te alejarás por la izquierda y regresarás por la derecha.”
Lo que puede dañar la política cultural no es una supuesta “ojeriza” ni un ambiente de censura inexistente. Los peligros mayores a mi juicio son la irresponsabilidad y una recepción ingenua de “patrocinios” externos malintencionados.
He chocado a lo largo de mi trayectoria como dirigente de la cultura con funcionarios mediocres y burocráticos y también con advenedizos de una mediocridad esencial que pretenden pasar por creadores. He tomado decisiones, algunas acertadas y otras no, pero ninguna partió de un pensamiento burocrático y siempre he actuado en un diálogo transparente y directo con los creadores auténticos, defendiendo proyectos audaces y valiosos y rechazando manipulaciones y extremismos. En una decisión transparente no hay debilidad. Debilidad sería ceder ante intentos de chantaje.
Resulta ofensivo calificar a mis compañeros como un “puñado de cargos culturales”. A ellos y a mí nos anima una vocación de servicio, inspirada en un claro compromiso con la Revolución y sus valores. Mantenemos un vínculo fraterno y leal con la mayoría de los mejores creadores de este país. Tenemos criterios, los ejercemos y los defendemos. Dedicamos mucho tiempo a pensar con cabeza propia y nos ufanamos de ello. Y decidimos, sí, decidimos, con el derecho que tienen nuestras instituciones, convencidos de que servimos a un pueblo y a una gran causa.
25 de noviembre de 2016
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