Lo Cubano en la pintura de Armando Menocal


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Quienes le conocieron afirmaban que luz, rigor, fervor patriótico, belleza estilística y verdad en cada uno de sus trazos en el lienzo resultaban fascinantes ante los ojos de críticos, estudiosos y hasta de aficionados en temas pictóricos.

Con él la remembranza de hechos y personajes históricos/literarios cobraban vida; a tal punto que desconocer tal mérito suponía algo ignominioso ante tanta verosimilitud y hasta idealización de tanto talento creador.

A Armando Menocal, artista cubano de la Plástica –ya reconocido históricamente como el Pintor del Independentismo–, debemos una extensa obra, activa entre el último cuarto del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX. Durante ese período ocupa la máxima dirección de la Academia de Bellas Artes de La Habana, además de ser considerado –junto a su compatriota Leopoldo Romañach–, como uno de los maestros de la transición artística de la pintura entre los dos siglos.

Testigo y partícipe de los acontecimientos políticos que tuvieron lugar en la Isla de Cuba en el período de la Segunda Guerra de Independencia (1895-1898), tomó parte activa en ésta, donde alcanzó el grado de comandante en el Quinto Cuerpo del Ejército Libertador.

Tras su participación en dicha contienda independentista o Guerra Necesaria, retorna a su Cátedra en la Escuela de Pintura y Escultura San Alejandro en La Habana, para continuar en ella su labor como retratista y paisajista –altamente reconocido por la crítica especializada de la época–, al que decide incorporar el elemento épico, resultado de sus vivencias durante la guerra. Su trascendental lienzo referido a la caída en combate del Titán de Bronce, Antonio Maceo Grajales, es ejemplo de ello.

Igualmente, el elemento de lo Cubano sobresale en cada una de sus obras, lo que les otorga el influjo de la flora y la fauna de este otro lado del mundo, de esta Isla que tanto le aportó a los ambientes y el colorido de sus lienzos.

Lo mismo ocurre con las mujeres que lleva a sus lienzos, muy criollas y de diversos linajes. Obras suyas pueden apreciarse en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y en el Museo de la Revolución. Otra obra sobresaliente, pero de carácter épico-histórico hispano es la que realiza en 1887, cuando pinta La jura de Santa Gadea, en la que plasma un acontecimiento legendario que habría ocurrido en diciembre de 1072 en la Iglesia de Santa Gadea de Burgos. (1)

Tampoco se puede dejar de citar su lienzo dedicado al Cuarto Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo (1492-1892), a partir de un certamen convocado en Estados Unidos con el objetivo de efectuar una Feria Universal al estilo de la que tuvo lugar en Paris en 1889, con motivo del Centenario de la Revolución francesa.

El óleo, de considerables dimensiones (4,80 m x 3,30 m) se expuso en el vestíbulo del importante Teatro Tacón de La Habana, desde principios de febrero de 1893, antes de enviarse a la Feria. La crítica no escatimó elogios al cuadro, abordando los detalles históricos.

Etapa académica

De su etapa académica habría que hablar en letras mayúsculas, pues ésta transcurrió en la Escuela de Pintura y Escultura de San Alejandro entre 1876 y 1881 (estudios elementales), hasta más tarde pasar a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, para luego regresar a La Habana, donde instala su estudio en mayo de 1889.

Hay que destacar que, en la Escuela de San Alejandro, Menocal tuvo la oportunidad de contar en su claustro académico a profesores consagrados como Francisco Cisneros y Ramón Bear. Luego de la muerte de ese último le sustituye en la cátedra de Dibujo Elemental el profesor Antonio Herrera, que la ocupó hasta 1891; tras su fallecimiento, Menocal le brinda cobertura.

Así y, al mismo tiempo que la artística, Menocal ejerció la carrera docente en la Escuela de Pintura de La Habana durante toda su vida activa.

En suma, Menocal fue un artista pictórico de la historia; de retratos, paisajes, marinas, flores, naturalezas muertas y también realizó decoraciones con temas mitológicos. tiene méritos suficientes para ser considerado uno de los iniciadores de las artes plásticas en Cuba.

Esta condición ya más que notoria, no sería del todo excepcional, si a sus valores artísticos no se sumaran aquellos patrióticos que lo convirtieron en cronista visual de nuestra última guerra de independencia. Junto al cúmulo de fotografías anónimas o realizadas por corresponsales de guerra cubanos y extranjeros, tienen un espacio muy particular sus dibujos y bocetos a plumilla hechos in situ en la manigua, los cuales se vendían entre los cubanos exiliados para recaudar fondos para el Ejército Libertador. Esta línea de creación personal derivada de las emergencias propias de la guerra, tendría su correlato mayor en la República, cuando magnificó el asunto histórico en un número de obras pictóricas realmente emblemáticas de nuestra identidad visual, con las cuales el pintor vino a llenar el vacío dejado por la falta de testimonios fotográficos sobre tales hechos, bien por corresponder a períodos históricos anteriores a su invención o por las limitaciones técnicas que todavía presentaba este lenguaje para captar la dinámica de los combates.

En 1895, al estallar la Guerra de Independencia, abandonó el aula y se incorporó a la Revolución; primero, bajo el mando del Marqués de Santa Lucía y luego como Ayudante del General Máximo Gómez.

Durante la guerra, en los momentos libres, ejecutaba a plumilla retratos de jefes y compañeros que luego se vendían en los Estados Unidos para sumar fondos a la causa revolucionaria, participó, además, en acciones que luego reprodujo en sus cuadros, como La batalla de Coliseo, La Invasión y La batalla y Toma de Guáimaro. Su acción como mambí le hizo ganar el grado de Comandante del Ejército Libertador.

Es famosa su pintura de gran formato titulada La muerte de Antonio Maceo, creada en 1906 y que estuvo expuesta en la escalinata del Palacio del Ayuntamiento de La Habana. Por ella el pintor recibió la suma de cinco mil pesos. Dicho cuadro fue enviado, a petición del general Loynaz del Castillo, a la Exposición de California, en 1915, donde fue premiado con medalla de oro.

Un hecho conmovedor de su vida ocurre cuando es designado, por el propio general Máximo Gómez, para integrar la Comisión que hace entrega al Titán de Bronce de su nombramiento como Lugarteniente General del Ejército Libertador. En ese documento histórico, el artista dibuja su retrato a la pluma.

Durante su paso por el Ejército Libertador, llega a obtener el grado de Comandante, además de ser asistente del general Máximo Gómez.

Asimismo, se incorpora a las fuerzas de Maceo, para recorrer el camino de la invasión desde Oriente hasta el Mariel.

Al concluir la guerra, se reincorpora a su Cátedra de Paisaje en San Alejandro, la que ocupaba desde el 30 de julio de 1891. Decora la Quinta Las Delicias, de Palatino, perteneciente a Rosalía Abreu, para la que realiza varios paneles mitológicos y cuadros sobre la invasión, entre los que figuran La Batalla de Coliseo, en la que participa.

En 1918, por encargo de su primo Mario García Menocal, Presidente de la República, realiza la decoración del Palacio Presidencial, actual Museo de la Revolución, para el que concibe el lienzo de 22 metros que adorna el techo del Salón de los Espejos de este edificio, así como el cuadro de La Batalla y Toma de Guáimaro.

Un arte comprometido con la Historia de Cuba

Sin lugar a dudas que este Artista cubano de la Plástica no sólo llega a crear un arte comprometido con la Historia de Cuba, sino que en lo fundamental sino que en él llegan a imbricarse sus propios valores patrióticos, traducidos (a través del pincel), en elementos éticos, políticos y sociales, y en su aspiración personal de ver a Cuba soberana e independiente.

Es entonces que, del arte de la plumilla pasa al del caballete de gran formato, para plasmar los hechos históricos considerados por él más notorios ocurridos durante la contienda independentista.

Nacen así, entre otras pinturas, las relacionadas con La Invasión, La batalla de Coliseo y la muy notoria Muerte de Maceo (1906). Obras todas, a no dudar de Lo Cubano en la pintura de Armando Menocal. Resultado último de una madurez ideoestética, que tiene su momento de gestación en los asuntos históricos que eligiera durante su etapa de estudiante de arte en España, entre 1881 y 1890.

 

Notas:

  1. Según la tradición, Alfonso VI el Bravo, rey de Castilla y León, hubo de prestar juramento en público, conminado por el Cid Campeador, de que no había tomado parte en el asesinato de su hermano, el rey Sancho II el Fuerte, quien había sido asesinado ese mismo año mientras sitiaba la ciudad de Zamora.

La pintura fue donada al municipio de Alfáfar (Valencia, España) por los herederos del conde de Romrée. La entrega al Ayuntamiento se formalizó el 2 de julio de 1965.

El Instituto de Restauración de Patrimonio de la Universidad Politécnica de Valencia restauró la obra durante el verano de 2007. El lienzo se conserva en el Ayuntamiento de la localidad valenciana de Alfáfar. ​

Fuentes:

  • Vázquez Rodríguez, Benigno. Armando G. Menocal y Menocal. En: La pintura y la escultura en Cuba. Ed 1953. p 59-66.

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