Cada cubano tiene claro, desde que estudia en la enseñanza primaria, el contenido antiimperialista de la obra de José Martí. No obstante, La verdad sobre los Estados Unidos, uno de los textos cenitales para comprender el alcance de su prédica, resulta poco conocido. Ello se debe a que apareció en Patria el 23 de marzo de 1894, pero no volverá a reeditarse hasta su inclusión en el tomo 28 de sus Obras completas, sacado a la luz por el Instituto Cubano del Libro en 1973. (1)
Con este artículo culmina y sintetiza Martí inquietudes de muy larga data. Sus antecedentes más antiguos en la producción del cubano están presentes en aquel apunte de juventud, donde expresa con claridad meridiana y profundidad de juicio que no se corresponden con sus dieciocho años, su visión personal del poderoso vecino, al que aún no conoce directamente:
“Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento—Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad”.
“Y si hay esta diferencia de organización, de vida, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?”
“Imitemos. ¡No! —Copiemos ¡no! —Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos—Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?”
“Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!” (2)
Cuando comienza su labor de alerta a nuestra América, ya desde las primeras crónicas para la prensa hispanoamericana, continuará insistiendo en los peligros presentes en la vecindad con el país del Norte, pero sobre todo, el riesgo está, a su juicio, más que en la cercanía geográfica, en la admiración desmedida hacia un país que dista mucho de ser perfecto. Así expresa sus dudas, con las armas de la escritura, y sin censurar directamente, para que el lector formule sus propias conclusiones al respecto:
“En los fastos humanos nada iguala a la prosperidad maravillosa de los Estados Unidos del Norte. Si hay o no en ellos falta de raíces profundas, si son más duraderos en los pueblos los lazos que ata el sacrificio y el dolor común que los que ata el común interés, si esa nación colosal, lleva o no en sus entrañas elementos feroces y tremendos; si la ausencia del espíritu femenil, origen del sentido artístico y complemento del ser nacional, endurece y corrompe el corazón de ese pueblo pasmoso, eso lo dirán los tiempos”. (3)
Con esta crónica, titulada Coney Island, y publicada en La Pluma, de Bogotá, el 3 de diciembre de 1881, se iniciaba en las Escenas norteamericanas, de José Martí, algo que he denominado discurso de la alerta. (4) Se trata del empleo tan especial que hace el cubano de los recursos expresivos de todo tipo en aras de prevenir, sin alarmar, a unos lectores que admiraban en demasía a la nación norteña. También era un modo personal de eludir la confrontación directa con los diarios, cuyas direcciones representaban a una élite adinerada, de miras dirigidas al Norte.
Luego de más de una década de aviso sistemático y prudente, con el ánimo de poner en guardia a los países de nuestra América, es evidente que a la altura de 1894 creyó llegado el momento de una declaración más explícita y contundente, como la que contiene La verdad sobre los Estados Unidos. Estaba entonces inmerso en la preparación de la guerra independentista, y la publicación de este texto es una prueba palmaria de sus temores en torno a la posible intervención de los Estados Unidos en el conflicto, y la subsiguiente sumisión de Cuba a los designios de un nuevo imperio, como realmente ocurrió. Por ello decide poner en claro sus criterios, pues a los pueblos hay que decirles la verdad para que se movilicen a rechazar las probables agresiones. Era este, según declaración del autor, el artículo inaugural de una sección en Patria que se llamaría Apuntes sobre los Estados Unidos. Una decisión editorial de esta naturaleza refuerza la importancia que tal asunto tenía dentro de su proyecto liberador.
Estamos en presencia de un artículo conciso, aunque no esté ajeno al poderoso estro poético del Apóstol. Desde las líneas iniciales el lector habituado a lidiar con la prosa martiana y sus hechizos, advierte el intercambio dialógico con antecesores textuales de mayor alcance temático y expresivo, como el ensayo Nuestra América (1891), y el discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1889, en la velada que la Sociedad Literaria Hispanoamericana ofreciera a los delegados latinoamericanos al Congreso de Washington, y al que se le ha denominado Madre América. Es útil comentar el inicio:
“Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad sobre los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas, o pregonarlas como virtudes. No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y forma que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima o historia en que viva”. (5)
El extenso párrafo que contiene estas líneas se asienta en el análisis histórico paralelo de las dos Américas, tal y como hizo en el discurso aludido, e insiste en el mismo problema de lo insostenible de una visión fatalista, asentada en la falsedad de las razas “superiores” o “inferiores”, tal y como ocurre en el ensayo del 91. Ello da fe, una vez más, de la coherencia intrínseca de la obra y el pensamiento martianos, pues cada aserto suyo, aunque se modifique, perfeccione o sintetice, en virtud del momento en que haya sido pronunciado o escrito, y conforme a la naturaleza dialéctica de su intelecto, es siempre el mismo: en Martí varían las formas, nunca la esencia.
Al cubano le aterra y alarma la visión idílica que se tiene de los Estados Unidos al sur del río Bravo. Entre las muchas verdades que hay que decir, conocer y difundir, está el hecho de lo muy diversos y fracturados que son internamente, de lo cual hubo una tremenda prueba en su Guerra de Secesión pocas décadas antes. Por eso escribe, aún dentro del muy extenso primer párrafo:
“Es de supina ignorancia y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión, o una superchería”. (6)
Seguidamente se extiende en describir las distancias que median, en lo concerniente al modo de vida, entre las comarcas remotas, que recién se incorporaban a la Unión en esa época, y las grandes ciudades, de deslumbrante prosperidad. Como para que contraste mejor con esta última, borda con tintes expresionistas las zonas menos favorecidas, como esa “[…] tienda de holgazanes, sentados en el coro de barriles, de los pueblos coléricos, paupérrimos, descascarados, agrios, grises, del Sur”. (7)
El deber del hombre honrado -léase el que escribe este artículo-, es advertir y divulgar que “[…] no han podido fundirse, en tres siglos de vida en común, o uno de ocupación política, los elementos de origen y tendencia diversos con que se crearon los Estados Unidos […],” sino que además, “[…] la comunidad forzosa exacerba y acentúa sus diferencias primarias, y convierte la federación innatural en un estado áspero, de violenta conquista”. (8)
Junto a estos problemas y derivados de ellos, ocurren otros, de talla mayor, y que debieran interesar a los cubanos y latinoamericanos de entonces – y de ahora. Las causas de la unión tienden a debilitarse; los odios afloran; la democracia se corrompe; la miseria se extiende, y es más intolerable por lo injusta cuando se la ve alternar con la opulencia. Y como cierre de este inmenso primer párrafo, por el contenido y por la extensión, acude a la misma línea con que lo inició: “Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad sobre los Estados Unidos.” Una prueba de que quería reforzar al máximo este mensaje, pues es sabido que la última frase siempre es la más recordada cuando se procesa un texto escrito o se escucha oralmente determinado discurso. Estaba Martí contribuyendo con ello a la cimentación de modelos en la memoria (9) de sus lectores, con la intención de prepararlos para futuras entregas de esta naturaleza, como había declarado en los propósitos iniciales de este artículo. El peligro era inminente, la acometida formidable estaba cerca y esa labor preparatoria, desde su exilio vigilante, era el modo martiano de contrarrestarlos.
Notas:
(1) Este tomo reunía materiales no incluidos en las Obras completas de José Martí, publicadas por la Editorial Nacional de Cuba entre 1963 y 1965.
(2) José Martí. “Cuaderno de apuntes no. 1”. OC, t. 21, p. 15-16.
(3) José Martí. O.C., t. 9, p. 123.
(4) Véase Marlene Vázquez Pérez. La vigilia perpetua: Martí en Nueva York. La Habana, Centro de Estudios Martianos, 2010, p. 18-19.
(5) José Martí. “La verdad sobre los Estados Unidos.” En: José Martí En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. Edición Crítica. Coordinación de Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez. Colección Archivos- Casa de las Américas, 2003, p.1753.
(6) Ibídem, p. 1754.
(7) Ibídem.
(8) Ibídem.
(9) Véase de Teun van Dijk. Modelos en la Memoria. El papel de las representaciones de la situación en el procesamiento del discurso. Revista Latina de Pensamiento y Lenguaje, Invierno 1993-1994, Vol. 2, No. 1, p. 39-55.
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