Llora como yo lloré


llora-como-yo-llore
Miguel Ángel Rapsal (El Lele)

“…las lágrimas están desfigurando toda la sonrisa de mi cara…”. Así, a golpe de rumba arrabalera; quisiera acercarme a dos acontecimientos, tristes por demás, que han entristecido en las últimas semanas a la música cubana: Miguel Ángel Rapsal, o simplemente El Lele, y don Ricardo Díaz han fallecido en esta ciudad.

Para el común de los cubanos, la mayoría de ellos atrapados en las urgencias cotidianas, estas defunciones pueden pasar y ya; y es como diría Rubén Martínez Villena: “…aunque la muerte es algo que ocurre todos los días/siempre despierta cierta curiosidad…”. Y es que ante los hecho quisiera acercarme a aquellas cosas que unen en el tiempo y en la música cubana a estas dos personalidades; previa presentación mínima de ellos.

El Lele, como todos le llamaban, se nos hizo conocido primero en la orquesta de Elio Revé, su voz fue la que primero dio a conocer los temas que escribiera Juan Formell cuando definió lo que se conoce  como changüí 68 y 69, que no fueron más que sus primeras búsquedas en el camino del Songo.

Mulato espigado, nacido en el habanero barrio del Cerro donde, además de tener influencias de la rumba, se atrevió a cantar en sus comienzos rock & roll, pero —como dicen nuestros mayores— la sangre, perdón la rumba, es más espesa que el agua y terminó llevando aquellos giros modales a la música popular bailable cubana. Lele conocía desde adentro el lenguaje de los barrios, por esa razón cuando Los Van Van nacen en diciembre del año 1969 toca a él ocuparse de los temas calientes que escribe Formell; entonces toda Cuba repite aquello de Compota de palo, le sigue cuando a dos voces con Juanito canta Yuya Martínez y muchos de aquellos primeros éxitos de la banda a la que llamara Juan Cruz desde siempre en el Salón Rosado de la Tropical  “… el fabuloso tren musical de la alegría…”.

Eran las primeras búsquedas musicales que desembocarán a fines de los ochenta en el fenómeno musical y social llamado timba y la voz del Lele estaba entre las que marcarían la ruta inicial a la diestra de Formell; hasta que un buen día aparece en la orquesta Los Reyes 73, que antes se había llamado el Combo Los Reyes y junto “al Chiquí”  harán el uno/dos más genial de la época y pondrá nuevamente de moda una frase antológica del Tío Tom, todo un rumbero popular, que reza: “… a la fiesta de los caramelos/no pueden ir los bombones…”.

No fuimos amigos, si mi memoria no me traiciona, conversamos algunas veces a mediados de los años ochenta, cuando Los Reyes 73 formaron parte de la plantilla del otrora cabaret Palermo, que estaba en la calle San Miguel e Industria en pleno corazón de Centro Habana. Allí se le podía escuchar en la segunda parte del show, después de que Anaís Abreu cantara Nostalgia y otros temas y Walterio Núñez recitara los poemas de Pablo Neruda a los asistentes. El Lele se permitía, en honor a la gloria vivida con Van Van recrear aquellos coros, o estribillos que le hicieron famoso; sin embargo, a estas alturas de la vida ni Cirilo ni Clara, ni la compota de palo se escucharon en su funeral.

No nos habíamos repuesto de la noticia cuando alguien comentó que el compositor Ricardo Díaz había muerto. Sorprende la muerte, que no por esperada, de aquellos a quienes conocemos; pero duele más el silencio mediático que acompañó y acompaña a este acontecimiento doloroso para la cultura y la música cubana en particular.

Ricardo Díaz puede ser considerado uno de los padres “textuales, o líricos” de la timba; y es no para nada festinada esta afirmación, si se revisa su catálogo musical y quienes fueron sus principales intérpretes se podrá entender lo antes expresado. Pero hacer historia, lo que por momentos puede a algunos resultar aburrido; se hace necesario.

Su carrera va desde el megaéxito de los cincuenta —la era del cha cha chá— Donde vas Domitila; hasta el tema Atrevimiento que popularizara Irakere. Así de sencillo pudiera parecer pero hay más. Está su labor como defensor de los derechos de los compositores, su prodigiosa memoria y su presencia entre los bailadores del barrio de Santa Amalia, donde, además de hacer cátedra, fue uno de los impulsores de la carrera autoral de otro Ricardo, este de apellido Pérez cuando le conectó con Benny Moré para que le grabara el bolero Tú me sabes comprender; conocido por todos como Oh, vida.

Pero Ricardo Díaz, perdón don Ricardo, fue un prominente rumbero, tanto que en los años ochenta produjo dos discos de Carlos Embale cantando rumbas como solo él podía hacerlo; demostrando que al rumbero del Cerro todavía le quedaba voz.

Ricardo Díaz ha partido tras su Domitila, tras su sones y sus guarachas, lo mismo que El Lele, que se llevó de una vez sus giros melódicos, sus pasillos entrecortados mientras Formell tocaba el bajo. Tal vez, allí a donde se han fugado; palabras textuales de José Antonio Méndez; sigan la rumba y sin temor compartan recuerdos, amigos y un largo trago de ron por los que aquí quedamos.

A golpe de rumba comenzamos este llanto… y a golpe de rumba terminamos… “la muerte me llama/ qué es esto…”

Y como solía decir Ricardo Díaz en aquellas tardes que sonriente invitaba a un trago: “por los que están y por lo que nos iremos un día: Salud”.

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte