Un nombre imprescindible en la cultura cubana, y particularmente en la plástica: Mariano Rodríguez, o, simplemente Mariano, como todos lo conocemos, hubiera cumplido, hoy, 24 de agosto 108 años. El Maestro de la luz y el color, “el dueño de los gallos” reaparece a la altura del tiempo como símbolo, como el gran pintor que es. Y se escribe en presente para subrayar aquello más significativo del artista: su trascendencia, el legado que nos dejó, que es capaz de triunfar por sobre los años, la muerte y el olvido. Porque él vive con nosotros, multiplicado en cientos de obras que hablan de toda una vida/época.
Bastaría sólo un “paseo” por las salas del Museo Nacional de Bellas Artes, y anclar la mirada en algunas de sus obras claves, para reconocer la historia, desde los años 40, cuando todo aquello absorbido en la estancia en México, a decir, la robustez de las formas, la solidez y el volumen de las figuras, se matizaría más tarde con la enseñanza de lo más significativo del arte mundial. Todo ello se sumaría después al arsenal expresivo del creador, junto al sentido de la aventura… Elementos que vincularía a la intención de crear con “tonos” cubanos, pero con alcance universal. En ese tiempo tocaría muchas de las constantes que a la postre se hicieron propias, muy reconocibles en él: la manera de abordar la figura femenina, la fuerza expresiva de la naturaleza, y, por sobre todas las cosas, el gallo. Factores arquetípicos que coparon la sensualidad cromática, acento estilístico que lo definiría después como uno de los principales maestros de nuestra pintura. Pues, como ningún otro, incorporó una nueva posibilidad expresiva: la función organizadora del color y su capacidad para condensar características tropicales del ambiente que lo rodeaba en la Isla.
Fue así, pues, más tarde, en sus creaciones, los colores delimitarían etapas dentro de su obra: en ocasiones serían “protagonistas” los tierras o grises, otras, las tonalidades brillantes, hasta lograr un deslumbrante equilibrio que correría por toda la paleta. Mariano colocaba el color de acuerdo con la intensidad de las sensaciones que recibía y acumulaba piel adentro, llegando a modificar la figura y la composición si se lo exigía la ordenación tonal, buscando siempre la proporción exacta. En lo que resultaba “una fiesta para los ojos”, parafraseando a Delacroix, inundada de verdes, rojos, ocres, sepias y amarillos, muchas veces atenuados por grises y blancos, son los violetas los que predominaban en el conjunto. Porque siempre, aunque trabajó guajiros, gallos, mujeres, niños, vegetación y frutas, y más acá las agrupaciones humanas (masas), el legítimo protagonista plástico de su trabajo pictórico fue el color, profundo y hasta lírico…
Claves de su pintura
Aquella discípula de Menocal y Romañach que fue la madre de Mariano, no detuvo nunca la afición de pintar del muchacho que motivado por los amigos e impulsado por el impacto que le causó el primer Salón de Pintura Contemporánea abierto en La Habana, luego de la caída de Machado, marchó en 1935 a México, tras un corto período en la Academia de San Alejandro, para estudiar muralismo, influido por lo que se hablaba de él como pintura revolucionaria en América. “Yo no tenía ninguna orientación –manifestó Mariano al hablar de ese tiempo– y comencé a pintar mucho. La pintura me amarró. La pintura es como una mosca que le entra a uno por el oído, y después para soltarla… Es lo único permanente que hecho durante más de 40 años”.
Gallos, frutas, alegorías tradicionales, mujeres y escenas eróticas o lúdicras del común vivir pasan de su existencia real a una imaginería, de su naturalidad al ámbito cultural, de presencia objetiva a transcripción subjetiva de una significación específica del asunto tratado. “En él, significó en una ocasión el crítico y pintor, Manuel López Oliva, lo real se transforma, por un proceso de apropiación estética, en realidad para nosotros, accesible al nivel de desarrollo alcanzado por el conocimiento y la sensibilidad humana, correspondiente a particularidades del artista en determinadas relaciones”.
El gallo fue algo especial en sus creaciones. A tal punto que un día, durante una entrevista me respondió a esta pregunta: ¿Dialogar con Mariano y dar un esquinazo a sus “gallos”…? “El tema no es lo importante, sino cómo se resuelve en la plástica. Al gallo no lo busqué porque me gustaran, sino porque venía muy duro y amarrado en el dibujo, porque el muralismo exige un dibujo rígido y seguro”. “En el desarrollo de este tema –dijo más adelante en aquella ocasión– me he puesto a analizar mi sensibilidad expresiva. Me garantiza ver mis cambios en la plástica, como cuando incursioné en el expresionismo abstracto, o notar si algo me falla. Llegó un momento en que me decían: `el próximo gallo que pintes, es el mío`. Y hasta me pagaban por adelantado. Una vez, gastado el dinero de una venta, el gallo no me salía… Me dieron entonces un consejo: píntalo para ti. Me dio resultado. Cuando regresé de un viaje a la India, en 1961, a solicitud pinté unos gallos que se podían comer, ¡tan vivos estaban! Y los odié. Pero un día, hice un gallo para vitral y este trabajo me lo enriqueció, y después realicé un afiche y me sentí reconciliado con los gallos nuevamente. Dentro de todos los temas, hago dos o tres gallos ahora, porque me mantienen en el sentido plástico. Es casi una autodisciplina que me he impuesto. Claro que pudo ser otro tema. Pero fue éste. Yo manejo otros, como el de los campesinos y las frutas. Y las masas. Me interesa mucho el diseño contemporáneo y su influencia en la pintura. Así como trabajar con nuevos materiales…”.
Sus tres primeros gallos los presentó en 1941. Uno de ellos fue adquirido por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, que después realizó una exposición de pintura cubana, a raíz de la cual, Mariano mostró sus trabajos en una galería norteamericana entre 1946-48. Pero rompió con ella cuando le plantearon que como su obra se vendía y era negocio, debía seguir pintando así, sin hacer cambios. “Tengo el concepto de que la pintura no es estática, señaló Mariano, uno no debe amanerarse a una sola forma”.
“Lo de Mariano, el de los gallos no se lo quita nadie…”, comenté en otro diálogo con el célebre creador, a lo que respondió: “Creo que nadie me lo puede quitar. Aunque los gallos llegaron a cansarme. Cuando comencé a pintarlo (en un arranque, ante un gallo catalán, en un patio viboreño, al inicio de los años 40) no lo pensé. No imaginé todo lo que vendría después con los gallos. Me piden gallos de todas partes, Y no es lo mismo cuando a uno le sale el gallo que cuando te lo piden…”. Pero, ¿no va a olvidar a los gallos? “No, no podría”. ¿Sigue siendo una prueba personal como pintor? “Sí. De vez en cuando me sale pintar un gallo, para ver cómo ando en mi expresión artística”, concluyó.
De sus gallos…, cedamos la palabra al ilustre Eusebio Leal, quien con su verbo idóneo señaló en una ocasión, cuando el artista arribaba a sus 75 años: “Muchas veces le he escuchado decir que, en su nobilísima plasticidad, el gallo, que es ante todo color y color iridiscente y cambiante a la luz, significó un hallazgo. Y es para él algo tan amado que en cada etapa de su vida y en cada momento importante de sus visiones, ha pintado un gallo. El animal que fue ya sagrado para los antiguos, le acompaña: será porque el privilegiado cantor de nuestros campos, símbolo por excelencia del empeño viril y valor temerario, era protector, en Grecia, de las artes y las ciencias”.
Un nuevo tema le hacía cabriolas en el pincel
Las masas comenzaron a arribar, a sus costas artísticas, hacia los principios de los años 70. Hurgando las entrañas de una nueva temática que desde un tiempo atrás le hacía cabriolas en el pincel: la de las masas populares, llegaron, pero no de la manera que la trataban ciertos artistas contemporáneos: alienadas o panfletarias, sino como se veían entonces en Cuba, con una unidad y una conciencia política extraordinarias. No sabía si “lograría lo de las masas como categoría artística, dijo en una oportunidad, pero al menos lancé el balón. Mi concepto de masas es distinto, pero no definitivo. La misión principal del artista es proyectarse hacia el futuro, buscando el estilo correspondiente a la nueva sociedad. Proyectar un tema no establecido como categoría en el arte, es una manera de buscar ese estilo. Llevo cuatro años trabajando las masas populares: hay una gran riqueza en el movimiento de los espacios, el color. Y hay mucho que hacer por este camino”. Sus masas (milicianos, el pueblo volcado a los trabajos productivos en el campo, las grandes manifestaciones en la Plaza…), tomadas en tanto fuerzas decisivas de todas las transformaciones sociales, resultan animadas por los valores emocionales presentes en la sugerencia, la distorsión del dibujo, la mancha o el rasgo que las conforman. “Yo he visto las masas, he participado como masa. Y me han impresionado mucho, porque no puedes fijar una figura, estás fijando masas de color y de figuras… Pienso que ellas son determinantes en el movimiento revolucionario…”.
Mariano, definidos impulsos cubanos, latinoamericanos
Si Mariano nace a la vida el 24 de agosto de 1912, a la cultura lo hace años más tarde, cuando en la temprana juventud siente los definidos impulsos vocacionales, en un medio histórico nacional caracterizado por agitaciones populares, nacionalistas y revolucionarias, que matizaban en los años 20 y 30, también las acciones artísticas y literarias. Por aquel tiempo, la generación de la revista Avance, a partir de proclamas, ensayos y cuestionarios sobre arte, venía delatando su voluntad latinoamericanista, y al mismo tiempo llegaban a la Isla, simultáneamente, las enseñanzas internacionales de la moderna plástica europea y mexicana. Todo esto, en cierta medida, configuró la óptica del pintor, que ya al finalizar la década de los años 30, con su cuadro titulado Unidad, premiado en el II Salón Nacional de Pintura y Escultura, en 1938, y más tarde, a través de carteles e ilustraciones, sentaría una posición ideológica consecuente que perduraría durante toda su vida.
Fue miembro del Ala Estudiantil y a su regreso a Cuba, colabora con el Partido Socialista Popular. “Recuerdo –contó en una entrevista– que había que recaudar 100 mil pesos para la campaña del PSP para la Constituyente. Busqué el apoyo de algunos artistas, como Amelia y Portocarrero, e ideamos unos afiches. Creo que el único que se logró imprimir fue el mío, con un tema muy cubano y en función de la necesidad de fortalecer el PSP. Mostraba –dijo– un campesino algo mambí, con una bandera en el sombrero. Era una figura grande. Y estaba machete en mano, dándole a un “requeté” de la época, pequeñito, con un uniforme de Voluntario”.
En el Estudio Libre de Pintura que dirigió Abela, Mariano fue profesor, y viajó bastante, pero aseveró en una ocasión que “siempre volvíamos, una vez nutridos de los originales de la gran pintura. Quizá eso de querer residir en Cuba, común a casi toda mi generación, nos ayudó en nuestra formación política; inconscientemente buscábamos la nacionalidad en nuestra pintura. Con las influencias formales de un Picasso y todo, pero se podía trabajar en Cuba, utilizándolas como aprendizaje para luego volcarlas al arte cubano”.
La Revolución cubana cuando lo envió en tareas diplomáticas a la India o lo seleccionó para trabajar en Casa de las Américas, ya sea como director del Departamento de Artes Plásticas, primero, y luego como vicepresidente y presidente de la propia institución, a raíz de la irreparable pérdida de Haydée Santamaría, no hizo sino prolongar el “alimento” para su desarrollo y concepción creadora: ampliarle los recursos expresivos, extenderle el terreno del quehacer cultural y vincularlo al latinoamericanismo efectivo que traía en su formación.
Entre sus preferencias podemos subrayar la España negra de Goya, que fue sin dudas otra de las herencias asumidas en su pintura espontánea, cálida y desprovista de literatura. “Goya –expresó una vez– es un punto y aparte en la pintura europea; se adelantó a los impresionistas y expresionistas. Siempre que voy a España voy a ver sus cuadros”. “Cuando pinté la obra Playa Girón, un verdadero triunfo de la Revolución…, la concepción de este cuadro partió, precisamente de Goya: de pinceladas grandes y manchas de color y espátula… y después hacer un dibujo para darle la dinámica. Partí de la obra El fusilamiento del 2 de mayo, donde se ven los franceses… pero tomado del lado de acá, del lado nuestro, que es el que a mí me interesa”.
Nuestra cultura desde los años 40 hasta los 90, recibe del maestro Mariano, un conjunto de imágenes que funden motivos propios del arte representativo de siempre con elementos naturales del Trópico donde vivió y con signos que traducen, a un elevado nivel, la idiosincrasia del cubano. Ahí yacen, para corroborarlo, más de 40 exposiciones personales, a partir de 1939, y series como Los hombres y las plantas vigilan, Frutas y realidades, Las masas, Fiesta del amor, donde mostró ya en los 80, el caudal de posibilidades expresivas presentes en su condición artística, que en esta ocasión le permitió conformar renovadas visiones eróticas de sus motivos conductores temáticos como el gallo, las frutas, la pareja humana, el desnudo femenino hasta las multitudes activas, y su última serie Puertas, finalizando la década.
Pero más allá de los terrenos de la obra de cámara, Mariano se yergue en presente, en disímiles murales de nuestra ciudad: en el vestíbulo del edificio del Retiro Odontológico (L, entre 23 y 21, El Vedado), que fue erigido en 1952. Cuatro años más tarde, obtiene la máxima posición, junto con Lam, en el certamen para la realización de otro, en el edificio del retiro Médico de La Rampa. En ese año, 1956, alcanza el Premio Nacional con su Gallo amarillo. Además de que la cerámica, especialidad que había “tocado” ya, en 1950, en el taller fundado por el doctor Juan Miguel Rodríguez de la Cruz, en Santiago de las Vegas, vuelve a ser vehículo para su labor plástica, cuando en 1974 crea un mural para la escuela Vocacional Lenin de La Habana, con la colaboración de Marta Arjona. Vallas artísticas, como la firmada para el proyecto Arte en la carretera, desplegado en la autopista nacional en los 80, diseños para estampados textiles sobre algodón para TELARTE, vitrales, lámparas… realizadas a partir de obras del ilustre pintor, fueron ejemplos de su vitalidad artística que se extendió por diversos caminos.
El dibujo constante
El color, pero también la maestría de su dibujo, acompañarían al destacado artista en la abundante serie de obras sobre papel, incluso en aquella etapa de la década de los años 50, cuando la figura tocara los límites de la abstracción y el trazo se hiciera más certero.
Mariano, el dibujo constante resultó una exposición, quizá la más cercana en el tiempo que reunió esa parte de la obra del creador cubano plasmada en el papel o la cartulina. Soportes tantas veces menospreciados por los avatares del mercado, donde se añadieron ilustraciones para diversas publicaciones. Facetas poco conocidas de un itinerario artístico que abarcó cinco décadas de intensa actividad.
La muestra, que ocupó entonces las salas de exposiciones de la Fundación Havana Club estuvo integrada por más de 70 obras, pertenecientes, en su gran mayoría, a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. Allí pudimos ver, de cerca un conjunto de ilustraciones realizadas por el artista para revistas como Ciclón, Claustro y Orígenes –donde destacaban las portadas–, así como para obras de Lezama Lima, entre otros autores, en las que ya brotaba el dibujante de expresivas y acabadas formas. Y, además, el público pudo reconocer el quehacer del artista, desde los años 30 hasta los 60, protagonizando extraordinarios estudios de la realidad.
Como páginas de su vida, los recuerdos (gráficos) del Maestro vibraron en las paredes de esa institución y quedaron muy bien grabados en mi memoria. En esa pintura inicial, surgen, pues, los cuerpos robustos de marcados contornos y gestos endurecidos. Las domina un dibujo preciso y sólidos volúmenes que adquieren pronta soltura y libertad en la mancha de color guiada por sus coetáneos occidentales.
Poco a poco aparecen los motivos claves y constantes de su obra. Desde ese entonces (años 40), las enseñanzas de Cezanne, Picasso y su maestro Rodríguez Lozano adquirieron en él una vigencia personal, hasta coincidir con el método cartesiano expuesto por Matisse en cuadros y escritos: “... estudiar separadamente cada elemento de construcción: el dibujo, el color, los valores, la composición, la manera en que estos elementos pueden aliarse en una síntesis, sin que la elocuencia de uno de ellos sea disminuida por la presencia de los otros...”.
Tintas, acuarelas, aguadas, bocetos a creyón... “La expresión en las creaciones de Mariano no reside en los rostros, anécdotas o equis movimientos, sino en la disposición de las figuras, en los vacíos matizados en torno a ellas y en las dimensiones”, al decir de Manuel López Oliva. La sucesiva asimilación personal de Picasso, de las posibilidades de un arte abstracto –geométrico o gestual–, que acentúa la expresión sensorial y su modo plástico de emocionar, irrumpen junto con el color y la naturaleza de una tierra bañada por el sol.
Por supuesto, no faltaba la figura del gallo, distintivo principal de su obra, ese que lo ayudó a conocer “el movimiento en la pintura y que me da seguridad cuando investigo aspectos nuevos”, como dijo una vez, y aludir a estampas de nacionalidad, la herencia etnográfica y hasta retórica del refranero popular, que regresan en muchas etapas. Porque, no caben dudas, Mariano fue un artista netamente cubano. Hoy y siempre, estará con nosotros…
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