Hoy se conmemora el 62 aniversario de uno de los sucesos más detestables de la historia de Cuba: el asesinato de Lidia Doce y Clodomira Acosta, mensajeras de la Sierra Maestra, heroínas de la Patria.
Lidia Esther Doce, conocida por la Nena, nació en Velasco de Gibara, Holguín, el 27 de agosto de 1916; vivió en Mir y San Germán; se sumó al Ejército Rebelde casi a los 41 años en el lugar conocido por San Pablo de Yao, en las estribaciones de la Sierra Maestra, cerca de Bayamo; su hijo Efraín, pertenecía a la Columna número Cuatro del Comandante Ernesto Che Guevara, a la que se sumó la guerrillera en 1957, convirtiéndose en mensajera.
Con poca instrucción, solo alcanzó el quinto grado, pero con mucho temple y coraje, fue una combatiente madura, valiente y audaz; demostró su fidelidad a los ideales de la Revolución con su entereza y su vida, la que entregó valientemente a los 42 años.
Clodomira Acosta, era una campesina manzanillera que nació el primero de febrero de 1936, en la Sierra Maestra. Tenía solo 20 años cuando se sumó al Ejército Rebelde, en junio de 1957, sirviendo de efectivo enlace entre la Columna Uno del Comandante en Jefe Fidel Castro y otras fuerzas que operaban en la Sierra Maestra y en el llano.
Fue una intrépida mensajera del Jefe de la Revolución; tímida, dulce, muy despierta, ágil, de gran inteligencia natural, cumplía con mucha eficacia misiones delicadas y arriesgadas. Solo tenía 22 años al morir asesinada.
A fines de agosto de 1958 llegó a La Habana Lidia, y el 10 de septiembre, arribó Clodomira; ambas tenían que cumplimentar significativas misiones durante el plazo de dos semanas. Lidia se alojó en Guanabacoa y Clodomira, en la calle Rita, del reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón pero el 11 de septiembre Lidia decidió quedarse en el Juanelo, junto a Clodomira, y a los combatientes clandestinos Alberto Álvarez, de 21 años; Leonardo Valdés, de 23; Onelio Dampiel, de 22; y Reinaldo Cruz, de 20 años, los cuales estaban siendo perseguidos por la policía por el secuestro de la Virgen de Regla y el ajusticiamiento del chivato Manolo Sosa, conocido como Manolo el Relojero.
Como resultado de una delación, en la madrugada del 12 de septiembre irrumpieron en dicha casa un grupo de soldados comandados por los coroneles Esteban Ventura Novo y Conrado Carratalá, ellos como todos los miembros de la tiranía batistiana, actuaban en estos momentos con toda la crueldad, ilegalidad, y falta de humanismo que caracteriza a los últimos estertores de los regímenes sanguinarios.
Los cuatro muchachos fueron salvajemente golpeados y luego los ametrallaron en presencia de Lidia y Clodomira; la necropsia posterior arrojó que Reynaldo Cruz recibió 52 balazos.
Las dos revolucionarias fueron arrastradas fuera del edificio y a golpes y puntapiés las metieron en una perseguidora que las trasladaría hasta la Oncena Estación de la policía.
Un esbirro de apellido Caro, que en ese momento fungía como guardaespaldas de Ventura, narró en el juicio que se le seguiría en 1959, todo lo que sabía de Lidia y Clodomira, pues fue testigo presencial de los sucesos que terminaron con la vida de ambas.
Dijo que el 13 de septiembre Ventura lo mandó a buscar a Lidia y a Clodomira que estaban en la Oncena Estación, para trasladarlas a la Novena Estación, en la que al bajarlas al sótano otro soldado empujó a Lidia y esta cayó de bruces y no se podía levantar por lo que este la golpeó con un palo por la cabeza, saltándosele casi los ojos al darse con el contén.
Entonces refirió que Clodomira le fue arriba al soldado arrancándole la camisa y clavándole las uñas en el rostro, y que cuando él trató de quitársela, la joven lo mordió para impedir que siguieran maltratando a Lidia; el esbirro mostró en la vista oral, una gran cicatriz en su hombro que se debía a dicha mordida.
Caro también reveló que el día 14 de septiembre de 1958, por la noche, el jefe de servicio de Inteligencia Naval, Julio Laurent, connotado criminal de triste fama, convenció a Ventura para que le entregara a Lidia y a Clodomira para lograr que delataran los planes del Movimiento 26 de julio, y que Ventura se las mandó con el propio Caro pero «prestadas, pues eran sus prisioneras».
Por mucho que Laurent las torturó vilmente durante días, las heroínas resistieron el suplicio y las vejaciones y el verdugo no consiguió de ellas una delación, por lo que en la madrugada del día 15, ya moribundas, las subieron a una lancha que zarpó al mar.
Continuaron torturándolas; en sacos llenos de piedras las hundían en el agua y las sacaban hasta que, al no obtener ninguna confesión el día 17 de septiembre de 1958 fueron tiradas al mar, en una zona cercana al Castillo de La Chorrera.
Nunca hablaron; nunca delataron a ningún compañero ni revelaron ninguna de las informaciones sensibles de las que eran portadoras.
El tribunal revolucionario sentenció a Caro a la pena capital en aquel proceso.
Más allá de la admiración de la que son dignas estas cubanas, su historia es tan triste como la de todos los que ofrendaron sus vidas por el ideal de una Revolución que cambiara el orden imperante en el país y cumpliera los sueños del Apóstol; en el caso de ellas es muy duro recordar además que tan solo tres meses después del desalmado crimen, Fulgencio Batista huiría y llegaría el triunfo del Ejército Rebelde del que fueron gloriosas combatientes.
El Comandante Ernesto Guevara, expresó su respeto por ambas mujeres:
«Sus cuerpos han desaparecido, están durmiendo su último sueño, Lidia y Clodomira, sin dudas, juntas, como juntas lucharon en los últimos días de la gran batalla por la libertad (...) Dentro del Ejército Rebelde, entre los que pelearon y se sacrificaron en aquellos días angustiosos, vivirá eternamente la memoria de las mujeres que hacían posible con su riesgo cotidiano las comunicaciones por toda la isla, y entre todas ellas, para nosotros, para los que estuvimos en el frente número uno, y personalmente para mí, Lidia ocupa un lugar de preferencia».
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