Marta Abreu en el recuerdo


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En el Parque Vidal, antigua Plaza de Armas de Santa Clara, se erige el monumento a una mujer. Pero no es esta la única evocación: hay calles, fábricas, escuelas y una universidad con su nombre, incluso así han bautizado a muchísimas niñas en su tierra natal; varios estudios biográficos destacan su existencia, y hasta en la leyenda popular ocupa un lugar.

Nació el 13 de noviembre de 1846, y vivió hasta el 2 de enero de 1909. Es Marta Abreu, la patriota, la benefactora.

Su familia era una de las más acaudaladas de Cuba, pues los González-Abreu y Arencibia habían logrado opulentas ganancias en el mundo del azúcar; las tres hijas -Rosa Beatriz, Marta y Rosalía- fueron, sin embargo, educadas con amor y respeto hacia los humildes y desposeídos; de ahí las acciones filantrópicas que constantemente realizaban. Tan es así que, según se cuenta, la niña Marta tenía como compañero de juegos a Francisco, un pequeño esclavo quien entre sus obligaciones debía “evitar que Marta se despojara de sus propios vestidos y se los diera a las negritas, hijas de los esclavos de la finca (…) a las que daba también sus propios juguetes. Era como si ya se estuvieran despertando en la niña aquellos sentimientos caritativos que fueron norma y guía en la mujer”.[1]   

Elegante y melancólica, culta y más propensa a escuchar que a ser escuchada, fue forjando su personalidad entre la modestia, la compasión y la voluntariedad. Por el progreso de Santa Clara, su patria chica, hizo grandes aportes. De sus  ahorros salió el dinero para ayudar a los enfermos de cólera en 1854; más tarde, cumpliendo la última voluntad de sus padres y con la colaboración de sus hermanas, hizo posibles la construcción de los colegios Santa Rosalía y San Pedro Nolasco, el asilo de ancianos, los lavaderos públicos, un dispensario, los edificios para la Policía, el Cuerpo de Bomberos y la Estación de Ferrocarril, una estación meteorológica, el fomento de la planta eléctrica… y el Teatro La Caridad, la institución cultural más importante del siglo XIX en Santa Clara, inaugurado el 8 de septiembre de 1885 en honor a la Patrona de Cuba, cuyas recaudaciones se dedicaron a obras benéficas.

Poco después del Grito de Yara la familia se había trasladado a La Habana, y es cuando Marta conoce al abogado matancero Luis Estévez y Romero, con quien se casó el 16 de mayo de 1874. Según refieren los biógrafos, fue un matrimonio de ensueño. Juntos en la vida y en el quehacer filantrópico e independentista, se dedicaron en cuerpo y alma a colaborar contra el colonialismo español:

“Mi última peseta es para la revolución, y si hace falta más y se me acaba mi dinero, venderé mis propiedades, y si se acaban también, mis prendas irán a la casa de venta,  y si todo eso fuera poco, nos iríamos nosotros a pedir limosna para ello y viviríamos felices porque lo haríamos por la libertad de Cuba.”[2]

Tan pronto Marta Abreu estuvo en posesión de sus bienes, dio la libertad a la gran dotación de esclavos, entregándoles gratuitamente parcelas de tierra para que las trabajaran, y convirtiendo a los esclavos domésticos en obreros asalariados.

Por causas políticas y personales se vieron conminados a establecerse en París,  desde donde podían socorrer a los deportados cubanos en Ceuta, Chafarinas y Melilla. Fueron cuantiosos los fondos que aportaron personalmente y que recaudaron para la guerra; muchas veces fueron entregados al delegado del Partido Revolucionario Cubano elegido como sucesor de José Martí, Tomás Estrada Palma, y al defensor de la independencia de Puerto Rico y Cuba, Emeterio Betances, bajo el pseudónimo de Marta: Ignacio Agramonte.

En 1898 viajan brevemente a los Estados Unidos y al año siguiente regresan a Cuba, pues Estrada Palma postula a Luis Estévez como su Vicepresidente en las primeras elecciones republicanas. Pero el tiempo demostró que las maniobras del gabinete de Estrada Palma no se correspondían con el ideal de República defendido por Marta, Luis y tantos otros.  Alegando razones de enfermedad, el Vicepresidente firma su renuncia al cargo, y en 1906, casi en el momento de la segunda intervención militar de los Estados Unidos, la pareja regresa a Francia.

Allí, un mes antes del suicidio de su esposo, terminó sus días la mujer que más aportó a la insurrección armada de su patria; la cubana que había hecho exclamar a su entrañable amigo y compatriota, el Generalísimo Máximo Gómez:  “No saben ustedes los villaclareños, los cubanos todos, cual es el verdadero valor de esa señora (…) Si se sometiera a una deliberación en el Ejército Libertador el grado que a dama tan generosa habría de corresponder, yo me atrevo a afirmar que no hubiera sido difícil se le asignara el mismo grado que yo ostento.”[3]

 

Notas:

[1] Anido, A. (1993). Marta Abreu de Estevez. Vida y obras. Colección Escambray, Publicigraf, p.4.

[2] Frase de Marta Abreu, en Toledo Benedit, J. (2014). Marta Abreu. La caridad como energía creadora. Editorial Ciencias Sociales, La Habana. (s/p).

[3] Discurso de Máximo Gómez en la ciudad de Santa Clara, 13 de febrero de 1898. Fuente: ECURED


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