Hace unos pocos días escuché al Héroe de la República de Cuba y Vicepresidente de la Sociedad Cultural José Martí, René Rodríguez, hablar sobre la necesidad de sembrar en la conciencia ciudadana las ideas y el ejemplo de José Martí. Comparto plenamente esa propuesta porque en Martí se resume lo mejor del pensamiento cubano hasta su época y porque, además, sigue siendo nuestro contemporáneo.
Mucho hay que agradecer al albacea literario de Martí la conservación de su papelería y el haberle inculcado a su hijo la devoción por el Maestro y la protección y resguardo de ese tesoro y su publicación en decenas de volúmenes de sus obras completas conocidas hasta entonces. Gratitud eterna a Gonzalo de Quesada y Aróstegui y Gonzalo de Quesada y Miranda.
La figura de Martí se fue agigantando de tal manera después de su muerte que obtuvo el mayor reconocimiento de su pueblo, que le otorgó el epíteto de El Apóstol, el que porta y enseña la verdad con su palabra y su ejemplo.
Martí se convirtió en referencia obligada para los políticos cubanos de distintas banderías. Citarlo era un modo de justificar lo que se decía. Tal magnitud poseía la figura de Martí que hasta los gobiernos corruptos de la pseudo-república idearon la construcción de una gran plaza cívica alrededor de la cual se harían las construcciones de los ministerios del gobierno y en el centro de la plaza se erguiría un monumento descomunal para honrar la figura de José Martí. Es el lugar que fue rebautizado como Plaza de la Revolución.
Ahí se llegó después de largos años de estudios y publicaciones sobre la vida y la obra de Martí y de un movimiento popular de creación de rincones martianos como sitios de convocatoria al recuerdo. Hasta en escuelas privadas para pequeña y mediana burguesía como en la que cursé la enseñanza primaria, el Instituto Edison, en el barrio de La Víbora, existía un amplio rincón martiano al que cada viernes, durante el acto cívico matutino, el niño y la niña más destacados durante la semana en cada aula, recibían el honor de depositar flores ante el busto de Martí. Allí también, el juez de los pobres, el Dr. Waldo Medina, animó a fundar la Orden de la Rosa Blanca, como un movimiento infantil masivo para estudiar la vida y la obra del Apóstol.
A hombre tan inteligente y sagaz como Julio Antonio Mella, quien junto a Carlos Baliño fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba, le debe haber interesado profundizar en lo que su compañero, que había sido uno de los miembros del Partido Revolucionario Cubano creado por Martí, podía contarle sobre este. Rápidamente Mella apreció la profundidad del pensamiento martiano y de su actualidad para los revolucionarios de la Cuba de su tiempo. Intelectuales como el Historiador de la ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, se dio a la tarea de hacer publicaciones temáticas sobre el pensamiento martiano sobre temas fundamentales como Martí antiimperialista, Martí y las razas. Porque la obra martiana está dispersa en artículos, discursos, cartas, diarios, poemas y resulta un tanto difícil hurgar entre tantas miles de páginas. De ahí la gran utilidad de los trabajos de Emilio Roig. Si bien los trabajos académicos eruditos son fundamentales, no los son menos los trabajos de popularización para un uso masivo. Hoy tenemos la suerte de disponer de un Centro de Estudios Martianos, una Oficina del programa martiano, una Sociedad Cultural José Martí, un Programa Mundial de Solidaridad José Martí y un Premio Internacional José Martí, estos dos últimos con el coauspicio de la UNESCO y la papelería martiana es parte de los archivos mundiales que la UNESCO reconoce.
Las herramientas existen. Con voluntad política se puede hacer mucho en esa tarea de sembrar a Martí.
Y al sembrarlo no hay que mutilarlo, sino recolectar y organizar con sentido pedagógico.
Martí daba un valor máximo a las ideas. En su última carta a Manuel Mercado, horas antes de su muerte en combate, presentía su desaparición física, pero aseguraba que sus ideas perdurarían.
Ya había escrito: Sombra es el hombre, y su palabra como espuma, y la idea es la única realidad. (4-387)
Si somos lo que somos, no es por nosotros mismos sino por la idea que encarnamos, que nos da autoridad y prestigio… Por nuestra idea, pues, somos lo que somos. (22-13)
No es mi nombre, miserable pavesa en el mundo, lo que quiero salvar: sino la patria. No haré lo que me sirva, sino lo que la sirva. (2-417)
Martí sabía que la lucha por las ideas justas produciría mártires y héroes, pero confiaba en la victoria: Tengo fe en que el martirio se impone, y lo heroico vence. (1-84)
Todo ello iba unido al sentido del deber de servir a los demás. Fue por eso que cuando le escribió a Máximo Gómez para que aceptara la jefatura del Ejército Libertador que debía organizarse para el nuevo empeño independentista cubano le ofreció, como única recompensa, el placer del sacrificio y la probable ingratitud de los hombres. Martí, que siempre vestía de negro en señal de luto por su patria esclavizada y llevaba en uno de sus dedos un anillo de hierro con la palabra Cuba inscripta en él, que su madre le mandó a hacer con hierro de las cadenas que cargó en el presidio político, era en extremo exigente con su propia persona para servir de ejemplo a los demás. El creía que: Tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellos exponga la vida. (1-178)
A la patria no se le ha de servir por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquier otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil. (1-196)
Sobre los hombres públicos planteaba: Lo primero que ha de hacer el hombre público, en las épocas de creación o reforma, es renunciar a sí, sin valerse de su persona sino en lo que valga ella a la patria. (8-228)
Para los héroes tenía el más profundo respeto y admiración por su función social regeneradora: Se afirma un pueblo que honra a sus héroes. (8-192)
El que no sabe honrar a los grandes no es digno de descender de ellos. Honrar héroes, los hace. (9-404)
¡Desventurado el que no sabe agradecer! (7-109)
A esto añadía: En una sociedad, el de más condición es el que mejor la sirve. (2-5)
Servir es nuestra gloria, y no servirnos. (4-163)
Martí creía en el valor del sacrificio en bien de los demás. Eso es parte de su formación cristiana. Aquí algunas de sus afirmaciones:
La fuerza está en el sacrificio. (3-266)
Los tiempos grandes requieren grandes sacrificios. (2-163)
Sólo los que se saben sacrificar llegan a la vejez con salud y hermosura. (2-116)
Los que no tienen el valor de sacrificarse han de tener, a lo menos, el pudor de callar ante los que se sacrifican. (3-263)
Lo que se sacrifica en bien de todos refluye luego en bien de cada uno. (7-168)
Sobre el ejercicio del poder político Martí hizo las siguientes observaciones: Al poder, claro está, ¿cómo han de faltarle amigos?
Sólo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes.
La indiferencia del poder es la prueba más difícil y menos frecuente de la grandeza del carácter. (10-177)
Martí fue un excelente escritor, tanto que abrió una era nueva en la prosa castellana, pero como organizador político conoció bien el valor de la palabra hablada que dialoga con un público presente: Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están de más cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden. (4-248)
¡Grande es la palabra cuando cabalga en la razón! Penetra entonces más que la más larga espada. (11-156)
La palabra hablada… funde a los hombres más que la palabra escrita. (11-263)
Estas enseñanzas valen tanto para los cuadros de dirección como para los comunicadores sociales.
De gran interés resulta esta definición martiana de la política: La política científica no está en aplicar a un pueblo, siquiera sea con buena voluntad, instituciones nacidas de otros antecedentes y naturaleza, y desacreditadas por ineficaces donde parecían más salvadoras; sino en dirigir hacia lo posible el país con sus elementos reales. (4-248)
La política, o modo de hacer felices a los pueblos, es el deber y el interés primero de quien aspira a ser feliz, y entiende que no lo puede ni merece ser quien no contribuya a la felicidad de los demás. (4-303)
En plegar y moldear está el arte político. Sólo en las ideas esenciales de dignidad y libertad se debe ser espinudo, como un erizo, y recto, como un pino. (10-250)
El deber es absoluto; pero la política es relativa.
El pensador propaga, y el gobernante acomoda. Política es eso: el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta; de conciliar la fiera egoísta con el ángel generoso; de favorecer y de armonizar para el bien general, y con miras a la virtud, los intereses. (12-57)
Las anteriores son enseñanzas que están más allá de cualquier coyuntura. En verdad, Martí es un tesoro de ideas inspiradas en el bien. Es el mayor patrimonio del pueblo cubano. Acudir a sus enseñanzas siempre nos devolverá con mayor esclarecimiento para nuestro accionar.
Si en nuestras escuelas debe haber, desde la enseñanza primaria, asignaturas como Educación para la salud, Estudios de la naturaleza y Educación cívica, no debería faltar un seminario martiano adecuado a cada grado.
Porque si alguien pensó en la república que podíamos ser, independiente y solidaria, antiimperialista, latinoamericanista y caribeña y universal, basada en el trabajo y el estudio, en la justicia social y el respeto a la dignidad plena de cada ser humano, ese, fue José Martí.
Su cadáver, capturado por el enemigo, fue objeto de varios entierros y desentierros antes de que sus restos fueran depositados en el lugar actual en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Quiso el destino que aquel habanero muriera en combate en Oriente, en tanto que el Mayor General Antonio Maceo y Grajales, nacido en Santiago, muriera en combate en las afueras de La Habana y sus restos estén sepultados en el Cacahual. La historia tejió con ellos el lazo de la unidad de nuestra nación, completado decenas de años después con la presencia en Cuba de un argentino universal, émulo de las gestas de la invasión maceísta de oriente a occidente y comandante de la liberación de Santa Clara, golpe de gracia a la tiranía batistiana y las maniobras continuistas que querían escamotear el triunfo de la revolución encabezada por Fidel.
Martí en Oriente, Maceo en Occidente y el Che en el centro del país, conforman el triángulo simbólico del martirio y el heroísmo de los que mueren –y parafraseo a Martí- en brazos de la patria agradecida, donde la muerte acaba y empieza al fin, con el morir, la vida.
Nota: Las citas de José Martí fueron tomadas de las Obras Completas publicadas por la Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. Al final de cada una se indican, entre paréntesis, número del tomo y la página correspondiente.
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