Más vale precaver


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Las experiencias cubana y universal confirman que, en materia de enfrentamiento a desastres, más vale precaver que tener que lamentar. Expresiones como esta se emplean en tono familiar para prevenir a los niños de algún perjuicio o amenaza potencial. A una escala social, la misma idea se formula como percepción de riesgo y precisamente en ésta - o en la falta de ella- reside el origen de muchos acontecimientos que califican como desastres y cataclismos.

El concepto de desastre es una construcción cultural, que no tiene un equivalente en la naturaleza. De ahí que el muy usado término de “desastre natural” se encuentre cada vez más cuestionado en la medida en que, a fin de cuentas, son los factores humanos los que convierten un fenómeno natural más o menos intenso en un “desastre” como tal.

Para las enciclopedias, desastre es un hecho de cualquier origen que afecta en forma negativa a la vida, al sustento o a la industria y que es capaz de conducir a cambios permanentes en las sociedades humanas, los ecosistemas o el medio ambiente. Los casos extremos de hechos de ese tipo, a tenor de la gravedad de los daños producidos, suelen identificarse como catástrofes o cataclismos y son a menudo recordados incluso durante generaciones.

En el curso de la evolución de la Tierra han tenido lugar numerosos fenómenos naturales que pueden considerarse peligrosos, tales como terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones y tormentas. Cuando ocurren lejos de la presencia humana, tales eventos no constituyen fuente particular de preocupación y de hecho, en ocasiones, han traído aparejados resultados beneficiosos, como la creación de nuevos deltas de ríos y la formación de suelos fértiles alrededor de los volcanes.

Sin intención de enredar al lector en una disquisición terminológica - y por sutil que pueda parecer la diferencia- conviene distinguir en lo adelante tres términos muy interrelacionados: peligro, vulnerabilidad y riesgo. Los tres son utilizados, cada uno por sus propias razones, al describir los condicionantes que confluyen en lo que conocemos por desastre, sea este de origen “natural” o netamente provocado por acciones humanas previas.

La Red Mundial de Academias de Ciencias organizó hace unos años un panel internacional bajo la conducción de la Academia de Ciencias China, con el fin de estudiar la “mitigación de desastres naturales”, el cual fue integrado de inicio por expertos de siete países - entre ellos Cuba- y al que se sumaron con posterioridad representantes de otros países interesados.

Durante varios años, el mencionado Panel trabajó arduamente hasta completar un minucioso y competente informe de su investigación. Por coincidencia, en el transcurso de sus labores ocurrieron desastres de gran severidad en varios países, lo que contribuyó a resaltar la importancia y la urgencia de aplicar la ciencia y la tecnología a la mitigación (que algunos prefieren llamar “reducción”) de los desastres de origen natural. 

La historia de la Humanidad es la historia de la interrelación conflictiva entre el hombre y la naturaleza circundante, en cuyo contexto los desastres de origen natural constituyen un problema de primera importancia en la medida que afectan vidas humanas, su seguridad y el desarrollo de sus actividades. Si bien no somos capaces de revertir las fuerzas naturales una vez que estas se desatan, la ciencia y la tecnología nos han dotado de un conjunto de herramientas que permiten reducir los efectos de los peligros naturales y atenuar la destrucción causada por los mismos.

Los desastres no son, en definitiva, fatalmente inevitables y en todo caso su magnitud puede atenuarse de manera significativa mediante acciones previas que se adopten a partir del conocimiento de sus factores causales o desencadenantes.

En época más reciente un nuevo factor, el cambio climático, ha venido a desafiar las capacidades humanas, al introducir problemas adicionales que son capaces de exacerbar los contratiempos causados por los desastres naturales. De ahí la importancia de reforzar nuestra capacidad para manejar de forma adecuada las situaciones de emergencia de desastre, así como de intensificar las investigaciones orientadas a lograr la mitigación de los mismos.

A fin de cuentas, lo que llamamos desastre natural es la consecuencia de un fenómeno natural peligroso cuando este afecta a comunidades humanas. De ahí que para comprender y describir el desastre como tal, al concepto de peligro natural haya sido necesario adicionar el de vulnerabilidad humana, la cual viene determinada por factores físicos, sociales, económicos y ambientales de esas comunidades.

En el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se subraya que la vulnerabilidad humana como tal no es nueva, pero está aumentando a causa de la inestabilidad financiera y las crecientes presiones ambientales, como las producidas por el cambio climático ya mencionado, las cuales tienen de conjunto un potencial de incremento capaz de socavar el progreso en el desarrollo humano.

Podríamos agregar que, una vez más, tiene lugar la conjugación de factores de orden natural, capaces de desencadenar fuerzas “ciegas” de magnitud impresionante y, al parecer, crecientes con otros factores igualmente adversos para los humanos, pero de un origen y carácter muy distintos, derivados de las condiciones de organización social y que son, en última instancia, determinados por la acción de los individuos y pueden por tanto ser también modificables por éstos.

De hecho, el grado de las pérdidas derivadas de los desastres no guarda necesariamente proporción con la magnitud del fenómeno natural en sí. A menudo las mayores pérdidas están asociadas a la sucesión de eventos pequeños o de mediana escala, que tienen un efecto acumulativo sobre los pobladores, en especial los más pobres.

Al revisar el ya citado Informe 2014 del PNUD, encontramos la impresionante afirmación de que la mayoría de la gente en todo el mundo es vulnerable a eventos adversos de algún grado, sean estos desastres naturales, crisis financieras o conflictos armados, los que se combinan con trastornos sociales, económicos y medioambientales que transcurren a más largo plazo.

El informe en cuestión subraya que algunas personas son mucho más vulnerables que otras y que las normas sociales discriminatorias y las deficiencias institucionales son factores de exacerbación de esa vulnerabilidad, que tiende a dejar en una situación de virtual desamparo a grupos humanos enteros.

Si se analizan de conjunto los elementos de ambos informes, la conclusión que puede extraerse es que el dominio de los aspectos científicos y técnicos es de primera importancia para una eficaz gestión de desastres, pero no es suficiente por sí sólo para lograr la protección óptima posible de la población en riesgo. Los factores sociales, tales como equidad, educación, protección de salud, entre otros, juegan un papel de importancia equivalente.

Los factores apuntados se hacen muy evidentes si se toma en cuenta que la preparación teórica y práctica de las comunidades es determinante, tanto para lograr una adecuada respuesta ante eventos desfavorables, como para acelerar la necesaria recuperación de los daños que hayan podido producirse. Con toda probabilidad, el cambio climático en curso y sus impactos constituyen el mayor de los retos actuales y perspectivos en lo que se refiere a preparación previa y medidas de respuesta frente a posibles desastres de ese origen.

Reportes precisos del Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC) muestran que están aumentando la frecuencia y la intensidad de los desastres atribuibles a fenómenos naturales. Entre 2003 y 2012 se registraron más de 4 mil especialmente preocupantes. En ese periodo más de 200 millones de personas se vieron afectadas por desastres cada año, la mayoría en países en desarrollo y poblaciones más vulnerables, sobre todo a causa de las intensas inundaciones, las sequías y eventos hidro-meteorológicos extremos.

Para enfrentar estos retos se hace indispensable incrementar el nivel de conocimientos en cada país con respecto a los posibles impactos del Cambio Climático y a las posibles medidas de adaptación. Del estudio de estos aspectos se podrán derivar acciones dirigidas a lograr la reducción máxima posible de los eventuales desastres asociados al mismo. Entre esas medidas y de un valor inestimable, están la creación y perfeccionamiento continuo de sistemas de alerta temprana y la educación consecuente de la población en su preparación previa al fenómeno azaroso. La Defensa Civil de Cuba resume de manera elocuente la esencia de la preparación respecto a las medidas necesarias en saber responder a las preguntas qué, cómo, dónde, cuándo y por qué.

Cuba tiene un buen trecho avanzado en materia de reducción de desastres, contando con la ventaja de estudios científicos realizados a lo largo de muchos años, los que se actualizan y perfilan acorde a las necesidades y con una organización social que ha demostrado su eficacia en situaciones verdaderamente críticas. Valga recordar que el azote de tres fenómenos meteorológicos de importancia en el año 2008, que generaron cientos de víctimas fatales en países vecinos, en nuestro caso sus daños humanos combinados no rebasaron la decena de fallecidos por esa causa.

En resumen, los diferentes factores naturales se refuerzan negativamente cuando se combinan con la falta de preparación o el manejo incompetente de las situaciones de emergencia. En otras palabras, los peligros naturales sólo se convierten en desastres cuando se conjugan con vulnerabilidades humanas y son tanto más dañinos cuanto menor es la preparación para enfrentarlos. Más vale, entonces, precaver.


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