Corren momentos de profundos cambios y transformaciones para Cuba dentro del contexto nacional e internacional. Momentos que requieren de un análisis cuidadoso y esencial por parte de todos los cubanos, porque cada uno de ellos exhorta a un alerta profundo de nuestras raíces históricas, de nuestros principios pero, ante todo, a la preservación y consolidación de un tesoro inacabable e irredento: nuestra Cultura, y sus implicaciones en nuestra soberanía nacional.
Como el empeño de meditar no lo considero infructuoso es por ello que vale la pena remitirnos y detenernos en algunos elementos que, aunque para muchos resultan inolvidables, para otros son desconocidos (en específico, los más jóvenes), sin importancia, o simplemente porque fueron recepcionados dentro de un gran avatar académico de materiales diversos promovidos para el conocimiento, y que bien vale la pena profundizar en algunos de ellos, por su inconmensurable vigencia.
“La Cultura de Cuba republicana se inicia bajo el signo de la frustración política”, destacó el historiador José Antonio Portuondo, luego que el poder neocolonial (o la llamada pseudo-república), fue echada a andar en este inmenso Archipiélago a principios del pasado siglo, comienza a expandirse un gran sentimiento de impotencia y frustración dentro de la intelectualidad, la que urge por un movimiento de reformas.
“Frente a la injerencia extranjera, la virtud doméstica”, exhorta el patriota, diplomático y tribuno Manuel Márquez Sterling, con vista a adoptar acciones encaminadas contra la corrupción gubernamental política y administrativa, contra el desamparo social, contra el atraso económico, alto nivel de analfabetismo y, en específico, por la defensa de la Cubanidad y contra el Anexionismo.
A lo largo de más de medio siglo en todo el país, numerosas instituciones y publicaciones se encargarían de realizar —entre silencios y elocuencias—, lucha tesonera contra ese mal que aún azota a buena parte de nuestra América india, negra, mestiza y blanca; a buena parte de sus gobernantes mercenarizados de aparentes pupilas cerradas.
Tomemos tan solo como paradigma —entre otros de incalculable valor histórico y literario—, en aquella primera generación de intelectuales de inicios de la mal llamada República, a la Sociedad de Conferencia (1910-1915), la Academia de la Historia y de Artes y Letras, de rigor académico, y la revista Cuba contemporánea (1913-1927), con el objetivo de que mediante la Cultura, se arraigara y consolidase la conciencia de cubanía. El humor gráfico representado en La política cómica, la que hizo del choteo su arma fundamental contra los desmanes sociales, y a dos figuras fundamentales en ese género como Ricardo de la Torriente, creador del personaje “Liborio” (1) y a Eduardo Abela, creador a su vez de “El Bobo” (2).
Calificado como el tercer descubridor de la Isla, el talentoso etnólogo, antropólogo, folklorista, educador, jurista, promotor cultural y escritor don Fernando Ortiz, además de ser “el gran alterador de la pequeña burguesía reformista de su tiempo”, confió ante todo en el papel de la Cultura como senda reinvindicadora de pensamiento y conciencias; promovió investigaciones sobre la cultura popular tradicional de Cuba —apoyó en esta labor a intelectuales como Lydia Cabrera—, al revelar un mundo oculto de creencias y mitos mantenidos a través de la oralidad, además de crear publicaciones como la revista Bimestre Cubana (1910-1959), el noticiero científico cultural Revista Ultra y la Colección de Libros Cubanos (1923) para investigar las raíces de nuestra nacionalidad; creó en 1937 la Sociedad de Estudios Afrocubanos, entre otras sobresalientes iniciativas de estudios e investigaciones producidas a lo largo de su vida.
Tras la derrota del nazi fascismo en Europa, su libro El engaño de las razas (1946), fue una de sus obras más contundentes contra la discriminación racial y la xenofobia. En la poesía, altos pilares sustentaron escritores como Bonifacio Byrne (1861-1936, Mi bandera, contra la intervención norteamericana); Enrique Hernández Miyares (1859-1914, Las dos banderas, y el soneto La más fermosa, contra el Tratado de Reciprocidad Comercial), José Miguel Poveda (El trapo heroico) y Esteban Borrero (1849-1906, relato El ciervo encantado).
Las tablas palpitan y conmueven corazones con puestas en escena como La casita criolla y La segunda república reformada, aludían a los males de la República.
Al respecto el inolvidable humanista Raúl Roa García señaló: “(…) Un lacerante sentimiento de frustración invadió a las masas populares hasta sumirlas, largos años, en el descontento, la pasividad y el escepticismo. La válvula de escape de aquella atmósfera enrarecida y agobiante fue el choteo y la trompetilla, a la vez catarsis, autodefensa y desquite del inconsciente social rebelado”.
Período de profundas crisis, descontento popular y atropellos contra la soberanía nacional fue el comprendido entre 1923 y 1933, período más conocido con el nombre de Década crítica. Durante él se producen hechos como la Protesta de los Trece, el Manifiesto del Grupo Minorista, el movimiento de Reforma Universitaria, el fracaso del Movimiento de Veteranos y Patriotas, la fundación del primer Partido Comunista, el Congreso de Mujeres, la apertura de la Universidad Popular “José Martí”. Y junto a esos hechos, figuras de relieve político e intelectual comprometidas con el pensamiento de nuestros Próceres independentistas como Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Enrique José Varona, Juan Marinello y Emilio Roig de Leuchsenring. El militante comunista Juan Marinello, integrante del Grupo Minorista (1927) afirmó:
“Hay que ofrecer justo relieve a la publicación del Manifiesto del Grupo Minorista (…) Escritores y artistas de obra muy diversa se manifiestan allí por la revisión de los falsos valores; por el avance del arte nacional, abierto a las manifestaciones universales; por la divulgación de las más recientes doctrinas artísticas y científicas; por la reforma de la enseñanza pública; por la autonomía universitaria; por la independencia económica de Cuba y contra el imperialismo yanqui; contra las dictaduras políticas unipersonales en el mundo, en América y en Cuba; contra el sufragio engañoso y por la efectiva participación del pueblo en el gobierno”.
En el caso del joven estudiante universitario y militante comunista Julio Antonio Mella, “fue quien unió la preocupación intelectual con el movimiento revolucionario de la clase obrera; unió el pensamiento político y social al desarrollo de las contradicciones de clases. Para los intelectuales, Mella legó el mensaje de que sólo en los cambios de la Revolución social encuentra la creación intelectual su verdadero sentido, su carácter profundo”. (3)
Asimismo artistas de la Plástica reflejaron en muchas de sus obras la situación en los campos cubanos, la pobreza y el hambre presentes en numerosas familias y en los niños que los poblaban o llevando a través del pincel y el lápiz el panorama social de la Isla. Son algunas de las obras de Víctor Manuel, Eduardo Abela, Wifredo Lam, Carlos Enríquez…
Por su parte, la Revista de Avance —la que incluyó plumas como las de Jorge Mañach y Francisco Ichaso—, sin ser de tendencia radical, denotó en ocasiones posiciones oportunas como fueron la independencia de Puerto Rico y denuncias contra la Enmienda Platt y el fascismo en Europa.
Posteriormente en la etapa de posguerra, un nuevo factor hostil se interpuso en la senda hacia la verdadera cultura nacional. Al decir del connotado político cubano Carlos Rafael Rodríguez: “El imperialismo de Estados Unidos sustituyó al alemán como centro de reacción en el mundo. Para cumplir sus fines imperiales, complementó su agresiva política militarista con un despliegue ideológico cuyo acento recaía en dos puntos esenciales: el anticomunismo y el cosmopolitismo. La doctrina de que la concepción de la soberanía nacional resultaba anticuada, “obsoleta” (…) en lo artístico. Lo “nacional” empezó a presentarse como un rezago del siglo XIX. Toda alusión al “contenido” de la obra era eliminado con gesto desdeñoso y aparecía en disonancia con las modalidades artísticas up to date (…) Una nueva inquisición, sutilmente esparcida en todos los terrenos, desde la “pura” crítica literaria a la limitación brusca y brutal de las fuentes de trabajo, ha perseguido a los creadores”. (4)
Martí, más que nunca entre nosotros
“(…) Pero otro peligro corre, acaso nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña (…) como su decoro de república pone a la América del Norte, ante los pueblos atentos del Universo, un freno que no le ha de quitar la provocación pueril o la arrogancia ostentosa, o la discordia parricida de nuestra América, el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada solo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños (…)”.
Premonición martiana ante los hechos que, tras su heroica caída en Dos Ríos en mayo de 1895, pero evidentes desde mucho antes, ocurrieron y continúan ocurriendo en algunas de las Repúblicas americanas carentes de gobernabilidad propia en gobernantes sietemesinos desprovistos (también) de valores propios.
José Martí, Antonio Bachiller y Morales, Fernando Ortiz, Raúl Roa, Juan Marinello, Armando Hart y Roberto Fernández Retamar, entre otros intelectuales, son exponentes del discurso cultural post-colonial de nuestra América cuando parten del rompimiento de los proyectos políticos y culturales procedentes de Europa y Estados Unidos, y de la necesidad de su aprendizaje y transformación para profundizar en los mecanismos de control hegemónicos y en la organización de una resistencia cultural auténtica, basada en la búsqueda de las raíces y de la identidad que se articula en este otro lado del mundo. Para el caso específico del Caribe, se revela la inexistencia de un discurso genuinamente nativo al ser un área de pueblos cuya matriz auténtica (la población aborigen) fue exterminada durante el proceso de conquista y colonización por parte de España. Así, el no ostentar un referente real y vivo de lo autóctono aborigen ha convocado a la región caribeña a reconocerse en sus prácticas, tradiciones y costumbres provenientes de los diversos pueblos que han nutrido y conformado el concepto de identidad cultural, con características muy particulares en cada zona geográfica.
Es imprescindible que tomemos muy en cuenta las posibles transformaciones de la Cultura a partir de las nuevas tecnologías; esfera que diseña áreas sociales hegemónicas a través de discursos hegemónicos, que conllevan a un encubierto proceso de represión de la identidad y diversidad cultural, si no se hayan plenamente enraizadas y clarificadas en mentes y conciencias el conocimiento de la historia, de la literatura…de esas ciencias que, en lo social, conforman pertenencia, espíritu, corazón y, ante todo, unidad de pueblo y nación.
No permitamos que los espacios de Cultura se conviertan en un universo de redes y portales que permita ampliar la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados. La cultura hegemónica se esmera en hacer pensar únicamente en los códigos de la inmediatez, lo industrial, lo moderno, lo confortable, lo propio, lo placentero, lo simple, lo fácil… Es la nueva tecnología de las esperanzas y las expectativas, como parte de la ingeniería del consenso creada al servicio del capital. Tecnología que tan solo apunta al futuro —porque no puede detenerse a explicar las crudezas del presente y se bloquea ante la historia—, y frente a la memoria es altamente corrosiva pues su producción industrial de consumidores exige altas concentraciones de amnesia masiva. Para generarla se emplea toda la diversidad de aparatos culturales disponibles.
Tan solo recordemos cómo somos culturalmente. Para los europeos y, en especial para los norteamericanos —hablemos de gobernantes—, sin duda alguna, los latinoamericanos (y en especial los cubanos), somos pueblos maravillosos; ejercemos la creatividad, la sensualidad y la originalidad. Somos talentosos científicos, artistas, escritores, poetas… Al igual que magníficos profesionales de la salud, científicos, deportistas… No obstante (¡e increíblemente!) habitar en un Archipiélago de más de 114 mil kilómetros cuadrados de superficie y de poco más de doce millones de habitantes. Mas, cuando nos proponemos la realización de cambios sociales estructurales —producto de políticas seculares foráneas de ignominia colonial y neo-colonial en nuestra Historia—, entonces nos observan con temor. Un temor desmesurado ante nuestros planteamientos y disposición firme de continuar, de avanzar a toda costa.
Ante los próximos acontecimientos por venir producto del restablecimiento de relaciones entre los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos y los continuos contactos entre funcionarios de ambas partes, las expectativas aumentan a nivel internacional. Algunos tratan de ser profetas —sin bolas de cristal ni turbantes—, e imaginan que Cuba será el último reducto del Socialismo en el mundo, tras las festinadas experiencias acontecidas años atrás en los países del llamado bloque oriental europeo encabezado por la URSS. Y es que se está tratando de desacreditar y manipular el valor genuino y humanista que llevó al poder hace más de medio siglo a una Revolución como la cubana, la que tuvo como cimiente fundamental la unidad del pueblo y su cultura. Durante una reciente entrevista al asesor del Presidente cubano y escritor, Abel Prieto, éste puntualizó que: “Fidel trazó una política cultural muy distinta del “realismo socialista” de Europa del Este, muy abierta, muy unitaria, con una implicación constante de los artistas de todas las generaciones y de todas las tendencias. Esta política cultural nos salvó pues nuestros enemigos nunca han podido contar con una quinta columna en la intelectualidad cubana. Jamás hubo una oposición intelectual en Cuba a sueldo de Estados Unidos (…)”.
De todo ello nos alertó nuestro José Martí en fecha tan temprana como la segunda mitad del siglo XIX, al conocer del desarrollo desmesurado del naciente Imperio norteamericano.
No es fortuito que Fidel catalogara alguna vez a Martí como el más universal de todos los cubanos. Su actualidad nace de la historia como proceso inacabado. Los problemas del mundo de hoy tienen tanto en común con los que nuestro Héroe Nacional conoció y avizoró, que el calado de su análisis nos llega como un referente imprescindible.
Rememorar a Martí quien llamó al logro del equilibrio entre el ser y el deber ser, pero a partir del conocimiento y el sentir, del conocimiento y la emoción.; cambios en nuestro país que deben hacerse de forma equilibrada, paso a paso, y sin temor. Salvar, ante todo, la obra gigantesca de nuestra Revolución. Lograr que nuestra juventud sienta y vibre con la Revolución pero que lo haga producto de convicciones propias, no de falsas consignas o de acciones que caen en el formalismo; que investigue y analice a profundidad los intereses reales que secularmente han movido y mueven al vecino del Norte en su expansión y dominio en este continente.
Así, defendamos, muy unidos, nuestra Cultura afianzándola en valores humanos, espirituales, revolucionarios; porque prevalezca, ante todo, nuestro patriotismo, dignidad y nuestra posición indeclinable contra cualquier tipo de maniobra que alimente o secunde un pensamiento dirigido a la anexión. Porque Martí prevalezca más que nunca entre nosotros.
Notas
(1) La caricatura de Liborio “no era nada del otro mundo, pero personificaba al pueblo cubano, al cual le pasaban las cosas peores y de ahí la popularidad de De la Torriente. De esta forma fui descubriendo los primeros 25 años de La Política Cómica. Lo personificaba como racista y esto lo observamos en una figura tan querida y admirada como el periodista y amigo personal de José Martí, su hermano negro Juan Gualberto Gómez, al que De la Torriente lo trataba de forma humillante. Asimismo, estaba en contra de los derechos de la mujer, la que no tenía derecho al voto, al divorcio…Estaba también contra la lucha por los derechos y reivindicaciones del trabajador y, en específico, del obrero cubano, además de ser un cambia casaca de todos los candidatos a la política (…) Un punto clave en todo esto fue la visión de dicho autor sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Era una posición de dos caras, puntualizó. Por una parte, observaba al vecino del norte como el responsable del orden en el continente y, en específico, en la Isla. Pero al mismo tiempo, estaba en contra de la injerencia norteamericana (¡¡Injerencia, NO!!). Así transcurren los 25 años de La Política Cómica, de Ricardo de la Torriente, siendo dueño, dibujante y director de ese semanario” (“Caricatura de la República”, conferencia dictada por la profesora universitaria doctora Adelaida de Juan, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, La Habana, abril 2015).
(2) “El caricaturista Abela nunca le puso nombre a su personaje. Fue el propio pueblo quien gustaba de sus caricaturas, y las leía con avidez. El Bobo decía cosas, satirizaba la situación política y social existente en el país, pero se hacía el bobo, producto de la censura de prensa existente. A diferencia del Liborio, De la Torriente con sus versitos o textos ramplones, Abela al ser pintor revoluciona las formas de la caricatura, del humor gráfico; además de que establece diálogos sugerentes, desconfiados, debajo de sus diseños”. (Ibídem)
(3) Armando Hart Dávalos. Fragmento de discurso pronunciado el 10 de enero de 1964. Periódico El Mundo, 11 de enero de 1964.
(4) Carlos Rafael Rodríguez, Suplemento Mensajes, 1956.
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