Antes del 1ro. de enero de 1959 la cultura, en sentido general, estaba en manos privadas —algunas manifestaciones en pocas asociaciones dirigidas por determinados artistas—, en tanto las funciones y eventos inherentes al desarrollo y promoción de los creadores cubanos eran malamente asumidos por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, la cual adjudicaba a este sector enriquecedor de la espiritualidad social, una característica muy singular, fundamentalmente dirigida a las élites de la burguesía.
La defensa de los derechos de los cultivadores de todas las artes, estaban prácticamente regidas por la célebre frase de “sálvese quien pueda”.
Músicos, bailarines, cantantes, escritores, cineastas, artistas de las artes visuales y circenses…, no contaban con una asociación que, apoyada por el Estado, protegiera sus intereses profesionales. Muchos, después de haber conocido el éxito, llegaban a la vejez inmersos en una total miseria. Ejemplos sobran.
Inmediatamente después del triunfo de la Revolución cubana, encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz —principal defensor de la cultura— en este sector comenzó un extraordinario proceso de transformaciones encaminadas a la organización y el justo reconocimiento de la historia y el pensamiento, así como encausar los valores éticos y espirituales de la sociedad insular a través de la vanguardia artística, en correspondencia con las nuevas condiciones socioeconómicas, políticas e ideológicas que a partir de entonces tuvieron como fin beneficiar al pueblo, especialmente a las capas más humildes.
Fidel Castro durante su célebre alocucion de Palabras a los intelectuales
en la Biblioteca Nacional, en 1961
A partir del año 1959 la cultura fue democratizada y para ello el propio Fidel Castro estimuló la creación de varias entidades como el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), y la Casa de las Américas. Posteriormente se produjo una verdadera revolución cultural, cuya mayor expresión fue la extraordinaria campaña de Alfabetización que posibilitó erradicar el analfabetismo y facilitar, de manera gratuita, a todos los hombres y mujeres del país el acceso universal a los distintos niveles de educación.
Dentro de ese impetuoso afán por reordenar la cultura, con el propósito de preservar el novel proyecto de justicia social e independencia nacional, el 22 de agosto de 1961 el Poeta Nacional Nicolás Guillén funda, imbuido por el interés y el entusiasmo de Fidel Castro Ruz, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), desde sus inicios representada en su membresía por artistas de reconocido prestigio en todos los ámbitos de las artes estéticas y filosóficas.
Con motivo de esta efemérides, el destacado narrador, ensayista y profesor de arte, Francisco López Sacha (Manzanillo, Granma, 1950), dijo que esta organización “nació de dos grandes batallas: la primera, la inobjetable victoria del pueblo cubano en las arenas de Playa Girón, la cual despejó el camino hacia el socialismo; la segunda, la defensa y el reconocimiento de una cultura cubana moderna, popular, compleja, a la altura de su tradición y de las grandes conquistas del arte y la literatura en todo el mundo”.
El licenciado en Letras en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba, enfatizó que las célebres Palabras a los intelectuales, pronunciadas por el Comandante en Jefe como conclusión de los debates de aquella trascendental reunión “serían el primer documento de nuestra política cultural y significarían el inicio de una lucha a favor de un desarrollo libre, auténtico, inclusivo, del arte y la literatura en la Revolución”.
López Sacha, también especialista en Teatralogía y crítico de cine y literatura, subrayó que “la Uneac nace entonces como un proyecto de integración para garantizar el ejercicio de la libertad creadora, el desarrollo de la cultura cubana y el apoyo al trabajo intelectual.
“A lo largo de todos estos años la Uneac ha logrado reunir lo mejor de nuestro movimiento literario y artístico, y también ha logrado proyectarlo a todos los espacios de nuestra sociedad. Ese logro, que una vez fuera un sueño de sus fundadores, encabezado por Guillén, se ha convertido hoy en la fuerza y la garantía de su continuidad”, enfatizó el autor de más de una docena de títulos, entre ellos Pastel flamante (Letras Cubanas, 2006), Variaciones al arte de la fuga (Ediciones Unión, 2011), Prisionero del Rock and Roll (Ediciones Unión: ICAIC, 2017), y El que va con la luz, novela acreedora del Premio de la Crítica 2017.
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