Cumpliría María Teresa este 4 de julio, los ochenta años. Había nacido, en 1935, en La Habana. Un 4 de julio del 2008, en trágica coincidencia, dejó de existir esta sencilla y gran mujer. La Cultura cubana no nos perdonaría el dejar de recordarla.
Para los que la conocimos muy de cerca, siempre la admirábamos de manera muy especial.
Había cursado estudios universitarios de Pedagogía y Bibliotecología, pero jamás dejó de estudiar. La recuerdo en postgrados de Filosofía marxista leninista, Estética, Redacción Editorial e Idiomas.
Escribía artículos, reseñas y crítica literaria en diversos medios de prensa nacionales y ponía toda su sabiduría en trabajos editoriales y en Jurados de Concursos, que solicitaban su presencia.
Recuerdo aquel día, en que me puso en las manos su poemario “Mar de Leva”. Nunca había leído sus textos poéticos, aunque sabía que era poeta y además de fina sensibilidad. Habíamos hablado de poesía sobre todo de la actual, y en específico, de la poesía cultivada por los más jóvenes, de la cual siempre pensé que era una excelente pensadora.
El texto de María Teresa fue editado por la Comunidad Yeti-UNEAC, en el 2004, en Ediciones Isla. Dos pequeños prólogos, uno de Villafaña, artista que también ilustra y diseña el libro y otro, de la poetisa Ángela de Mela, que completa la edición.
Para Villafaña, los poemas de María Teresa “fueron guardados en el tiempo, en años pasados, noches de viajes, tendida sobre un beso”.
Para de Mela “ trabaja con lo más probado del ejercicio poético y sale airosa. Es el oficio que conoce y maneja las idas y las vueltas de la palabra, para resumir la sencillez difícil y la no menos difícil grandeza de la sencillez”.
Recuerdo cuando María Teresa y yo, hablamos de Martí, de Tagore y de Whitman, a veces, por teléfono, o en una esquina o sentadas formalmente para intentar atrapar el mundo poético en que estábamos inmersas. ¡Cuánto pensaba esta creadora en las jóvenes generaciones! Los niños y jóvenes la adoraban. Para ellos, tenía esta maestra , la mejor frase, el más atinado consejo, la crítica más certera.
Apoyó mi Proyecto “Sol Adentro”, tertulia inspirada en Don Alfonso Reyes, con un entusiasmo imposible de olvidar.
Seguía victoriosa aferrada a las palabras, mientras bendecía todo lo que existe. Para ella, vivir tiempos buenos, era ser como la luna, menguar y crecer.
Amaba la naturaleza, guardaba flores dentro de los libros y era capaz de decir:
Me gustan las cataratas
los saltos de agua
la mar encrespada
sin embargo,
amo el agua del pozo,
en que las estrellas brillan
el agua de los charcos
donde la luna se recrea
amo esas aguas
porque son aguas de paz.
Amaba la paz, el amor y la vida, esa vida que perdió en un segundo, casi inexplicablemente aquella tarde de julio y esos versos, que aún martillan en mi frente:
Quédate detenida
como un reloj de rota cuerda
mientras el cosmos gira
devanando el ovillo
de este ligero hilo
del que pende mi vida.
No obstante, poetisa de ojos cómplices, eres piedra pulida por la lluvia y el tiempo y cada día, más viva en la memoria.
Tan cubana como las palmas agitadas por el viento, su Isla, era el talismán que la había salvado. Era intensamente humana y carnal, con el amor a flor de piel, a pesar de la nostalgia y del olvido.
Desde la distancia
todos miran
a esta loca que
en plena tormenta
con paraguas cerrado
y capa al brazo
se ha detenido frente al muro
donde termina la calle G.
Pensaba María Teresa en poesía, vivía en poesía, relacionaba el murmullo del río con la conversación entre las almas, y así le vinieron aquellos versos al Che:
Che
usted y yo sabemos
que hay poetas que escriben con los pies
los habéis visto
en noventa minutos
crear sobre la grama
poemas inolvidables.
Con estas líneas, he saldado una gran deuda.
Recuerdos y recuerdos. Hitos en la memoria.
¡Una gran dama, María Teresa!
Promotora de la Cultura cubana por muchos años. Imprescindible soñadora, desde que era niña cuando hablaba con el álamo del césped de la acera.
Su único poemario “Mar de Leva”, como asegura Ángela de Mela, en su excelente prefacio, “ es una pieza granada de la lírica cubana”, texto que finaliza con este último poema que con profunda emoción, ofrezco a mis lectores:
Yo era playa
no sabía
si el mar
entraba en mí o yo en las aguas
Dulces recuerdos de sus olas besos
y su humedad callada.
pero un día de esos de pleamar
con furia incontrolada
me fue naciendo un dique
de dolor y nostalgia
entonces si que supe
donde empezaba el mar
y yo acababa.
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