La ficción transitó de las calles a los anfiteatros y escenarios sucesivos hasta que los medios de comunicación impresos y electrónicos, la catapultaron hacia los públicos masivos.
Desde siglos atrás, nos llegaron la trova juglaresca, la puesta teatral, el folletín, la historieta, la novela literaria y el espectáculo que nutrieron el vasto catálogo de productos cinematográficos, radiales, televisivos y hoy, a los videojuegos y a las propuestas emanadas de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Las prácticas mediáticas de América Latina, provienen de la prensa plana, el cine y las empresas radiales-televisivas de EE.UU.; que nos legaron sus tecnologías, modos de hacer, fórmulas dramatúrgicas, códigos expresivos, recursos comunicativos y estrategias mercantiles inherentes al modelo de radiodifusión con objetivos comerciales; donde se privilegian la distracción, el entretenimiento, el show o el espectáculo por encima del enfoque educativo-cultural.
La inserción de los musicales, eventos deportivos, concursos, informativos y dramatizados en la cotidianidad popular, convirtió a los espectadores en televidentes e inauguró nuevas prácticas de consumo cultural; tan intensas, variadas y eficaces que se inscribieron en el imaginario colectivo de varias generaciones.
Hoy quiero reflexionar sobre un viejo formato televisivo que se niega a envejecer y que hoy triunfa en las televisoras de todos los continentes: las series televisivas.
Desde los lejanos años 50 del siglo pasado, cuando inauguramos nuestra televisión, los cubanos recordamos -claro está, quienes frisamos las seis décadas- sus primeras variantes en los ya legendarios Tarzán; Flash Gordon, con sus rudimentarias escenografías y vestuarios intergalácticos; Lassie, con sus travesuras perrunas sencillas y diversos policíacos. Le siguieron nuestras versiones, llamadas latinas por reflejar la impronta de nuestra idiosincrasia cultural.
La serie como formato dramatizado tiene dos modalidades fundamentales: una donde uno o varios personajes protagonizan sucesivamente diversas situaciones o una misma historia que se fragmenta en infinitos capítulos. Ambas crean una dependencia al consumo que supera incluso las historias independientes del añejo cine hollywoodense.
Las actuales series son muy populares y su espectro es muy amplio:
- Se orientan a adultos, jóvenes y niños.
- Se sustentan en la comedia o en el drama y presentan situaciones diversas en múltiples locaciones -generalmente en áreas residenciales o laborales-.
- Tienen fuentes diversas: Alternan adaptaciones de relatos publicados en otros soportes y argumentos de pura ficción o inspirados en hechos reales que pueden tener visos realistas, fantásticos o históricos.
- Sus personajes pueden ser sencillos y reales, relevantes actores sociales, humanos con capacidades y poderes especiales –vampiros incluidos- o seres de otro mundo, etc., etc., etc.
Nadie se llame a engaño, la ficción o la documentalística dramatizada que hoy vemos en las pantallas chicas, tiene la ilusión del entretenimiento, pero no es superficial ni banal.
En una mixtura monumental de finanzas, recursos varios, talento, oficio, arte, renovación tecnológica y mercadeo; se propagan modelos, idearios y estilos de vida.
Su dramaturgia constituye una plataforma monumental de símbolos, fórmulas de larga data como el final feliz, estereotipo de personajes que rebasa los galanes, villanos, damitas ingenuas o superhéroes originales y mensajes de todo tipo.
Sin polarizarnos en apocalípticos e integrados, es evidente que detrás de ellas existe una sólida, potente, multifacética y polisémica maquinaria productiva, creativa y distributiva que esparce por doquier estrategias multidimensionales que posicionan en todo el mundo las esencias del sistema hegemónico imperante en la Industria Cultural contemporánea.
Hoy quiero detenerme en el tsunami de series donde sus argumentos y personajes básicos se relacionan -estrecha e inexorablemente- con la representación del Estado, del poder judicial -Ministerio de justicia, fiscales y bufetes de abogados- rostros importantes de la democracia burguesa capitalista. -Resulta asombrosa la coherencia lograda al engarzar estos ámbitos con las tramas o personajes totalmente irreales o fantásticos-.
Además de los actores sociales antes mencionados pululan en ellas los reproductores y reguladores visibles o no del sistema: la policía y otros cuerpos armados especializados y las agencias de inteligencia e investigación –léase CIA y FBI- quienes mantienen el statu quo de su filosofía y paradigmas ideo-culturales.
Solo recordemos algunas de las que hemos visto con estas características:
La cúpula, Los negociadores, La clave del éxito, La bella y la bestia, Zona ciega, Flecha, Flash, Elemental, La buena esposa, ¿Cómo salvarse de un crimen?, entre otras.
La ingenuidad o inocencia manifiesta aparece solo en la etiqueta de productos donde se combinan con oficio, el equilibrado sentido crítico de los valores del sistema e instituciones y la defensa conservadora de su raigambre y orientación ideológica.
Antes, las productoras invertían grandes recursos financieros y tecnológicos; ahora la digitalización provee efectismo, belleza y ahorra recursos. No obstante, ello no impide las múltiples acciones de mercadeo (1) que transforman sus tramas. Entre estos recursos comunicativos-mercantiles destacan: Series independientes que intercambian protagonistas y asocian sus historias.
Lo realizado hace unos años con famosas series médicas norteamericanas como Hospital General y Anatomía de Grey, se reitera en Flash y Arrow; cuya referencialidad e intertextualidad tan notoria sobrepasa los tradicionales guiños u homenajes a creadores, estilos creativos, géneros, productos y personajes y se constituye en una verdadera estrategia de mercadeo que arrastra a los televidentes de ambas series, transformando incluso el tipo de relación existente entre personajes claves.
- Diálogos donde abunda el análisis, la deducción, la lógica en la exposición teórico-conceptual de generalidades o especificidades.
- Derroche de efectos especiales digitales.
- Personajes protagónicos que refuerzan la intencionalidad de sus objetivos en la ficción mirando directamente a cámara, interpelando al espectador y enunciando explícitamente sus verdaderas motivaciones e intenciones. (2)
- Series que abusan de los recuentos o flash back, para optimizar escenas ya utilizadas.
- Predominio de escenas con escasa luz para enmascarar ambientes, escenografías, vestuarios, maquillajes y situaciones reales que al combinarse con la informática; simplifican y abaratan el costo integral.
Mucho más pudiera comentarse de ellas, pero eso será en otro momento.
Notas:
(1) Entre las primeras aplicaciones de los recursos expresivos televisivos con fines comunicativos-mercantiles estuvieron la publicidad indirecta, los concursos y aquellos letreros que orientaban al público asistente a las grabaciones o difusiones de programas en vivo; el momento preciso para aplaudir. Aplausos que culminaron siendo ficticios al grabarse previamente e insertarse después en el producto.
(2) En una de ellas, en su objetivo de obtener la vicepresidencia de los EE.UU., el protagonista devino estratega de Relaciones públicas y de Lobby político y dio clases magistrales de cinismo e ilegalidad.
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