Diversos y excepcionales son los aportes artísticos de esa especie de hombre-décima que fue Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí), el segundo gran cultor de esa estrofa poética en la historia de Cuba, después de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé).
Dueño en el siglo XX del espacio que en el XIX dejara su antecesor en la práctica oral y escrita de la espinela (dos redondillas y dos versos-puente octosílabos, la variante más conocida de esa estrofa española), poco o casi nada habría que añadir para encumbrar a quien fue también un legítimo ídolo de masas.
La estatura y popularidad del bardo habanero (1922-2005) en términos artísticos fue tan grande y su obra literaria y oral llenó tantos espacios que se habla poco de otras disciplinas que ocuparon su vida, como la periodística en medios como la radio, la televisión y medios impresos como el periódico Granma.
Naborí integró la nómina de esa publicación, desde su fundación el 3 de octubre de 1965 mediante la fusión de los periódicos Hoy y Revolución, como propuesta aprobada durante la creación del Partido Comunista de Cuba y la presentación de su primer Comité Central, organización de la cual este diario devino su órgano oficial.
“El Indio”, como gustaba le llamáramos sus colegas de aquella y otras publicaciones, junto a familiares cercanos e innumerables amigos de distintas épocas, ejerció allí a plenitud el periodismo revolucionario posterior a la última etapa de la guerra de liberación, cuya victoria de 1959 él inmortalizó con unos versos que eran poesía, pero —me atrevo a decir— eran también periodismo:
Primero de enero! / Luminosamente surge la mañana. / ¡Las sombras se han ido! / Fulgura el lucero / de la redimida bandera cubana.
Muchos de sus colegas de entonces y ahora deudores de sus enseñanzas, recordamos su voz de barítono, dulce y calmosa tanto para el púlpito como para el escenario y la recitación, moderada pero intensa en el debate político de aquel núcleo del Partido, en el que algunos militábamos gracias a que un día él levantó junto a otros su mano para votar por nuestro ingreso a esa organización.
FIDEL EN EL PERIÓDICO
En las reuniones de aquella célula de la organización muchas veces nos estremecíamos cuando se informaba entre aquel grupo de noveles y consagrados sobre la probable llegada al centro del Comandante en Jefe Fidel Castro, quien acompañaba al colectivo en sus momentos más complejos, célebres y difíciles en medio de ciertos hitos históricos.
Aquel grupo, que integraban tres de los locutores históricos de la insurrecta Radio Rebelde (Jorge Enrique Mendoza, Ricardo Martínez y Orestes Valera), el propio Naborí, los subdirectores Elio Constantín y Tubal Páez, la reportera del cuartel Moncada Martha Rojas, y otras figuras como Gabriel Molina y Héctor Hernández Pardo, también vibraba ante otras presencias del líder de la Revolución en el diario Granma.
Una de ellas era cuando teníamos que revisar las pruebas de plana para la impresión de los discursos del líder, en lo cual participaban siempre la mayoría de los mencionados y, muchas veces, ellos junto a otros periodistas convocados a propósito por Mendoza, el segundo director de Granma (1967-1987, el primero fue Isidoro Malmierca).
La otra referencia sobre Fidel era más aislada, pero también impresionante, pues ocurría, cuando también en medio de una reunión del Partido, sonaba el timbre de un teléfono y, tras una breve espera, Mendoza se ponía de pie como un resorte y levantaba su diestra con el índice hacia arriba en imitación del número “uno”. Silencio total.
Los momentos periodísticos más integrales que recuerdo sobre el Indio Naborí datan de cuando él fue plantilla de la llamada “Página Ideológica” de Granma, donde escribía profundos y documentados artículos y comentarios sobre temas filosóficos e históricos.
Y digo “plantilla” con toda intención pues aunque de modo oficial él trabajaba en aquella redacción, lo cierto es que escribía para las demás, sobre todo para la Cultural, dependencia esta última donde publicaba juiciosos y documentados artículos y comentarios.
DÉCIMAS CON LA OCTAVA PARTE DEL ICEBERG
Era muy conocido entre nosotros que Naborí tenía profundos conocimientos teóricos en especial sobre filosofía, economía, marxismo-leninismo, historia y literatura universales y de Cuba, que afloraban en cada uno de sus trabajos, conversaciones, discursos y, me atrevo a añadir, cada redondilla o décima suya.
La cultura actuó en general en la obra del Indio Naborí de modo parecido a la “hemingwayana” teoría sobre “la octava parte del iceberg”, y esa fue una de las principales razones por las que sorprendía a tantos improvisadores oponentes con colosales metáforas e imágenes, que brotaban, sí, de la inspiración poética, pero también de una vasta reserva gnoseológica.
El bagaje sobre la práctica del reporterismo que acumuló Naborí en el diario Granma tuvo también amplios y sólidos antecedentes aprehendidos de una cantera anterior no menos rica aunque algo distante de los nuevos tiempos: el periodismo clandestino.
Durante la década de los 50’ previa a la victoria de 1959, Naborí integró el cuerpo de redacción de publicaciones opositoras, mediante las que conoció a Fidel Castro y coincidió con Abel Santamaría, Jesús Montané, Raúl Gómez García y otros representantes de la Generación del Centenario.
La revista Bohemia lo acogió en 1957 y en sus páginas escribió y publicó, además de poemas, crónicas, artículos y reportajes durante veintitrés años, mientras por otras vías circuló su poesía movilizadora y revolucionaria en el país, en Venezuela y Estados Unidos, bajo el seudónimo de Jesús Ribona.
También trabajó para el canal 2 de televisión mediante su diálogo “Manengue y Liborito”, en el que satirizaba a la tiranía de Fulgencio Batista, y fundó con Manuel Navarro Luna el programa radial Balcón de América, con comentarios sobre la actividad cultural hispanoamericana.
La emisora Progreso Cubano (después Radio Progreso) lo vio llegar en 1940 como trovador y escritor radial y en 1951 El País Gráfico publicó una selección de sus estampas campesinas bajo el título de “Guardarraya de Sueño”.
EL INDIO SE ENTREVISTA A SI MISMO
Sus aportes en la redacción de Granma condujeron al Indio hasta un importante premio en el concurso periodístico “26 de Julio” de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), el más importante sobre textos de actualidad que concede hasta ahora esa organización.
Pero el “oficio” en periodismo escrito, como en el de otros medios, implica otros atributos y picardías, una de las cuales para un reportero es la relación o equivalencia entre la cantidad de texto y su espacio en el papel.
El jefe de redacción pide determinada cantidad de líneas previa consulta con el diseñador porque ambos saben que esa es la cantidad aproximada para llenar un determinado espacio.
Y esa fue para mí la experiencia suprema para comprobar el dominio integral del oficio por parte del Indio Naborí, aunque por un hecho ocurrido ya algún tiempo después de retirarse él del trabajo reporteril del periódico Granma.
Transcurría el año 2002, en que se celebraba precisamente el 80 aniversario de su natalicio, y la Dirección ordenó una entrevista con él, así es que el jefe de la Redacción Cultural del diario me dijo: “Tienes 40 líneas”.
Llamé a casa del Indio para pedirle el encuentro y tras aceptar y ponernos de acuerdo me dijo:
“Está bien, pero te propongo algo más original: yo escribo las preguntas, me las contesto yo mismo y tú la publicas con tu nombre”. Después, me entregó un manuscrito (el cual conservo) y, para mi asombro, cuando lo digitalicé, equivalía casi exactamente a las 40 líneas requeridas.
Lo que ocurrió después se describe en el siguiente texto de la entrevista, que para mí sigue siendo todavía un hecho increíble, publicada en Granma en la citada fecha bajo el título (ese sí, mío) de “El Indio le responde a Naborí”, y con el cual concluyo este artículo:
“Harto conocida su amplia obra literaria, en la que figuran premios nacionales como el de Literatura y el de la Crítica, no muchos conocen, sin embargo que Jesús Orta Ruiz (el Indio Naborí) dedicó parte de su vida al periodismo y fue fundador del periódico Granma.
“Acudiendo a esa experiencia profesional y ante el privilegio de entrevistarlo por sus 80 cumpleaños (30 de septiembre), acordamos que fuera él mismo quien escogiera cuatro temas poco comentados sobre su vida.
“La entrevista donde Naborí se da a sí mismo las respuestas se produce en su casa en El Vedado, a la que él considera "de mampostería, pero con el corazón de guano".
“Nos encontramos al Indio (así gusta que le llamen todos sus amigos y colegas periodistas, y también que lo traten de tú) inmerso en una agenda plagada de llamadas telefónicas y de los homenajes que se le tributan por estos días, pero no quedan excluidos de la conversación "los recuerdos de los días junto a mis compañeros de Granma, desde que surgió ese diario el 3 de octubre de 1965".
“Durante la entrevista, en la que se simplifican distintas etapas de su prolífica existencia —a lo largo de la cual aparecen escritos 22 libros e innumerables artículos y poesías— es obvio que el Indio convierte intencionadamente en leitmotiv el tema de la educación y la cultura.
¿Cómo fue tu niñez?
—Pan inseguro, calzado imposible, lecho distante. Como la de cualquier familia campesina de la América Latina actual, en la cual, con excepción de Cuba, millones de niños sufren de hambre y de analfabetismo.
“No pocos de esos muchachos nacen —como dijera Miguel Otero Silva— con innatas facultades para desarrollarse como poetas, músicos y pintores, y se quedan mirando la barranca para toda la vida.
“Partiendo yo de un origen semejante, veo con asombro la magnífica siembra de escuelas en nuestro país, donde millones de niños estudian, cantan y sonríen.
¿Cuál fue tu primer trabajo?
—A los once años terminé la enseñanza primaria, pero no pude integrarme de inmediato a los estudios secundarios por la necesidad de incorporarme a un trabajo que pudiera ayudar a mejorar la precaria economía familiar. Ese primer trabajo mío no fue otro que el de pastor de ovejas, por un peso semanal.
¿Cuál ha sido la mayor pasión de tu vida?
—En aquellos tiempos en que me tocó crecer, encontré cierto amparo que podría parecer providencial: un anticipado maestro voluntario, que no solo me impartió clases de seguimiento, sino que también me facilitó libros importantes que leí con avidez y que despertaron en mí el hábito de la lectura permanente.
“Sin este mecenas comunista, Rodolfo Díaz Moya, entonces sí me hubiera pasado lo que a los niños latinoamericanos mencionados antes, que no llegaron a artistas o escritores. Yo no he tenido, pues, una sola pasión, sino tres pasiones: la Revolución, mi familia y los libros”.
¿Cómo te sientes a los 80 años?
—Me siento satisfecho, verdaderamente feliz porque ya es bella realidad presente lo que en mi juventud era el futuro.
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