Lo que el gato no se llevó


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Ciencia es la opinión verdadera

acompañada de razón.

Platón.

 

Todos conocemos que la ciencia es el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación, razonamientos y experimentación; y estructurados sistemáticamente. ¿Lo conocemos o lo sabemos? Porque conocer y saber no es igual, aunque parezca lo mismo. Vieja dicotomía esta, que arrastramos desde los platónicos tiempos. Ya el gran ateniense se debatía entre el saber y la opinión.

Conocer es algo común en la evolución de los seres humanos; pero, saber es conocer con significado y sentido, fundamentado y comprendido. Así que, bien pensado, algunos podrán saber —algunos, pocos o muchos— y a cambio todos tenemos opiniones, que podrán estar motivadas por el saber, por el conocer, o por un irrefrenable deseo de opinar, aunque sobre el tema estemos out por regla.

Así la vida, mi opinión es que existen científicos por descubrir, total o parcialmente. Y al decir parcialmente me refiero al asunto de siempre: a las personalidades, cualquiera que sea su campo de actuación, las enmarcamos y las colocamos en una galería, inmarcesibles, tan distantes que se nos alejan, son inalcanzables, intocables; pero, qué más hubo en sus vidas. Encontrar esa parcela que queda fuera del cuadro es un descubrimiento parcial, creo yo.

En cuanto a descubrir un científico es encontrar un nombre y una actuación que se quedaron fuera de la galería de uso cotidiano. Es decir, que, por cualquier motivo, o por falta motivación, nombre y obra se desvanecen en el volar del tiempo. Entonces, una se lo encuentra. Despolilla papeles, lee cosas que se escapan de su saber, o su conocer, y lo descubre, además de incrementar su acervo cultural, como dicen los que saben.

Ahora bien, qué es un científico. Según definiciones, es aquella persona que participa o realiza una actividad sistemática para adquirir nuevos conocimientos, es decir, que practica la investigación científica. También puede entenderse como perteneciente o relativo a la ciencia, o que tiene que ver con las exigencias de precisión y objetividad propias de la metodología de las ciencias. Esto es casi textual, aunque parezca una calesita.

Para mí, prefiero tomar la opinión —con conocimiento añadido— de Linus Pauling: “un científico es una persona que trata de comprender la naturaleza del mundo y hacer descubrimientos que puedan ayudar a ampliar los conocimientos de la humanidad, pero que tiene los mismos deberes que cualquier otro ciudadano en la lucha por ayudar a construir un mundo mejor para todos.”

Visto así, ¿este intento de descubrir científicos me convierte en uno de ellos? Tranquilos, fue un mal chiste. No prefiero a Pauling porque tal parece que incluye a todos los curiosos con opiniones; se trata de la química y de mi abuelita.

No, abuela no era química. Vamos a ver como arreglo esto: la química es una de mis pasiones (quizás vuelva al tema) y la estudié con todo mi entusiasmo, como las matemáticas y, posteriormente, la antropología, y cuanta cosa me ha motivado. ¿Dónde aparece abuelita? Es la culpable: lo que aprendas hoy no se lo lleva el gato, me repetía cada día. Si bien nunca supe que tendría que ver el gato con los estudios, la frase me impulsaba, aún me impulsa, aunque no tengo nada en contra de los gatos mientras no se suban a la meseta de la cocina.

En cuanto a Pauling: me pasé un par de semestres remitida a él. Mi profesor de Química Inorgánica, ante cada pregunta daba siempre la misma respuesta: Te remito al Pauling… Así, para nosotros, el Premio Nobel estadounidense se convirtió en un inseparable amigo de juventud.

Pero, no fue Pauling quien me llevó a la química, a él me lo encontré en el camino. Llegué a la química, al igual que casi todos por acá, de la mano de un científico cubano: el gran químico Ernesto Ledón. Su libro me demostró que la química podía estudiarse y entenderse, que es más que una ciencia: es la ciencia. ¿Por qué nunca se menciona? Y eso que todos llegamos a donde sea que hayamos llegado haciendo los primeros pininos con su libro bajo el brazo. ¡Qué flaca es, a veces, la memoria!

Y en esa delgadez extrema también se ha extraviado Marcelo Alonso. ¿Quién no cursó estudios medios con “el Alonso”, aquel libro de física elemental? A ese libro volví la vista, o el pensamiento, cada vez que me declaraba vencida por las complejidades de la Física: “si Alonso logró escribirlo de forma entendible, yo puedo lograr entender a los que explican lo que otro escribió”. De aquí puede entenderse que la Física no es una de mis pasiones.

Y vea usted, he desempolvado a dos estudiosos de las ciencias que estaban fuera de circulación, aunque esa no era mi idea original en verdad. Mejor continúo.

Voy con un ejemplo de descubrimientos totales y parciales, como un todo incluido, dentro de una misma familia. ¿Quién no sabe de Don Felipe Poey Aloy? El llamado Libro de los Peces, la Centuria de Lepidópteros —que a pesar de su horrible nombre habla de mariposas— la Geografía de Cuba. Las Sociedades a que perteneció, las Cátedras que ejerció. Aún hoy la abreviatura Poey se emplea para indicar a Don Felipe como autoridad en la descripción y taxonomía en zoología. Y, por casualidad, sin intenciones, ¿usted sabía que fue poeta? Dicen los críticos que fue algo bucólico; pero, yo opino que fue naturalista hasta en la poesía: sensible y observador bien entrenado. Ahí tenemos “El Arroyo”, largo poema, con árboles, cangrejos y peces: ¡Salve, monte de Cuba bienhadado, / claro sol, limpias fuentes, / verde pompa del bosque y dulce prado, / a mi vista presentes!

Estoy pensando en Aristóteles (ni lo diga: yo tengo cada una del caray) y la primera clasificación de las ciencias: Teoría, Praxis y Poiesis. Esa tal poiesis es el saber poético. Yo pienso que a los sabios cubanos se les quedó la poiesis enroscada con los demás saberes desde todos los tiempos. Me parece que la culpa le tuvo cierto cosmógrafo, que no era cubano, pero era médico y poeta, que en el siglo XVI nos describe por primera vez con nuestro nombre propio en su “Partitione Orbis”: Y allá surgió la Isla de Cuba / surcada por un río de aguas cálidas. Creo que me extravié.

¿Dónde dejé a los Poey? Sí, ya… ¿Usted sabía que Don Felipe tuvo cinco hijos? Ya ve lo que le decía. Y es importante: uno de sus hijos, Andrés Poey Aguirre, zoólogo como su padre, se decidió por la meteorología y fundó, en 1862, el primer Observatorio Meteorológico Nacional, y publicó numerosos trabajos científicos sobre el tema. Además, fue un filósofo de renombre, discípulo de Augusto Comte. Andrés Poey está considerado el verdadero creador de la meteorología científica cubana. Sus anotaciones están llenas de cosas increíbles, como esa, de 1852, cuando encontró nieve en la cumbre de una montaña de Pinar del Río. Realmente, despolillar científicos ha sido todo un descubrimiento que el gato no ha llevarse.

Cambiemos de integrante de la familia: Juan Poey Aloy… No, no son hermanos, son primos. El caso es que los hermanos franceses Poey Lacasse, oriundos de Poey-d'Oloron, según creo, han llegado a Cuba a mediados del siglo XVIII. Se han casado con las hermanas Aloy, y aquí nacieron sus hijos, los Poey Aloy: Felipe, el reconocido naturalista y científico, y su primo doble, Juan, reconocido como el más instruido y avanzado de los hacendados cubanos.

Ya que usted conoce a Don Felipe, aquí le presento a Don Juan.

Juan Poey Aloy ha sido calificado por Moreno Fraginals como el hacendado de más sólida preparación técnica y el más preocupado por el desarrollo industrial. Es considerado el pionero cubano del moderno capitalismo. Su ingenio Las Cañas fue uno de los más importantes de su tiempo. El primero en introducir un laboratorio químico que, por cierto, estaba construido de tusas de maíz, y ni me pregunte por qué.

“Mi admiración y mi asombro crecían a cada paso. Yo esperaba ver una de esas industrias atrasadas y bárbaras donde la multitud de brazos suple la inventiva del hombre y, por el contrario, me encontraba con una maravilla de la industria moderna…” Así escribió, en 1865, un político francés que lo visitara.

Se cuenta que eran sorprendentes el jardín y la arboleda, obras de su primo Felipe. Todos los que lo conocieron quedaron admirados de su cultura. No sé si padeció de aquello que llamaron en el siglo XIX manía de versar; pero si puedo asegurar que presidió la Sociedad de Recreo e Instrucción La Caridad de El Cerro, una de las más influyentes de su momento.

Cambiemos de apellido, pasemos a otro de los cuadros en galería permanente; una de esas imágenes que basta con verla para responder de inmediato: Tomás Romay y Chacón, la vacuna. Exacto, Don Tomás fue el precursor de la vacunación en Cuba, y se le considera el primer higienista e iniciador de la ciencia médica en Cuba: introdujo una visión científica de los problemas de la Medicina e impulsó la modernización de la Medicina clínica. Además de la Medicina, se desarrolló en Botánica, Química y Humanismo. Sociedades científicas en el mundo, Cátedras, y Caballero Comendador de Isabel la Católica.

¿Qué más decir? Pues, fue poeta, un poeta menor según los que saben medir; y fue neoclásico, pero sin mitologías; convencional pero descriptivo. Veamos “A Silvia”: Mira como contrasta el verde claro / de los cañaverales / con aquel bosque umbrío que le sigue… Utilizó varios seudónimos, entre ellos Nazario Mirto, que consideran es un anagrama de su nombre.

Ya ve que cuando le fui arriba a Aristóteles no fue porque le tenga manía a los griegos: la poiesis, la poiesis como parte constituyente de nuestros científicos o relacionados. Y desde los inicios, veamos… No, tranquilos, no voy rumbo a Grecia ni al Partitione. Inicios nuestros: José Agustín Caballero, la primera ruta que se trazó en nuestro espíritu, según Romay.

El eminente filósofo e iniciador de nuestro pensamiento escribió los veinte poemas de “El Miserere” en sonetos… ¿Entonces? Entonces, por ahí va la vida.

Basta dar una mirada a los fundadores de la Academia de Ciencias en 1861. José Zacarías González del Valle, catedrático de Física y su libro de poemas “Los Tropicales”; el eminente doctor Ramón Zambrana, primer graduado en Ciencias Médicas de la Real Universidad Literaria de La Habana, poeta y renombrado crítico literario.

Ahora dejemos las universidades. Tranquilino Sandalio de Noda, el autodidacta guajiro pinareño: sabio cubano, geógrafo, topógrafo, traductor de griego y latín… Y buena pluma: sus poemas costumbristas, la novela “El cacique de Guajaba”; sus cartas, de donde tomo frases al azar: las amarillas sabanas de la solitaria Dayaniguas… los melancólicos pinares del zumbador Caiguanabo… fragosísimas sabanas… el altísimo Guajaibón, cuya soberbia frente está siempre más alta que las nubesmajestuosos encinares…

Y hablando de plantas, partamos en busca de dos botánicos: Francisco Adolfo Sauvalle y Sebastián Alfredo de Morales. ¿Usted había oído sobre ellos? ¿Están, acaso, en su galería personal? Sí es así, tiene cinco puntos con felicitaciones y no es necesario que continúe instruyéndose. En caso contrario, si usted, como yo, pertenece al común de los mortales, acomódese en su asiento que todavía no ha llegado el receso.

Sauvalle fue un distinguido botánico cubano que perteneciera a la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Entre varias publicaciones encontré “Flora Cubana. Enumeratio Nova Plantarum Cubensium”. Algunas plantas llevan su nombre: helechos, como el Dryopteris sauvallei; y mirtáceas, como la Eugenia sauvallei, de las cuales, si no me dan el nombre común, no tengo ni la menor idea. También algunas cactáceas, como el Dendrocereus nudiflorus que es, nada más y nada menos, que el aguacate cimarrón, a cuenta del cual encontré a Sauvalle.

Por su parte, el señor Sebastián Alfredo de Morales fue un destacadísimo botánico, poeta y médico cubano, todo así, con el mismo impulso. Podemos considerarlo un precursor de algo hoy muy socorrido: la medicina homeopática, a la cual agradezco el alivio a mi rinitis.

Escribió obras importantes como Flora arborícola de Cuba. Y una buena colección de poemas, entre ellos La tarde del huerto, Al dolor, La fuente del Soto, La voz de la tormenta, El beso.

Las abreviaturas Morales y Sauvalle se emplean para indicar a estos cubanos, de los cuales ni siquiera hablamos, como autoridades en la descripción y clasificación científica de las plantas.

No he leído ninguna de las obras, científicas o poéticas, de estos dos sabios olvidados, ni he visto su imagen. Aun así, los coloco en mi galería, rescatados del mítico gato de abuela.

Viendo todo esto —que hay más, pero ando abreviando— se me ocurren cosas locas. Celebrar el Día del Árbol colocando imágenes de nuestros botánicos en los árboles de los parques, y leer las poesías que escribieran. O conmemorar el Día de la Ciencia Cubana con el tema Poey In Memoriam, y dedicarle todo un salón a la familia: reproducir imágenes del libro de los Peces y de las mariposas de Don Felipe, y grabados de las innovaciones de Don Juan en su ingenio Las Cañas, y reproducciones facsimilares de las notas de campo de Don Andrés. Y los versos del naturalista, a quien Lezama consideró un anticipador del romanticismo. ¿Le parece atinado o mi cordura anda en peligro? Yo lo haría, en fin de cuentas mi cordura ya está acostumbrada a las dudas.

Ahora tengo deseos de hablar de los antropólogos y de esa eterna disputa entre arte y ciencia, y Miguel Barnet y sus haikus, que nada le envidian a los japoneses; es más, son mejores porque están escritos a mi medida. Ay de mí y ese verso: yo lo que quiero es esperarte… Pero, los antropólogos tendrán su día, que se los otorgaré yo, ya que no la ONU.

Volviendo a lo que hablábamos, pero mirándolo al revés. No sé por qué me parece que no me hice entender. Vuelvo a empezar: hablaba yo de los científicos a los cuales les mutilamos su vida literaria; hablemos, entonces, de aquellos que solo son conocidos por su obra literaria y que son, además, profesionales de diferentes ramas de las ciencias. No puedo afirmar que sean científicos, en cuanto a descubrimientos o altos aportes, en verdad no lo sé; pero; que sería de los descubrimientos que pueden ayudar a ampliar los conocimientos de la humanidad —me remito a Pauling— sin los profesionales que los estudian, los comprenden y los aplican…

Mire usted. Uno de los fundadores de la Sociedad de Estudios Clínicos y de la Sociedad Antropológica de Cuba fue un poeta: Esteban Borrero. El fundador de la primera Academia de Arte Dramático de Hispanoamérica fue un médico: Salvador Bonilla Sosa.

El autor y actor más famoso de la primera mitad del siglo XIX lo fue Francisco Cobarrubias, médico cirujano. Avanzando en el tiempo, y sin salir del teatro, le cuento que El robo del cochino lo realizó un cirujano dental: Abelardo Estorino.

Para no alejarnos mucho de la profesión, el medico odontólogo Luis Amado-Blanco fue novelista y poeta, premios incluidos. Siguiendo con novelas nos encontramos con el médico Miguel de Carrión y Las Honradas y Las Impuras.

Volviendo a la poesía: Primer Libro de la Ciudad, Segundo Libro de la Ciudad, y el doctor en medicina César López.

Y les voy pasando por arriba a espeleólogos, como Ricardo Escardó; agrónomos, como Rafael Arango; y hasta etcétera, como dice un buen amigo.

Y hablando de buenos amigos, aunque sea ahora, casi en la postdata, imposible pasar por encima del mejor de los amigos que tuvieron, por años, los estudiantes de primaria: Así es mi país, el más hermoso de los libros de Geografía de Cuba, escrito por el inolvidable Antonio Núñez Jiménez, cuadro central de mi galería personal, con su Geopoética.

Mi galería personal. Parece que me estoy volviendo presuntuosa; pero, no, porque la estoy compartiendo… ¿o no? Es solamente como un salón poco convencional, posiblemente; con informaciones que, tal vez, no pueda analizar dándole significado y sentido, con conocimientos fundamentados, que me permitan brindar resultados estructurados sistemáticamente. Es verdad, lo admito. Pero, la comparto.

Acepto que me falta capacidad, pero (tengo deseos de escribir que me sobra machete) me sobran curiosidad y deseos de saber, y no me canso de buscar y buscar, y cada dato que encuentro, cada nombre —con su vida y su historia— va a esa galería sin cuadros, donde cada cual anda a su aire y como que charlamos, o algo así, y al final de cada historia pienso: eso ya no se lo lleva el gato.


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