Ella sigue inmersa en la misma escenografía. La rodean los salones de ensayo en la antigua casona del Vedado, las palmadas y el eco de las voces de los profesores-ensayadores dialogan de tú a tú con la música del piano que acompaña cada movimiento. Pero en estos días la persiguen más recuerdos, sobre todo, desde que le comunicaron la noticia del: ¡Premio Nacional de Danza 2015!
Un instante alto en su larga carrera danzaría para María Elena Llorente, la primera bailarina, profesora, maître y ensayadora del Ballet Nacional de Cuba (BNC), quien fue sorprendida en plena labor, rodeada de toda la compañía. Con su modestia característica y una amplia sonrisa que alcanzó sus ojos verdes claros señaló que “nunca voy a olvidar ese momento, cuando el jurado en pleno, integrado por personalidades de la danza cubana me comunicaron que era merecedora de tan importante lauro, junto a mis compañeros de trabajo y Alicia. En mi vida he recibido muchas galardones, medallas, distinciones, pero el Premio Nacional de Danza es lo más grande, me siento ahora con un peso y una responsabilidad mayor”.
María Elena Llorente es también la misma amante del ballet, que ahora, inmersa en la alegría, rememora una historia que comenzó en 1962 cuando entró a formar parte del BNC... Y es que bailar ha sido “mi fin en la vida. Desde muy temprano comencé a estudiar ballet y no recuerdo un instante en que no haya estado dando clases. Han pasado más de cinco décadas y me parece que no es tanto tiempo. Tan inmersa he estado en el baile que no me he fijado en el calendario”.
Momento cimero en su diario personal es la Academia de Ballet Alicia Alonso. Contó la artista que antes de entrar a esa escuela ya había visto bailar a Alicia. “Quedé fascinada. De aquella época la recuerdo en Giselle y en Romeo y Julieta, dos imágenes muy bien grabadas en ese tiempo en mi memoria. Después de eso, y dada la insistencia, mi madre me inscribió en la Academia Alicia Alonso. Desde pequeña la sentí muy cerca, me ayudó mucho. Posiblemente en esos años no pensaba que iba a ser una bailarina profesional. Pero verla bailar, dar clases, me motivó, me hizo ser más consciente de lo que me gustaba este arte”.
Mira alrededor, en la casa ochocentista de Calzada, y una amplia sonrisa ilumina su rostro. Aquí empecé yo a los 4 años a dar mi primera clase de ballet. Después, todo el trabajo con el BNC ha sido aquí. ¡53 años! “Ha llovido mucho” (risas). Y también se acumulan sufrimientos y alegrías en esos salones. “La balanza está ahí, ahí, entre los dos. Es una carrera dura de mucho sacrificio y están los momentos de enfermedades en los que uno se tiene que sobreponer”. Entonces recordó la operación de su rodilla, en la que gracias al doctor González Griego pudo volver a bailar...
El BNC: una gran escuela
Su primera función con el BNC fue en el Amadeo Roldán, como cuerpo de baile de El lago de los cisnes, precisamente en ese teatro tocó por primera vez las tablas a los 5 años. Una coincidencia, por eso le tengo un cariño especial al teatro y a esta mágica esquina —dijo— porque toda mi vida ha transcurrido aquí. Pertenecer al BNC fue algo grande, de ahí en lo adelante ha sido trabajo, trabajo y trabajo. En 1967 alcanzó el rango de solista y en 1976, el de primera bailarina. En su largo bregar por el mundo del movimiento ha acumulado también premios como la medalla de bronce en el Concurso de Varna (Bulgaria), 1968, medalla y diploma en Pleven (Bulgaria), 1972, así como la medalla del Colegio de Abogados de Puerto Rico, 1978. Las innumerables giras por países de Asia, Europa y América, además de actuar como artista invitada del Alvin Ailey Dance Theatre (Estados Unidos)...
“El BNC es mi vida, no es que haya bailado solo en ella, sino que siento que es parte mía. El trabajo colectivo para que todo marche bien, y ahora luchando con las nuevas generaciones para transmitirle ese amor, porque es la Escuela Cubana. Es importante que no se pierda la tradición, y una de las cosas por la que siempre estoy inmersa en el trabajo es por eso. Hay que transmitir lo aprendido. A nosotros nos ayudó mucho siempre tener a Alicia al lado, no solo verla, sino bailar juntas”.
De los personajes acumulados en su amplia galería, Ofelia de Hamlet resulta uno de los más acariciados. “Me gusta interpretar todos los roles, pero hay algunos que tienen características especiales para uno, como la forma en que los has trabajado y cómo ha llegado a ti como artista. Ofelia entra ese grupo. Hay muchos otros papeles como El río y el bosque, Romeo y Julieta, de Tenorio, que se estrenó en un Festival de Ballet y en el público estuvo Galina Ulánova, una de las grandes Julieta, de la historia de la danza. Para mí fue muy grande cuando entró al camerino a felicitarme luego de concluida la función. Me atraen mucho también El Lago de los cisnes, La bella durmiente. Cada uno tiene su historia y algo especial”. A la artista siempre le han gustado los retos y... la perfección. “Mientras más difíciles sean más se acercan a mí. Por eso cuando no me iban los papeles, trataba de trabajarlos y lograrlos. Soy exigente, no solo conmigo sino con los demás”.
El nombre de María Elena Llorente es un orgullo en el BNC. La ductilidad de la bailarina para interpretar tanto obras clásicas como contemporáneas fue elogiada siempre por la crítica en diversas latitudes.
¿Cómo se puede lograr esa armonía en dos estilos diferentes? “El BNC siempre ha tenido como método trabajar todos los estilos, pues mientras mayor sea el diapasón del artista tanto más se podrá desarrollar. Comencé con los clásicos y nunca pensé que podría bailar obras modernas”. La medida rondó siempre cada aparición de María Elena, cada personaje en la escena…. “Para mí la honestidad en el baile es lo fundamental y eso lo inculco a los bailarines. Uno debe hacer lo que cree que es correcto, nunca se debe buscar el aplauso ni hacer el alarde para que el baile sea más efusivo. Hay que partir del personaje y de lo que él requiere tanto artística como técnicamente. Es un estudio premeditado. Cuando bailaba solo pensaba en el papel interpretado, no si iba a hacer más o menos. Allí todo debe salir espontáneo”.
Tiempo sumado de experiencia
Entre obras y aplausos se acumularon experiencias y acontecimientos en los que María Elena Llorente ha sido fiel protagonista, por eso sus palabras ahora transparentan imágenes de tiempo vivido. Habló de cuando la compañía obtuvo en París el Grand Prix, de la primera visita a Estados Unidos, y aquel público que “nos aclamaba y recordaba a Alicia con tanto cariño. Aún escucho los ¡Viva Cuba! Que hicieron temblar el teatro en el primer viaje a Puerto Rico. Hay otro tipo de emociones como cuando me enfrenté al inmenso escenario del Bolshoi. Me sentí tan pequeña... O cuando comencé, a finales de los 80 mi carrera de coreógrafa. Junto a Alicia remontó la versión cubana de Giselle, en Nápoli (Italia), y en el 2008 en el Ballet Real de Dinamarca, la de Don Quijote. Precisamente de este clásico tuvo a su cargo la escena de los sueños (2do. y 3er. actos), además del Grand pas de La Bayadera y la escena de las Sombras de ese ballet, entre otros importantes trabajos de montaje. “He realizado versiones de algunos clásicos porque es el terreno que más conozco, y me siento bien. A veces me ayudó mucho el trabajo con otros coreógrafos, esos que permiten que uno aporte y se crea una unidad que le sirve mucho a uno para trabajar como maître. “Aunque lo que más me ha gustado siempre es bailar.
¿Extraña la escena? Su vista recorre las estancias reconocidas en el tiempo, el salón de ensayo, las paredes que la rodean desde siempre… “Sabes, bailar es una forma de desahogo, me encantaba estudiar los personajes de cada ballet, conocerlos a fondo, llevar sus riendas. Extraño, sobre todo, tomar clases de ballet. Esos instantes son inolvidables…” Pero ahora está del otro lado del espejo, “y me siento satisfecha, feliz con esta nueva labor. El maître y profesor debe tener mucha sicología para lograr cosas, para llegar. El trabajo que uno hace con el bailarín nos da también alegrías, es un orgullo que suban al escenario y bailen bien. Cuando uno los prepara y alcanzan la meta, uno siente que es parte de nuestro trabajo. Es un triunfo de todos. Es, al mismo tiempo una recompensa verte reflejado en ese otro ser que lucha sobre las tablas, y siente y vibra… Es una multiplicación de sueños, y, sobre todo, una forma de mantener viva la Escuela y esa tradición, que repito, NO se puede dejar perder”.
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