Abierto al Universo en su colosal grandiosidad, ha vivido el espíritu de Manuel Mendive; de ahí que, ni en el arte, ni en la vida, ninguna de sus expresiones materiales, humanas o divinas le hayan sido del todo ajenas.
En la más límpida naturaleza, donde es posible abrirse plenamente a las maravillas de la Creación, fue a instalarse el artista; lejos del bullicio de la ciudad, justo donde más nítida puede escucharse la voz de los dioses y más claro llega el aliento de la poesía, esa que después logra traducir en dibujos, pinturas, esculturas, performances y hasta plasmar en la piel de sus congéneres.
Así, en calles y plazas de la urbe hemos visto danzar a quienes han brindado su cuerpo como soporte a la obra de Mendive, no importa si atléticos, obesos, agraciados o maltrechos porque en todo encuentra belleza este hombre al que no asusta el carácter efímero de las cosas, si es que pueden perdurar en el recuerdo.
Difícil ha sido para la crítica enmarcarlo en una escuela o estilo. En él la inspiración no va apegada a regla alguna más que la de ser fiel a su verdad y, en ese sincero desapego, hacerse entender hasta por el más sencillo de los espectadores, aquel que sin grandes disquisiciones simplemente se emociona ante la belleza del arte.
En 2001 fue galardonado con el Premio Nacional de Artes Plásticas, reconocimiento que se sumó a muchos otros e hizo justicia a probados talento y trayectoria.
En Manto Blanco, su retiro rural, lo imagino celebrando hoy el haber arribado a un nuevo año de vida, recibiendo los parabienes de quienes con cariño le admiran y rodeado de los buenos espíritus que advierte siempre le acompañan.
Deje un comentario