El hombre es un eterno caminante. Sitúa su Norte por delante y echa a andar. Desde pequeño comienza a recorrer el mundo y este, definitivamente, termina por marcarlo y definirlo para toda la vida. Muchas veces se entretiene y tuerce, y el camino se torna ignoto; otras se enrumba y concilia vencer los entuertos. Escoger un camino significa abandonar los demás, pero «una cosa es haber andado más camino y otra, haber caminado más despacio» (1).
Así resulta en la más reciente exposición de Amilkar Chacón Iznaga, que puede apreciarse en la galería Antonio Alejo de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro. Mapas. Pinturas y Dibujos (2), es un compromiso de deuda con uno de los profesores-artistas más destacado del país y uno de los baluartes del arte joven de la provincia Villa Clara.
La misma, sin pretender ser ambiciosa, hace un recorrido por diversas representaciones de la identidad africana y sus prácticas religiosas. Pero sin tampoco ser reiterativo, como suele suceder por desgracia con este tema, Chacón se apropia de los códigos de la tradición oral y de las antiguas narraciones o patakíes, para levantar un conjunto de obras de una figuración elegante y de un marcado impacto visual.
Mapas… es un conjunto bien curado, integrado por quince piezas entre pinturas y dibujos de diversos formatos, en lo que el artista varía desde lo gráfico hacia lo más experimental y expresivo, como resultado técnico. En todas, Chacón establece una mixtura entre lo puramente representativo y una sutil utilización del suplemento verbal, que alza como leit motiv de su obra. Y es que en su imaginario hay un elemento iconográfico que se mantiene con fuerza: la presencia delineada y serena de la negritud. Mas no una llamada desde el delirio, ese que muchas veces se entona y que termina por traducir rasgos racistas. Con Chacón sucede todo lo contrario. No proclama ni exige lo que no es capaz de expresar. La obra, en su sentido más autónomo, termina por establecer un discurso claro, limpio y depurado.
Por un instante, verlas me recordó —sin pretender hacer una comparación—, las iluminaciones que Belkis Ayón hizo del tema Abakuá o el costumbrismo manifiesto en la pintura de Ángel Ramírez; maneras ambas de insuflar un espíritu de lo cotidiano en un género que se niega a caer bajo los códigos tentativos de lo comercial.
En Mapas… no se percibe el efecto de la casualidad. Son obras espontáneas y celosas de quedar bajo el influjo retiniano per ce, lo que John Berger o Juan Acha delimitan dentro de la memoria más inmediata. Son el soporte de una proclama siempre necesaria, sin hálito panfletario ni de diatriba.
Debo confesar que pocas veces he podido disfrutar de un conjunto de piezas que conjugan tan excelente factura —en géneros que son separados formalmente— y, a la vez, son profundas y abarcadoras en su discurso. Quiero pensar que este es el mejor ejemplo que guardo de un artista que, sin dejar de ser consecuente con su credo, no enturbia su visualidad ante lo práctico o lo cómodo o, como Alfred Tennyson sentenció: «soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino».
Chacón vive en cada una de estas metáforas, de este inmenso paisaje transcultural, para regresar constantemente y recordarnos los Mapas del hombre y de su legado cultural.
Notas:
(1) San Agustín (354-430), obispo de Hipona, filósofo y Padre de la Iglesia latina.
(2) Dedicada al 70 aniversario de la Academia Leopoldo Romañach de Villa Clara.
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