La sangre abakuá que cayó junto a los estudiantes de Medicina


la-sangre-abakua-que-cayo-junto-a-los-estudiantes-de-medicina

(...) “¡pero los muertos son las raíces de los pueblos, y,

abonada con ellos la tierra, el aire nos los devuelve y nutre de ellos!”

José Martí. “Fermín Valdés Domínguez”, La Lucha, 9 de abril de 1887.

Hace 150 años, el abuso de poder de la metrópoli española propició uno de los hechos más repugnantes de su historia y elevó a categoría de inmortales a los primeros mártires universitarios de esta tierra. De los cuarenta y seis estudiantes del primer curso de Medicina, la mayor parte sufrió arresto sin causa probada, “profanación de tumbas e infidencia”; once de ellos fueron condenados a 6 años de prisión, veinte a 4 años, cuatro a 6 meses, y ocho a fusilamiento: asesinados de dos en dos, con las manos atadas, de rodillas y de espaldas al batallón de fusilamiento… incluso los tres que fueron escogidos al azar. La información oficialista trató de deslindar este hecho de la Guerra de los Diez Años, pero la relación es innegable.

Y no fueron ocho los que cayeron ese día. Fueron trece.

El 27 de noviembre de 1961 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Ernesto Che Guevara fue invitado a pronunciar un discurso conmemorativo por el aniversario 90 del suceso, y recordó: “no solamente se cobró en esos días la sangre de los estudiantes fusilados. Como noticia intrascendente que aún durante nuestros días queda bastante relegada porque no tenía importancia para nadie, figura en las actas el hallazgo de cinco cadáveres de negros muertos a bayonetazos y tiros”. Aludía, tal vez, a la referencia registrada por Emilio Roig de Leuchsenring en carta emitida en 1943 al Ministro de Obras Públicas, en la cual pide la construcción de un monumento como homenaje a los que “pagaron con sus vidas la defensa de aquellos inocentes”, en cumplimiento de un acuerdo de la Sociedad de Estudios Históricos e Internacionales; o a las incesantes investigaciones de quienes no cejaron en traer la verdad a la luz: no todos los cubanos quedaron indiferentes al crimen en el momento en que se llevó a cabo, y esos negros eran abakuás.

Foto: Ramón Torres

Claro está que ha sido difícil descifrarlo. No existía declaración explícita, marca corporal ni atributo que evidenciara la participación de miembros de una sociedad secreta de origen africano dispuestos a morir con tal de rescatar a los jóvenes estudiantes. Pero la oralidad es poderosa e incita a la pesquisa documental. Por eso se ha sabido que uno de los esclavos levantados en armas ese día, además de hermano de leche, pudo haber sido ekobio (hermano de cofradía) de Alonso Álvarez de la Campa, el más joven de los condenados a morir; ambos llevaban el mismo apellido –usual para los esclavos bautizados por sus amos-; pero, además,  el negro (y puede que los demás también) era miembro del BakokóEfó, un juego que apadrinaba al primer juego de iniciados blancos, AkanaránEfóOkobioMukarará, al cual se dice que perteneció el joven Alonso.

Todo esto fue quedando en el anonimato, contado en voz baja, anidado en la leyenda o el descreimiento. Hasta que en 2006 un grupo de jóvenes miembros de la Asociación Hermanos Saíz, junto con el investigador e indiscutible líder abakuá Serafín Tato Quiñones, deciden reunirse en el lugar donde cayera uno de aquellos ekobios para recordar públicamente aquel acto de valentía y compromiso prácticamente desconocido, o lo que es peor, menospreciado. De ese momento en adelante, cada 27 de noviembre hay hombres y mujeres que alzan su voz con el afán de lograr reconocimiento y valía, también, para estos abakuás; y así se van uniendo instituciones culturales, investigadores, colaboradores y cófrades en este empeño.

Foto: Ramón Torres

Este año 2021, el Comité Cubano de la Unesco Ruta del Esclavo: Resistencia, Libertad y Patrimonio realizó su habitual conmemoración de la fecha, en el Museo Casa de África, de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. El aula-taller José Luciano Franco reunió en la mañana del 26 a una treintena de estudiosos e iniciados, así como personas interesadas en conocer más de estos sucesos que completan una mirada más profunda de lo acontecido desde aquel 27 de noviembre hasta hoy. En sus palabras de apertura, el director del Museo y coordinador de Ruta del Esclavo, MSc. Alberto Granado Duque, destacó la necesidad de visualizar a la Sociedad Abakuá como una de las congregaciones más antiguas y fuertes dentro de la sociedad cubana, y las acciones heroicas que sus miembros han acometido desde el anonimato no solo en Cuba, sino en las operaciones de colaboración internacionalista durante todos estos años de guerra y de paz.

Sinesio Verdecia, director de la Casa de la Poesía, realizó un emotivo recuento de cómo fue develándose la presencia abakuá en los sucesos del 27 de noviembre, y destacó el trabajo de investigación de Tato Quiñones al citar fragmentos muy elocuentes del libro Aserenúncueitiá. Ecobioenyeneabacuá, donde el fallecido investigador recogió documentos y apuntes para la historia de esa hermandad en La Habana.

Al tomar la palabra, el Dr.C. Ramón Mongui Torres Zayas, ekueñón de una potencia y vicepresidente del Consejo Provincial Abakuá de La Habana, agradeció especialmente la asistencia del presidente, Orestes Bijirita Fernández Guerra, así como de la viuda, hija y yerno de Salvador González, líder del proyecto comunitario Callejón de Hamel, donde el 21 de abril de 1990 se erigió el primer mural en la vía pública dedicado a la cultura afrocubana; resaltó, además, la necesidad de reivindicar muchos de los hechos protagonizados por las personas negras durante el periodo colonial, que han permanecido “olvidados, invisibilizados y excluidos por la mayor parte de la historiografía nacional, y que, sin embargo, la tradición oral sostiene”. Y, tras esta aseveración, elogió a los realizadores del filme Inocencia por su mensaje al respecto, con lo cual cedió paso a uno de los momentos más emotivos del encuentro: la participación de Ángel Ruz, que interpretó al estudiante de Medicina Juan Pascual Rodríguez y Pérez; el joven actor compartió con el público fragmentos inéditos de la película, y con ello sus experiencias en el periodo de investigación, estudio y rodaje, además de la complacencia ante la acogida popular y de la crítica especializada.

El cierre fue realmente conmovedor: la especialista del Museo Casa de África, Dra. Ana Morales, realizó el tradicional pase de lista, y se confirmó con voz colectiva, el “¡PRESENTE!”, vigencia de los estudiantes y abakuás asesinados.

Además del Museo Casa de África, otras instituciones rindieron tributo a los abakuás desde el espacio audiovisual: el Centro Nacional de Superación para la Cultura del Ministerio de Cultura, en coordinación con el Canal Educativo y el coauspicio de la Cátedra Unesco Cultura y Desarrollo, presentó en su programa Punto de Partida, dentro del ciclo Orgullo de la Cultura Cubana, la reposición de La comunicación abakuá, un mundo generador de sentidos, que muestra cómo desde hace más de 200 años han logrado permanecer, portadores de una cultura viva y genuina, en un medio que casi siempre les fue hostil; y en diversas escuelas, centros de trabajo e instituciones públicas se proyectó Inocencia, ese filme que evidencia una mirada diferente, más desprejuiciada y respetuosa, de esta sociedad mutualista y su rol en la historia patria.

Punto aparte merece la esperada peregrinación hasta la intersección de las calles Morro y Colón, que va siendo reconocida como “Esquina de la Descolonización Tato Quiñones”. Allí, desde hace 15 años, se rinde tributo a los ekobios muertos en esa fecha, justo a la hora en que se certificó la caída de uno de ellos: las 11 de la mañana. Estaban, junto a muchísimas personas más -iniciadas o no- Orlando Gutiérrez, presidente del Consejo Supremo Abakuá; el Cdte. Víctor Dreke Cruz, presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana; el Dr. C. Félix Julio Alfonso, historiador adjunto de la Oficina del Historiador de la Ciudad; Pedro de la Oz, vicepresidente de la UNEAC y presidente de la Comisión José Antonio Aponte; y Sinesio Verdecia, además de dos de los fundadores de este empeño, Juan Gualberto Nápoles y Ramón Mongui Torres. Con la ayuda de este último, puedo describir que ante ellos, y con yeso blanco (tiza-taibo o engomo mukarará), Maykel Bueno, empegó de Obane Mañón Metara, dibujó en el suelo la misma firma conmemorativa que se realizara el 27 de noviembre de 1872 en Marianao.

Entre arengas, cantos, ofrendas florales y el indispensable baile ceremonial del íreme, fue entregado a Félix Julio Alfonso el proyecto de monumento realizado por Salvador González, con la idea de que sea agregado a la tarja y las obras pictóricas que allí se pueden observar. Y hubo también una nota de atractiva contemporaneidad: varios abakuás, comunicados a través de un grupo de WhatsApp, tuvieron la iniciativa de estrenar pullovers que en la espalda portan su sello identitario: manos que se abrazan y un lema: “Estamos juntos siempre”.

Así se cumplió este año la jornada de homenajes. Sí, es cierto, no fue la de los abakuá una de las actividades más divulgadas, y habría que tener en cuenta que tanto ocultar como ignorar o demeritar acontecimientos importantes pueden lacerar el sentido de una sociedad como la que queremos: más inclusiva, más cooperativa, más humanista.  Y, precisamente por eso, prefiero pensar que si hasta hace muy poco apenas se hablaba del suceso, ha de ser porque la Historia lo guardó para estos tiempos.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte