Es ya casi habitual referirse a que la intervención de Estados Unidos en la Guerra del 95 frustró el proceso de más de treinta años de lucha por la independencia de Cuba y la realización del ideario martiano. Al respecto y según el historiador José Antonio Portuondo (1), “la cultura de Cuba republicana se inicia bajo el signo de la frustración política”. Conocida es la situación existente en el país durante medio siglo de dominio neocolonial con su amplio bagaje de injusticias, discriminación racial, alto índice de analfabetismo, desconocimiento del papel social de la mujer, entre otros muchos males. Al decir del intelectual y diplomático cubano, Raúl Roa García: “(…) La válvula de escape de aquella atmósfera enrarecida y agobiante fue el choteo y la trompetilla, a la vez catarsis, autodefensa y desquite del inconsciente social rebelado” (2).
Y acerca de aquella República neocolonial estuvo dedicado el espacio El humor en la Cultura cubana, al cual convoca mes tras mes, en el habanero Centro Cultural Dulce María Loynaz la prestigiosa escritora Laidi Fernández de Juan.
En esta ocasión Laidi tuvo como invitada a la profesora universitaria doctora Adelaida de Juan, quien abordó con el tema Caricatura de la República, las figuras de dos personajes incluidos en la literatura humorística cubana, y presentes en la prensa escrita en sus secciones de Humor gráfico durante las primeras décadas del pasado siglo: Liborio y El Bobo de Abela.
“Siempre digo en privado, en público y en todas partes que la invitada de hoy, la profesora Adelaida de Juan (1931) —quien además es mi mamá—, me introdujo en el humor y a respetarlo como expresión literaria”, expresó Laidi para agregar seguidamente que “por primera vez mi madre y yo coincidimos en un mismo espacio —ella siempre gusta de los segundos planos, la última hilera…—, nunca y hemos estado juntas en una presentación como ésta. Y es que ella, además de ser mi mamá, realmente es una experta del humor gráfico, de la llamada caricatura de la República. Y ella es la persona ideal para abrir este ciclo que, anteriormente tenía por nombre El humor en la literatura y que a partir de hoy se conocerá con el nombre de El humor en la Cultura cubana”.
Al iniciar su intervención, la doctora Adelaida de Juan recordó que “hace años me publicaron un libro titulado Caricatura la República”, el que entregué para ser publicado en 1974 y, sin embargo, estuvo durmiendo durante ocho años —motivo que hasta hoy desconozco—, hasta 1982 en que al fin se presenta y, de inmediato, se agota. Años después, en 1994, se produce su reedición por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), gracias a la iniciativa de una persona muy valiosa de nuestra Cultura nacional: el desaparecido y querido escritor, Enrique Núñez Rodríguez. De esa forma el título tuvo una segunda edición.
“¿Por qué Caricatura de la República?, interrogó Adelaida de Juan, para rememorar seguidamente que “en la década del sesenta del pasado siglo se creó un equipo interdisciplinario para estudiar la Cultura cubana y partiendo de la presencia de especialistas de diversas ramas (literatura, cine, teatro, artes plásticas). Es entonces que nos piden que nos ocupásemos de esta tarea en nuestro Departamento a partir del estudio de las Artes Plásticas en Cuba a partir del primer cuarto del siglo XX, o sea, los primeros 25 años de República. Mas esos estudios referidos a dicha disciplina los caracterizaba la presencia de artistas con un alto grado de academicismo —¡Academia pura!—, sin nada nuevo que aportar, pues todo se cimentaba en la Plástica del siglo XIX.
“Es cuando medito que, desde muy niña, todo el mundo hablaba de un personaje llamado Liborio que aparecía como personaje humorístico en la prensa escrita, y con el cual la gente se divertía muchísimo pues todo lo malo siempre le caía encima. No era un personaje perteneciente a la cultura académica, pero sí ya yo había decidido incluirlo como parte del trabajo que se nos pedía referido a nuestra Cultura nacional.
“En un inicio, se armó tremendo revuelo en el Departamento de Historia del Arte, ante mi propuesta. ¡O Liborio, o nada!, dije, pues la pintura académica que existe es la del siglo XIX. Finalmente me apoyaron. Decidí entonces indagar sobre Liborio. Visité, entonces, el Departamento de Publicaciones cubanas de la Biblioteca Nacional José Martí, donde una especialista maravillosa, Josefina García Carranza, me informó que dicho personaje estaba presente en un semanario llamado La Política Cómica”.
Es entonces que la Profesora de la Universidad de La Habana profundiza en su investigación sobre Liborio, fichando día tras día, pero a la vez se percata que el dueño del semanario, el caricaturista y el director eran una misma persona: Ricardo de la Torriente: “En pocas palabras, puntualizó, hacía lo que le daba la gana, y es así cómo entra en el mundo gráfico de la politiquería de una República que acababa de nacer. Llegó a tener tanto poder y tanta maniobra con el diseño de esta caricatura que, en una entrevista que leí, lo presentaban no sólo como el caricaturista, sino también como el segundo presidente de aquella República. Ese era el poder de Ricardo de la Torriente, el poder de una caricatura, de una publicación”.
Significó que la caricatura de Liborio “no era nada del otro mundo, pero personificaba al pueblo cubano, al cual le pasaban las cosas peores y de ahí la popularidad de De la Torriente. De esta forma fui descubriendo los primeros 25 años de La Política Cómica.
“Mas, ¿cómo personificaba ese dibujante al pueblo cubano? Lo personificaba como racista y esto lo observamos en una figura tan querida y admirada como el periodista y amigo personal de José Martí, su hermano negro Juan Gualberto Gómez, al que De la Torriente lo trataba humillante. Asimismo, estaba en contra de los derechos de la mujer, la que no tenía derecho al voto, al divorcio…Estaba también contra la lucha por los derechos y reivindicaciones del trabajador y, en específico, del obrero cubano, además de ser un cambia casaca de todos los candidatos a la política”.
Subrayó que un punto clave en todo esto fue la visión de dicho autor sobre las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos: “Era una posición de dos caras, puntualizó. Por una parte, observaba al vecino del norte como el responsable del orden en el continente y, en específico, en la Isla. Pero al mismo tiempo, estaba en contra de la injerencia norteamericana (¡Injerencia, NO!). Así transcurren los 25 años de La Política Cómica, de Ricardo de la Torriente, siendo (repito) dueño, dibujante y director de ese semanario”.
Relató a continuación que durante la dictadura de Gerardo Machado, surge otro personaje “pero no en La Habana, sino en la ciudad de San Antonio de los Baños —lugar donde actualmente se celebra la Bienal del Humor—, gracias al talento de Eduardo Abela, quien desde muy joven se destacó por sus caricaturas publicadas en un periódico de ese lugar llamado El Sordo Viejo. Sin embargo, a diferencia de De la Torriente, Abela aspiraba a ser pintor, y tanto luchó por esto, que lo logró al serle otorgada una beca por la municipalidad para estudiar pintura en España.
“En aquel entonces y tras su regreso, existía un semanario La Semana donde dibujaba sus caricaturas. Pudo reunir un poco de dinero y viajar entonces a París, centro del Arte moderno, donde pintaba caricaturas y las enviaba a esa publicación para poder sobrevivir. Llega a montar incluso una exposición en una galería parisina. Allí conoce a otro cubano, pero escritor, Alejo Carpentier —quien enviaba sus colaboraciones a la revista Social—, y se hacen amigos.
“Hay que decir que, en ese entonces, la línea de Abela era picaresca, costumbrista.
Tras su regreso a Cuba, en 1929, sus caricaturas adoptan otro tono al existir una situación de repulsa contra el régimen de Machado —quien ya había sacado las garras—, y es a través de su personaje de El Bobo, que Abela comienza a comentarla. Este personaje se caracteriza por ser un hombre de cachetes muy redondos —similares al trasero de una mujer—, al que el pueblo lo bautizó como El Bobo. El caricaturista Abela nunca le puso nombre a su personaje. Fue el propio pueblo quien gustaba de sus caricaturas, y las leía con avidez. El Bobo decía cosas, satirizaba la situación política y social existente en el país, pero se hacía el bobo, producto de la censura de prensa existente.
Para distinguir a este bobo de otros existentes en el humor históricamente —el Bobo de Batabanó, por ejemplo, entre otros—, se le distinguió por el nombre de su creador: El Bobo de Abela.
Por otra parte y a diferencia del Liborio de De la Torriente con sus versitos o textos ramplones, Abela al ser pintor revoluciona las formas de la caricatura, del humor gráfico; además de que establece diálogos sugerentes, desconfiados, debajo de sus diseños. El Bobo salía acompañado por un amigo Profesor y por un niño o ahijado. Ese niño le llama Padrino a El Bobo y Papá al Profesor. Este último era idéntico a El Bobo. La censura fue terrible tras la aparición de esos personajes. No obstante a ello, El Bobo, quien era patriota y siempre salía provisto de una pequeña bandera cubana, fue creando claves para burlar a la censura. Por ejemplo, la insurrección estaba demostrada en una vela. Si la insurrección popular era exitosa, la vela era grande; si iba mal, la vela era muy pequeña. Igualmente, si las noticias eran falsas, dibujaba unas bolas enormes que perseguían a El Bobo, o se hallaban en medio o en las esquinas de las calles. Pero la clave más sorprendente de todas fue cuando El Bobo comienza a aparecer muy abrigado, vistiendo una bufanda alrededor de su garganta que no le permitía ni hablar, ni tragar. El Bobo, entonces, no tragaba. Eran dibujos verdaderamente elocuentes sobre la situación existente en el país.
“Los lectores de El Bobo (que nunca lo fue) descifraban muy bien cada una de las claves de comunicación. Por ejemplo, cuando un anti-machadista tenía que marcharse de Cuba, o exiliarse, exigía a sus familiares que no le escribiesen, que tan sólo le enviasen los recortes publicados de dicho personaje y así sabría cómo andaba la situación en la Isla.
“Tras la primera dictadura de Fulgencio Batista, Abela decide marcharse de Cuba, y llega a ser uno de los más grandes iniciadores de la renovación de la pintura en nuestro país, junto a Víctor Manuel, a Carlos Enríquez y a tantos otros. Ya posteriormente, durante la segunda dictadura de Batista, y tras el asalto al Cuartel Moncada, surgir la figura de Fidel, los rebeldes en la Sierra Maestra, aparece el joven René de la Nuez quien a la manera de El Bobo de Abela, crea otro personaje: El Loquito. Este no se hacía el bobo, sino el loco, y estaba exento de diálogos”.
Notas
- José Antonio Portuondo: Cultura Cubana, siglo XX. Editorial Félix Varela. La Habana, 2006.
- Ibídem.
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