Los cuatro jinetes del alma en el imaginario cubano. La Ira


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Rara vez se divulgase de manera pública y manifiesta sobre los cuatro jinetes que manipulan el alma humana. Aunque algunas que otras angustias y desasosiegos de cuando en cuando, intentaban alertarnos sobre: El Miedo, la Ira, el Amor y el Deber, en su labor de proseguir encausando durante siglos, a los más diversos grupos humanos que componen la sociedad. En la actualidad han logrado pasar al más solapado clandestinaje, para ejercer mejor sus funciones. Alguien les diera una vez el título de “Los cuatro jinetes del alma”, aludiendo a la maestría alcanzada por ellos para cabalgarnos, desde el más profundo rincón de la esencia humana. En realidad, se ha hablado mucho sobre El Miedo; se ha elucubrado eternamente sobre El Amor; así como exaltado, grabado, filmado y escrito sobre El Deber, pero La Ira, el segundo y más irreverente de estos jinetes, ha sido en realidad la menos citada e indicada como causalidad motivante, cuando se rememora sobre la historia de la humanidad. 

La Ira

Desde sus primeras manifestaciones en la vida humana, “la ira ha tenido diversas formas de presentación y gran repertorio de camuflajes” (1) 105. Solía decirse antaño, que la Ira era hija del Miedo y madre del Amor. Mezcla peculiar de la cual recién se comienzan a estudiar científicamente sus orígenes, que aun se debaten entre: potenciales conflictos psicológicos; interferencias hormonales y procesos neuronales; hasta instintos primarios profundamente ocultos en la memoria celular. Se sabe que propende a lograr la omnipotencia y dominio absoluto sobre cuanto pretenda oponerse a la satisfacción de las tendencias y necesidades de quien la practique. “De la misma forma que su padre El Miedo, La Ira tiene distintos rangos de intensidad; así como muchas y complicadas formas de presentación. Los odios; la soberbia; la cólera; la venganza, los celos y el desprecio, son solamente algunos de ellos, cada uno de los cuales posee su propio rango de especialidades y tonalidades” (1) 152, y tienen absoluta maestría para seleccionar los especímenes de la raza humana, a los cuales van a cabalgar.

En el imaginario popular cubano también se ha reflejado La Ira en no pocas de sus variantes, sobre todo en sus mitos, leyendas y religiones, de entre los cuales podríamos citar varios ejemplos, sin pretender agotarlos. En realidad, de entre las más tempranas manifestaciones de un imaginario colectivo vigente aun mucho antes de las primeras revelaciones de una nacionalidad cubana, entre nuestros aborígenes ya teníamos sus primeras representaciones:

Había un temido cemí llamado “Bayamanaco el iracundo”, quien fuera reverenciado por los taínos como espíritu cuidador del fuego y guardián del secreto de hacer el cazabe. Era imaginado como un viejo colérico, que se negó a entregar el fuego y el rito de la cohoba a Deminán Caracaracol, por lo que éste último, en complicidad con sus tres hermanos gemelos, tuvo la osadía de llegar hasta la oculta guarida del cemí y se los robó. Montó en cólera el guardián celoso, le persiguió y “lanzó a la espalda un guanguayo (escupitajo mágico, mezcla de saliva, cohoba y semen), del cual se formó una joroba. De esta deformación prodigiosa extrajeron sus hermanos a Caguama, la madre del género humano en la mitología aborigen. Está Bayamanaco es representado en ídolos con caras feroces, acuclillados, con cabezas desproporcionadas sobre cuerpos esquemáticos”. (2) 90-91. 

También poseían los taínos que habitaban en el archipiélago cubano entre sus ancestrales creencias, otra deidad con extraordinarias capacidades para desatar su ira sobre los simples mortales. Se trataba de Guabancex, la señora de los vientos arremolinados, quien al montar en cólera todo lo destruía, en medio del caos, la impiedad y el desenfreno. “Tenía dos ayudantes: Vivía esta entidad mítica en el país de Aumatex, cacique de la tierra de los Vientos, de donde salía airada, con sus ayudantes Guataubá y Coatrisquie, solicitando colaboración a los cemíes de la comarca, en su labor destructiva. Era una deidad de fuerzas incontrolables, símbolo de los huracanes que azotan a las Antillas varias veces al año. Se le representaba regularmente en cerámicas, con brazos en aspas y también como un cemí de piedra, con cabeza triangular y rostros coléricos y agresivos, mientras que su cuerpo se estiliza en un esquematismo simbólico de un solo pie”. (2) 241-42. 

Algunos siglos más tarde, ya en la época colonial, pueden encontrarse algunas referencias sobre lo ocurrido en el poblado de Fernandina de Jagua, en la actual provincia de Cienfuegos, dónde La Ira encausó a un grupo de sus pobladores al curso de dramáticos acontecimientos. Sucedió que recién fundado el minúsculo villorrio, la presencia de cualquier forastero era rápidamente notada y comentada, dado el escaso número de pobladores que, por otra parte, muy poco tenían que hacer luego de sus jornadas laborales, y nada para entretenerse, que no fuese visitarse para revolver nuevos y viejos chismes muy propios de los pequeños asentamientos poblacionales de la época. “Cierto día se notó la presencia de una cara extraña, que causó no poca impresión en los pobladores, debido al aspecto sospechoso, al decir de las comadres. Era una señora alta, algo encorvada por los años, con ojos pequeños, nariz arqueada y afilada, la boca sin dientes, arrugada y terrosa la piel, que dijo llamarse Belén. Se estableció en el barrio de las Calabazas, por lo que se le conoció como la Vieja de las Calabazas”. (2) 521. Para la infortunada señora, eran estos tiempos de oscuros temores y creencias fanáticas, donde solo hacía falta una pequeña chispa para incendiar los más terribles pensamientos, en las débiles mentes inundadas del combustible de la ignorancia. “Nada se sabía acerca de su procedencia, lo que dio lugar a las más disímiles elucubraciones. Unos aseguraban que venía del poblado de Yaguaramas en busca de mejor suerte, otros afirmaban que se trataba de una bruja, que había llegado de Islas Canarias, montada en su escoba. Ganábase la subsistencia como lavandera y practicaba el oficio de curandera con muy buena mano, tanto que llegó a adquirir gran fama en la región por sus dotes sanadoras”. (2) 521. Por otra parte, debió ser ella, en medio de la opacidad de su infortunio, mujer de trato corto y pocas palabras, lo cual le llevaba a no relacionarse mucho con los vecinos. Una versión justifica en cierto modo su carácter extrovertido. Es la que cuenta, cuando la anciana era una joven mujer, fue salvajemente violada por un grupo de delincuentes, producto de lo cual tuvo un hijo deforme y anormal, a quien siempre mantenía oculto de la vista de las gentes. 

No tardó mucho para que una epidemia de fiebres azotare la zona, con gran número de afectados, lo cual sirvió como detonante para que le achacaran las culpas a la “Vieja de las Calabazas”. Pero además, “también comenzaron a acusarla de robar a las madres sus hijos enfermos, no faltando quien dijo verla llegar volando en su escoba, con una sarta de niños muertos, hasta su bohío, para someter los pequeños cadáveres a manipulaciones repugnantes, por medio de las cuales y a través de sortilegios, obtenía cierta grasa misteriosa, que le servía para trasladarse a las más distantes regiones”. (2) 522. “Lo cierto es que Belén desapareció una mañana, sin que nadie supiera dónde fue, ni qué se hizo. Unos cuentan que la noche anterior, logró verla una madre que acababa de perder a su hijo y precisamente en el momento que la bruja cabalgaba hacia la luna, alcanzó conjurarla con los sagrados nombres, por lo que reventó en gran estallido, rodando sus chispas en toda la bóveda celeste”. (2) 522.

Solía contarse en el pasado, que alguno de los pobladores, en franca postura de prevenir una desgracia, visitó a la anciana en la noche y le hizo ver las conveniencias de partir en el acto, so pena de perder algo más que sus pobres pertenencias. “También se comentó que algunos vecinos de bajos instintos, fanatizados y ciegos de ira, arremetieron contra la vieja, le dieron horrenda muerte y la enterraron en un lugar que mucho más tarde ocupó una tienda de víveres, la cual por esas extrañas ocurrencias de la vida, fue conocida por “La Vieja de las Calabazas”. (2) 522.

Existe la posibilidad, dada la ignorancia y la violencia de la época en que se desarrollaron los hechos, de un fatal desenlace a los acontecimientos reales que motivaron esta leyenda. Aunque en realidad, no se han encontrado registros históricos de ningún linchamiento por brujería en territorio insular cubano, ya que estos llamados delitos por aquellos tiempos, eran juzgados a través de un Tribunal de la Inquisición en Cartagena de Indias. (3)

El Odio

La manifestación de La Ira que más se mezcla y mejor se complementa con cualquier otro tipo de actitud afectiva, es El Odio. “Oscura pulsión con la cual suelen lograrse los más explosivos cocteles emocionales. Así, se condensan y cultivan los odios religiosos; políticos; étnicos; profesionales y familiares, entre otros muchos, logrando innumerables posibilidades y variantes. De todos los estados pasionales, es El Odio también, el que más tiende a estratificarse y perseverar, llevando a su víctima a una total rigidez de la conducta, que puede llevarle incluso a desatender por completo, toda llamada a la lógica y el raciocinio”. (1) 125.

No solo la historia de la humanidad lo confirma. En todos los países del mundo existen leyendas y mitos donde el odio impera, perturba y arrasa. Así como sectas y religiones que, de una u otra manera, a veces veladas y otras manifiestas, inculcan este sentimiento entre sus seguidores, en contra de quienes no se advienen a sus doctrinas y propósitos. Lo que indica las profundas afectaciones a la conducta humana de las sociedades de todos los tiempos. La vivencia colérica propiamente dicha, se produce en un individuo, cuando la ira es retenida. Existen casos en los cuales, el sentimiento iracundo se trasforma en “venganza justiciera”, la cual suele adquirir los mismos matices ya descritos anteriormente.

El odio profesional ha sido causa de innumerables diatribas, enconados pleitos y querellas judiciales, así como causa y motivo de no pocos acontecimientos que han desembocado en sucesos fatales y sangrientos. Así ocurrió casi en el mismo centro de La Habana de finales del siglo XX, en la barriada de San Isidro, por aquella época sitio habanero de tolerancia, donde las autoridades de la época permitían ampliamente el ejercicio del más antiguo de los oficios. Lugar donde Alberto Yarini y Ponce de León, ejercía con gran acierto y reconocida fama, su oficio de administrador de mujeres de alquiler.

Afirman que fue el chulo más famoso del barrio de San Isidro, donde poseía una mansión que compartía con varias de las más hermosas damas de la noche, quienes debían repartir con él, como lo señalaban las leyes del oficio, la mayor parte de los ingresos obtenidos por el alquiler de sus habilidades sexuales; vestía elegantemente, con trajes bien cortados, tenía una presencia distinguida, carácter afable, e indiscutible prestigio y respeto entre los suyos. Se afirmaba que pertenecía a la sociedad secreta Abakúa. Edulcoraban su renombre tintes de leyendas, contadas de boca a oídos por sus seguidores y admiratrices. Contaban éstas que Yarini era un amante fogoso y tierno, al cual la naturaleza había dotado muy bien. Rumores corrían sobre su capacidad de saciar a tres mujeres a la vez y a veces más, en un solo día. Así como también se daba por cierto, que a la hora de luchar por ellas en las calles, era una fiera que no andaba mirando consecuencias. Hubo quienes afirmaban, que en una bronca callejera, decapitó de un solo tajo de machete a un guapo que lo retaba. 

En la primavera del año 1910 su rival en el oficio, Andrés Lolot, un joven francés ya radicado en la misma zona de tolerancia, trajo directamente de la Ciudad Luz, a una hábil y despampanante parisina de 21 años, Berta Fontaine (4), quien se enamoró locamente del enemigo de su empleador, el carismático chulo criollo y en la primera oportunidad que se le ofreció, cuando Lolot estaba en el extranjero, tuvo a bien la apasionada francesita fugarse de la casa del galo y figuró desde entonces en el público harén de Alberto Yarini. “No era la primera vez. Ya existían antecedentes de serias broncas entre los chulos franceses y los cubanos, siempre en pugna por las mejores hembras y lograr el control total de la zona. Era muy difícil que pudieran cohabitar dos gallos en el mismo gallinero. Yarini comenzó a realizar torpezas que lo llevaron a su fin, provocando al francés, quien movido por la ira fue a buscar a Yarini”. (2) 530-31. El desafortunado encuentro se produjo una pálida mañana de noviembre. Unos dicen que fue a puñaladas, otros contaban un sangriento combate a machete, donde los contrincantes se propinaban tajazos a matarse. En realidad, Lolot llegó casi hasta la puerta de la casa de Yarini, con un revólver en la mano y el Rey de los chulos le salió al paso con otra arma de fuego, ambos se dispararon a matar, desde muy cerca, en plena calle, mirándose a la cara y con el rostro marcado de odios. Los dos cuerpos cayeron a la vez al pavimento, que rápidamente se tiñó de sangre.

Lolot murió mientras recibía asistencia médica. Yarini agonizó unas horas más. Dicen, que las pocas damas de alquiler que fueron obligadas a trotar las calles, esa noche ejercieron el oficio con sus ojos inundados en lágrimas. Cuentan que, “la procesión del cortejo fúnebre de Yarini el 21 de noviembre de 1910, fue una de las más concurridas de las que han pasado bajo el portalón de entrada del Cementerio de Colón”. “Afirman que asistió a éste memorable entierro, José Miguel Gómez, a la sazón presidente de la República. El lúgubre rito fue espectacular, pues afirman los asistentes que por primera vez, se permitió en público la danza de la hermandad secreta de los abakuá, que lamentaba la pérdida de un “ecobio”. (2) 531. Casi todos los periódicos de la época reseñaron aquel acto multitudinario y sentido, no sólo por la fama de Yarini, “sino también por la furiosa reyerta que estalló durante el cortejo entre ambos bandos. Violencia iracunda que hizo posesión también del barrio de San Isidro, después de la muerte de estos afamados chulos”. (4)

Así pues, el registro imaginario está sembrado en la tierra fértil de sus pasiones. Imaginario, del latín imaginarius, connota la significación de aparente, ilusorio, pero la alusión está lejos de ser algo inocuo. Los imaginarios, hacen parte de la estructura del colectivo por la posición de la atribución simbólica que el sujeto le presta al discurso. Es por eso que mitos, leyendas y religiones, miradas desde su estatura social y a través del prisma de los símbolos, nos dicen tanto sobre estos grupos humanos. Sobre todo cuando son cabalgados por este irreflexivo jinete de La Ira, en todas sus manifestaciones y disfraces.

Importa entonces poner atención al impulso destructivo de este imprudente cabalgador, pues según dicen los que saben, la chispa de la ira es la conciencia del fracaso. (1) 85.

 

 

Bibliografía:

(1) Los cuatro gigantes del alma. Emilio Mira y López. Compañía Continental, S.A. México 22 D. F. 1957.

(2) Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba. M. R. Glean y G. E. Chávez Spínola. Ed. por Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, Cuba.  2005. ISBN 959-242-107-2.

(3) Sobre aquellos endemoniados que nunca lo fueron. Artículo. Gerardo E. Chávez Spínola. CUBARTE. Columna, Imaginario Popular. Mitología Cubana. Fecha: 2011-07-25.

(4) Amores malditos del imaginario social cubano. Artículo. Gerardo E. Chávez Spínola. CUBARTE. Columna, Imaginario Popular. Mitología Cubana. Fecha: 2010-11-12.


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