El pasado 10 de enero se inauguró en la Galería Carmen
Montilla, ubicada en la calle de los Oficios entre Amargura y Teniente Rey en
la Habana Vieja, la exposición En nombre
de las cabras, de la artista de las artes plásticas Martha Petrona Jiménez
Pérez, una muestra que desde un rico lenguaje metafórico valida la sostenida
relación de su autora con el patrimonio cultural cubano no solo desde la
perspectiva de contribuir desde el arte contemporáneo a la cualificación del
inmuebles y espacios declarados, como trataré de ilustrar en este espacio, sino
también por ser expresión de un documento histórico cultural de encomiable valía.
Una aproximación a la producción artística de Martha Jiménez indica que no es posible separar el lenguaje artístico del documento cultural que atesoran sus piezas, en tanto uno y otro se complementan para ofrecer auténticos pasajes del mirar antropológico a segmentos de la sociedad cubana en ocasiones silenciados ante la ausencia de un acercamiento con centro en su dinámica interna. El premio que la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) le entregara bajo el concepto de “la creatividad en el ámbito de la artesanía en cerámica” durante la Feria Internacional de Artesanía en La Habana en 1997 no solo reconocía las loables soluciones técnicas de esta artista en el quehacer cerámico, sino también la capacidad de revelar modos de vida y concepciones que desde lo tradicional modelan el ser contemporáneo. A las puertas del 20 aniversario de este lauro y so pretexto de En nombre de las cabras, les invito a un recuento de la relación de Martha Jiménez con el patrimonio cultural cubano.
Para ello, y en primer orden, resulta necesario
declarar algunos de los factores que intervienen en el manifiesto equilibrio entre
tradición y modernidad en su obra, al margen de manifestación y técnicas
artísticas, particularmente en tres de ellos: el origen de la autora, su
formación y la capacidad de traducir con particular gracia la multiculturalidad
de sus personajes.
Martha Jiménez nació en San Germán en 1948, uno de los pueblos que adquirió consolidación con el trazado del ferrocarril central de la isla en la oriental provincia de Holguín a inicios del siglo XX. Allí, en un ambiente donde la familia constituyó el núcleo configurador de las costumbres y las tradiciones, se forjó el universo de Martha con su madre como célula primordial. En relación con su formación se ha de destacar la Escuela Nacional de Instructores de Arte en las especialidades de dibujo, pintura, escultura, cerámica y grabado, entre 1960 y 1965, espacio de diálogo e interacción con una generación de creadores que desde lo local ofreció a las artes plásticas cubanas una riqueza temática sin precedentes hasta entonces; buena parte de ellos sólidos pilares del arte contemporáneo de la nación. Durante años, desde la Casa de la Cultura Ignacio Agramonte en la ciudad de Camagüey, Martha compartió su experiencia con niños y jóvenes, al tiempo que cursaba la licenciatura en Artes Plásticas (culminada en 1991) para más tarde, a partir de 1993, integrar el claustro de profesores en la Escuela Profesional de Arte junto a Gabriel Gutiérrez, Manuel Alcaide Magendie y Osvaldo Rodríguez Petit, entre otros. En la relación profesor-alumno Martha encontraría un inagotable caudal de inquietudes socioculturales, mientras la Historia del Arte le develaba una obra que por legitimada se erigía en paradigma del arte universal.
Desde esas perspectivas: el patrimonio cultural
consolidado en su natal San Germán a partir del ámbito familiar y una
formación en la que lo popular y lo académico se fundían con naturalidad,
Martha dio riendas sueltas a una ingeniosidad que le llevaría a narrar escenas
cotidianas de grupos y sectores sociales invisibles hasta entonces en los
barrio de Santa Ana y El Carmen; historias de una realidad social que por gozar
de intrínseca libertad dista con creces de todo servilismo y reclamo de un
espacio legitimador. Así, lejos de un análisis interpretativo en pos de un
entendimiento y compresión de la realidad en el sistema forma de sus piezas,
Martha penetró en los intersticios de la cosmogonía a representar y constató la
existencia de virtudes y valores propios, fruto de una dinámica sociocultural
que por su particularidad resultaba inexplicable a otros planos y ámbitos
culturales.
Al mismo tiempo, consideró que se trataba de un escenario que merecía ser documentado desde su quehacer y segura de que sus personajes no solo tenían voz propia, sino que además podrían sus textos habitar en los más disimiles espacios de la geografía cultural cubana, optó por reconocer con total desenfado o candidez el estado de satisfacción y realización personal y social que acompañaba cada propuestas o modo en que sus miembros enfrentaban la realidad contextual. Antropológicamente podría plantearse que Martha Jiménez penetra en la telaraña a la que alude Clifford Geertz y atrapa en sus piezas el universo simbólico de sus personajes.
El Museo Nacional de la Cerámica, entonces con sede en el Castillo de la Real Fuerza, y la Feria Internacional de Artesanía de La Habana propiciaron con sus convocatorias la inscripción de Martha Jiménez en la salvaguarda del patrimonio cultural cubano tanto en el ámbito nacional como internacional a partir de 1994. Sus vasijas y esculturas en terracota sirvieron de carta de presentación y el referido premio Unesco en 1997 selló definitivamente el vínculo. En agosto del año siguiente sus obras estuvieron presentes en la Feria Internacional de Chile y en octubre de 1999 incorporó una pieza a la colección del Museo de Arte y Oficio de la Villa de Pézenas, en Francia. Mujer con candil, Clavelito y Abuela con saltamontes, de l997, son títulos representativos de estos años.
El primer lustro del siglo XXI afianzó su posición en el Caribe y América Latina al exponer en la Galería Aragua, de República Dominicana (2000), y el Centro Nacional de Artes Cenar, en El Salvador (2001). En abril del 2001 expuso en el Museo de Arte de la Universidad de Míchigan, en la ciudad norteamericana Ann Arbor y por entonces el Museo Provincial Ignacio Agramonte y Loynaz ingresó a la colección de artes plásticas la obra Forseslle (2000).
Pero el vínculo de la artista con el patrimonio alcanzó insospechada notoriedad a partir del 2002, año en que la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey asumió la rehabilitación de la Plaza del Carmen —Monumento Local desde 1941 a iniciativa del Club Rotario de Camagüey y conjunto urbano integrado al Centro Histórico, Monumento Nacional desde el 10 de octubre de 1978—. El proyecto, a cargo de la arquitecta Yaxelys González Carmenates, asumió un conjunto escultórico de la autora que con el paso del tiempo se ha erigido en imagen del área declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en el 2008. En ellas recreó Martha una de sus emblemáticas piezas de los años 90: Las Chismosas —ahora con la posibilidad de dar participación del público—, a la que sumó El lector de periódicos y una representación de Matao, líder natural del barrio en la primera mitad del siglo XX. Por la solidez de la obra y su significación cultural uno de los inmuebles de esta plaza pasó a ser sede de la Galería-Taller Martha Jiménez, cualificando con ello el área declarada.[1]
El segundo lustro subrayó lo alcanzado. En la producción artística resultaron medulares las exposiciones Lo nuestro es nuestro y Lo llevo dentro, en febrero y noviembre del 2004 respectivamente, año en que Martha fue invitada a la Exposición Colectiva que acompañó el “Encuentro de Culturas Latinoamericanas” celebrado en Mérida, México y, tres años más tarde, en el 2007, a la Universidad de Des Moines, capital del estado norteamericano de Iowa. En este año Martha Jiménez fue seleccionada para representar a Cuba en el Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), con sede en Montreal, Canadá, con el tema Lo cubano en la escultura contemporánea de Martha Petrona Jiménez.
En el centro de esta trayectoria estaba el patrimonio cultural cubano, en un modo de hacer que daba al traste con tendencias, autores y lenguajes; solo sus personajes y la realidad circundante definían la composición, los materiales, las técnicas, los colores, en fin, el estilo. Los protagonistas de Santa Ana y el Carmen se erigieron en voces de lo insular, del Caribe, de lo americano y lo universal. Acompañaron a Homenaje al taburete (1992), El jarrón o La jarra, de la serie Lo llevo dentro (2004) con sus texturas rememorando el cuje como noble material utilizado por los aborígenes y; en sus múltiples variantes, las voluptuosas mujeres de La colmenera (2002), la serie Jaba (2005), y Ascensión, Carrusel o Leda y el cisne, de Conjuros (2006); El anhelo de mi madre (2009) y Homenaje a Eleguá (2012), entre muchas otras.
En su relación con el arte en Europa, Martha Jiménez colocó en un espacio público de Eskisehir, en Turquía, cuatro esculturas monumentales con el tema de “mujer-jaba”, lo que la declaraba embajadora del arte cubano en esos lares. En el 2015 integró la exposición colectiva de cubanos en Praga.
En nombre de las cabras no da la espalda a ello, bastará una fugaz mirada a estas obras para ver en el domesticado animalillo su potencialidad para saltar y escalar montañas. No se lamenta, no gime y su malabarista equilibrio no nos coloca ante un brillante espectáculo de circo; en su lugar, agotado el instante del goce retiniano, nos estremece la dignidad de su introspección, la nobleza de su porte, la grandeza de su pequeñez. Lo difícil de ser hembra (Técnica mixta sobre lienzo, 2016), Carrusel (Tinta y aguada sobre cartulina 2017) y Bendita (Bronce, 2017), bastarían como ejemplo.
Atesoran piezas de Martha Jiménez en Cuba, además de las referidas instituciones, el de Arte Colonial y el de la Cerámica en La Habana Vieja y la Casa de las Américas. Aproximarse a la Galería Carmen Montilla por estos días, permitirá constatar un modo sutil y sincero de aprehender lo cubano.
[1] En las entrevistas realizadas a los aspirantes a la carrera de Licenciatura en el Arte de la Conservación que ofrece la Universidad de las Artes entre el 4 y 7 de enero, dos estudiantes calificaron el referido conjunto escultórico de Monumento Nacional, muestra del reconocimiento alcanzado por el mismo en el plano cultural.
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