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Los pregoneros


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Si buscamos la voz  “pregonero” en el diccionario, nos encontraremos que ofrece las siguientes definiciones: “Que publica o divulga algo que es ignorado, habitualmente de manera indiscreta”. Una segunda acepción que aparece en el “mataburros” es la de: “Oficial público que, en voz alta, da los pregones, publica y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos. Estos pregoneros oficiales o públicos tienen su antecedente en los antiguos ‘praecones’ o heraldos romanos, quienes  constituían una clase de ‘apparitores’ o empleados subalternos al servicio de los magistrados y estaban organizados en una gran corporación, subdividida en decurias y presidida por una junta. Su tarea fundamental era convocar  a las centurias y a las tribus a los comicios para que emitiesen su voto y, posteriormente, proclamar el resultado del escrutinio y el nombre de los elegidos. Otra de sus misiones era la de convocar a los senadores”.

Pero no es a esa clase de pregoneros a los que voy referirme en esta crónica, sino a aquellos vendedores ambulantes que anuncian, a viva voz, sus productos o servicios por las calles desde, como solía decir mi padre, que el malecón era de palo y Morro estaba en la esquina de Tejas o desde los tiempos cuando los perros se amarraban con longanizas.

Según los estudiosos, el pregón comercial tiene su mayor auge a partir de la segunda mitad del siglo XIX y se prolonga hasta el siglo XX con una posterior decadencia muy relacionada con el desarrollo arquitectónico y las costumbres de las ciudades. En las grandes urbes ha ido desapareciendo a medida que los edificios se hacen más altos, se desarrollan otros medios de difusión y el pregón deja de cumplir su cometido mercantil.

Aunque el surgimiento del pregón fue bastante generalizado por todo el planeta, parece que tuvo mayor desarrollo en las latitudes más cálidas, dado que las bajas temperaturas no eran del todo propicias para la venta ambulante. En muchos países el pregón se convirtió en género musical y sirvió de sustrato para que compositores afamados desarrollaran sus obras, muchas de las cuales aún perduran en la memoria cultural de numerosos  pueblos. En nuestro cubano archipiélago, pregones como El manisero, de Moisés Simons; Frutas del Caney, de Félix B. Cagnet; El frutero, de Ernesto Lecuona, por solo citar unos pocos ejemplos, han dado la vuelta al mundo en la voz de prestigiosos intérpretes.

Como todos los que peinamos canas y nos damos fricciones, recuerdo no pocos  pregones de mi barrio que aún atesoro en la memoria como verdaderas joyas del acervo popular, como el de aquel tamalero que, impecablemente vestido de blanco, con cantar contagioso pregonaba: “Pican y no pican / especiales los tamales / chicharrones, mariquitas / calientes y sabrositas”. También aquel otro de: “Llevo mangos / manguito mangüé / de la torrecilla llevo los mangos / dulce y ricos los mangos para usted”.

Ciertamente, eran pregones que cautivaban con sus melodiosos y originales temas, constituyendo una caricia al octavo par craneal (el nervio auditivo).

Actualmente, con el desarrollo del llamado cuentapropismo, eufemismo burocrático para designar el comercio privado, ha surgido una verdadera plaga de “inventores – luchadores” ambulantes —con perdón de aquellos que en las calles honestamente procuran el pan de cada día—, que lejos de ofrecer sus servicios o mercancías de forma grata, nos lo quieren imponer a base de pitos y alaridos, a veces incomprensibles, como uno que pasa por mi casa vociferando: “Vaya / lleva tu cebolla / sin abuso ni ná”; u otro, que se acompaña de un silbato para anunciar, sin ningún recato, pan de flauta suave y mantequilla de dudosa procedencia. Tal vez exista, en algún lugar de nuestro verde caimán, algún pregón digno de ser oído —mis excusas y admiración para ellos por mantener tan bella tradición— pero lo cierto es que aún no lo he escuchado y todo lo que se percibe en el entorno de mi añejo barrio de Santos Suárez, otrora famoso por los pregones que en él se oían, son gritos y vociferaciones que nada tienen que ver con los tradicionales y musicales anuncios de otrora.

Estoy seguro que, como otras manifestaciones pseudocomerciales surgidas al calor del reordenamiento económico en el país, irán desapareciendo “los luchadores” a medida que se recupere una verdadera red comercial de los sectores privado y cooperativo que, de forma armónica y estimulante, se sustenten en un necesario e impostergable por más tiempo comercio mayorista y las aguas, definitivamente, vuelvan a coger su nivel.

Hasta más ver.


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