Una voz española que ha ampliado su significado en los últimos tiempos es lívido, lívida, adjetivo que solamente significaba en el español ‘amoratado, que tira a morado’, pero la palabra en francés, livide, fue cambiando su significado, que era igual al del español, y llegar hasta ‘extremadamente pálido’, y de ahí fue introduciéndose en el idioma español esta acepción, quizás de traductores o lectores del francés, acepción gálica que ha prevalecido sobre la española.
Igualmente sucedió con otros miembros de la familia de palabras de lívido, lívida, como lividez, livideces, y otras.
Hasta la decimonovena edición del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), de 1970, el adjetivo lívido solamente traía como acepción: ‘Amoratado, que tira a morado’. Y es en la vigésima edición del DRAE, de l984, en que se le añadió la acepción que llegó al español del francés: ‘Intensamente pálido’.
Realmente, las dos acepciones, la originaria española y la entonces espuria galicista, convivieron en el habla no solo de naturales de España, sino también de América desde la segunda mitad del siglo XlX.
Desde aquella época hubo escritores que emplearon lívido en su acepción afrancesada de ‘pálido’, mientras otros no dejaban pasar el afrancesamiento de la palabra lívido, y lo usaron en su valor hispánico de ‘amoratado’.
Fernando Lázaro Carreter, quien fuera director de la Real Academia Española, en un artículo en el diario madrileño Informaciones, en l976, a la vez que arremetía contra los que empleaban la acepción galicada —en esa época todavía espuria— daba a conocer a otros que desde antaño también criticaban el —entonces— mal uso de la palabra, como dos latinoamericanos:
El guatemalteco Antonio Batres Jáuregui, en 1892, advertía a sus compatriotas: “¿Quien no toma entre nosotros lívido por «pálido, descolorido»?. Sin embargo, lo que significa lívido en castellano es «amoratado»”.
También el colombiano Rufino José Cuervo, en 1907, expresó: “Lívido significa «amoratado», y no «pálido» u otra cosa parecida”.
Además, por una parte, Carreter cita a otros autores, tanto iberos como latinoamericanos, que sí empleaban el valor de lívido en la única usanza que —entonces— tenía, como:
- “Aumentó la lividez de las ojeras”, (Jacinto O. Picón, en l921).
- “Por la ventana abierta sobre las livideces del alba entró un revuelo de aire frío”. (Ramón del Valle-Inclán, en l927).
- “No necesito verme para sentir la palidez del rostro, la lividez de los labios”. (El mexicano Carlos Fuentes, en l962).
Por otra parte, otros buenos escritores incluían en sus trabajos la voz lívido en su valor —entonces espurio— de ‘pálido’, como:
- “Aquel mísero estudiante noruego, lívido y muy mal vestido”, José Echegaray y Eizaguirre, en l905).
- “Su palidez era lívida”. (Fernán Caballero, publicado en l908).
- “Tigre Juan se puso de una lividez cenizosa”. (Ramón Pérez de Ayala, en 1925).
Por tal motivo, ante el auge del uso de su acepción galicada, la Real Academia Española decidió, en l984, incluir esta definición, añadiéndola a la antigua española. No quedó otro remedio, para hacer valer eso de que “el idioma lo hace el pueblo”, aunque, para algunos modernizantes, se demoró en hacerlo.
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