Una tarde de domingo en la Peña de Sirique, en El Cerro, donde se reunían los más famosos trovadores de todas las edades, me senté junto a Longina, que ya era una anciana, pero lúcida y alegre, para que me contara algunos pasajes de su vida.
Yo nací en Madruga el 15 de marzo de 1888, y desde niña conocí lo que era la música, el baile. En Madruga estaba la orquesta de José Urfé, también bailé danzones con Cheo Belén Puig, Félix González y otros. Muy jovencita dejé mi pueblo y vine para La Habana a colocarme. Leí en un periódico que ofrecían una colocación para una sirvienta en la calle San Francisco No. 24. Tendría yo unos veinte años cuando empecé allí, pero resultó que a los pocos meses la señora me dijo que tendría que ir al Norte, a los Estados Unidos, ya que ella estaba mala de los pulmones y allá en las montañas había un lugar donde los enfermos se curaban. Entonces yo le dije que tendría que ir antes a Madruga a pedir permiso, y me fui con la señora Cecilia y sus dos hijos, Cecilito y Julio Antonio a Nueva York.
Primero estuvimos en un hotel llamado Las Américas y luego nos fuimos para las montañas. Julio Antonio tendría unos ocho años y Cecilito seis. Nicanor Mella, como así se llamaba el padre de ellos, no fue, se quedó en La Habana, era sastre. Julio Antonio jugaba mucho allá en los bosques y cuando yo le decía que tuviera cuidado por si venía alguna fiera, me decía: Pues me fajo con ella. Era un niño muy alegre, sano y le gustaba mucho jugar, pasear y leer. Se expresaba muy bien y conocía algunas palabras en inglés, pero lo que hablaba era en castellano.
Cuando volví para La Habana ya era una mujer hecha y derecha. Me gustaba mucho la trova y me iba para una peña que había en el Parque Central, allí conocí a un caballero llamado Armando André, director de un periódico, representante a la Cámara y comandante del Ejército Libertador. Nos conocimos y nos hicimos muy buenos amigos, ¿Usted me entiende?... Un día le dije que quería conocer a María Teresa Vera y un domingo por la mañana me llevó a su casa. Ella vivía en un cuarto en un solar que le decían La Maravilla, en la calle San Lázaro. Allí se reunían los trovadores amigos de ella. Recuerdo a Graciano Gómez y a José Díaz, un tabaquero a quien le decían El Negro que tocaba muy bien la guitarra. Corona estaba también y era el mejor amigo de María Teresa, decían que vivían, ¿usted me entiende? Pero no era verdad, eso sí, eran muy buenos amigos. Armandito, mi amigo, le pidió a Corona que me dedicara una canción. Estábamos en octubre de 1918 y llovía mucho. Corona le dijo a Armandito que el domingo siguiente, 15 de octubre fuéramos para estrenar la canción. Así fue y Corona estrenó la canción que le puso mi nombre.
En ese momento Longina hizo una pausa como ordenando sus recuerdos. Luego prosiguió:
¿Quién me iba a decir a mí que aquel niñito simpático y juguetón iba a ser el famoso dirigente estudiantil Julio Antonio Mella? Lo vi algunas veces y me saludaba con mucho cariño. Luego cada uno tomó su camino. Por ahí anda una foto donde está Julio Antonio conmigo y el sentado en un caballito.
Luego, Sirique llamado Alfredo González Suazo, llamó a Longina al escenario porque alguien iba a cantar Longina.
Longina iba a todas las peñas de la trova, donde se le rendían honores. Era una mujer ya con muchos años, pero muy simpática.
Un día vino a verme Félix Cobo, el gran amigo de Manuel Corona, y me dijo que Longina estaba en mal estado de salud y que vivía sola en un cuartico en la Calle Carmen. La cuidaba una sobrina que trabajaba todo el día y no podía atenderla adecuadamente. Fuimos a verla y la encontramos muy delgada. Decidimos gestionar el ingreso de ella en un hogar de ancianos que está en Reina y Escobar. Allí la atendieron con mucho cariño. Antes, un domingo por la tarde, las periodistas Daysi Martin y Georgina Duvalón tuvieron la iniciativa de convocar a casa de Tata Villegas, en Los Pinos, a un grupo de trovadores amigos para recaudar algún dinero y comprarle ropas a Longina para su ingreso en el hogar de ancianos. Ella vivió allí un tiempo, feliz y contenta sus últimos años de vida.
Una tarde me llamó el trovador Walfrido Guevara y me dijo que Longina había fallecido en el Hospital Calixto García. A su sepelio fuimos Sirique, Walfrido Guevara, Ida la Guardia y este cronista.
Años más tarde, el 24 de diciembre de 1988 sus restos fueron trasladados a Caibarién y al día siguiente la sepultaron en la misma tumba donde está Manuel Corona. Fue una de las más grandes manifestaciones de duelo que se recuerdan allí. La noche anterior se efectuó una gala artística en la Academia de Música Manuel Corona donde se cantaron muchas canciones de su amigo El Vardo que la había inmortalizado. En el local junto a muchas rosas había un gran cartel que decía: En el lenguaje misterioso de tus ojos.
FUENTE
- Testimonio de Longina O” Farrill al autor.
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