La reina dahomeyana de Jovellanos


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Si hay algo verdaderamente hermoso en la oralitura de los pueblos son sus leyendas, esos relatos que trenzan hechos y ficción, memoria y fantasía, convirtiendo la historia en magia; esos que explican los por qué en voz baja, de padres a hijos, porque lo enseñaron los abuelos.

Pues cuenta la Leyenda que en el antiquísimo Reino de Dahomey fue secuestrada una reina, la de más bella voz, y llevada a ignoto y lejano lugar.

Pero cuenta también –esta vez la Historia– que de toda África fueron arrancados sus hijos y arraigados en la otra orilla del mundo, esclavizados.

Así llegó a Matanzas, con 9 años, quien tuvo que ocultar su nombre bajo un bautizo obligado y dejó solo un sello indeleble: Esteban Baró Tossú. Tuvo una fortuna rara: lo dejaron permanecer junto a sus padres en el corte de caña del central Santa Rita, propiedad de aquel que, como marca, también le impuso el apellido. Y así pasaron años, encadenado el cuerpo y al vuelo el recuerdo, hasta que fue abolida la esclavitud.

Entonces el hombre Esteban se fue a Jovellanos, y allí fundó una familia y una tradición: la primera, con Esperanza Céspedes y once hijos; la segunda, cuando en 1920 crea la sociedad cabildo africano San Manuel para unir a todos los arará de la zona y sus descendientes. Tal como en el viejo Dahomey, en Jovellanos las funciones están bien repartidas según la tradición familiar, y mientras los hombres se ocupan de los ritos ceremoniales de culto, las mujeres trasmiten las costumbres en el quehacer cotidiano, los bailes, la elaboración de las comidas, y son las juncino, es decir, las cantantes que levantan el tambor en todas las celebraciones religiosas.

Tuvo que pasar la vida, y un suceso que Esteban no vivió. Dos años después de su muerte en 1957, llegó una nueva era, la que comenzó a fijar la vista en el desposeído, la que decidió poner a cada cubano en su justo lugar. Y se aprendió a leer y a escribir, y se ofreció trabajo decoroso, y la cultura se hizo importante en todas sus dimensiones, y se realizaron proyectos científicos que cumplían el sueño de salvaguardar la cultura popular tradicional y los instrumentos de la música folklórica, y los grupos portadores de tradiciones ancestrales formaron parte del movimiento de artistas aficionados del país.

Llegó este proceso a Jovellanos. Revisando entre papeles y recuerdos apareció en la familia Baró una carta: el remitente, Esteban Baró; el destinatario, el Rey de Dahomey; la fecha, 1926; el contenido, la información sobre la comunidad arará, y su deseo de regresar a África. La investigadora María Elena Vinueza comienza, entonces, a propiciar con la Embajada de la ya República de Benin el cumplimiento del deseo, como un intercambio cultural en el que participaría el grupo folklórico que desde 1977 tiene muy bien puesto el nombre, Ojundegara: “el ave que acompaña a los príncipes de la región africana tiene muy lindo plumaje y gran garganta, donde quiera que canta se oye su voz” , “el árbol sagrado lleno de misterios”, o “evocación como vía para regresar a las lejanas tierras africanas al ritmo del tambor”, según se interprete. Con el grupo viaja la juncino de más bella voz, Miguelina La Niña Baró, y cinco de sus hermanos.

Es 1991. La delegación visita varias ciudades, y llega al centro de Benin, donde aún existe el Reino del Dahomey. Pero no son bien recibidos, la comunidad no los reconoce y no los deja entrar; entonces, Ojundegara decide rendir tributo a sus ancestros desde fuera. Y ahí obra el milagro: la juncino entona las canciones aprendidas en lengua fon, como solo los más viejos recordaban. Se abren las puertas, el pueblo entero los recibe con agasajos: la reina legendaria, la de la más bella voz, la que fue arrancada de su tierra, estaba de regreso.

Se unieron las culturas de allá y de aquí, se cumplió una ilusión, y emergió una nueva costumbre que se hará tradición, porque cada año en Jovellanos se realiza el evento cultural Cuba-Benin el 16 de agosto, y desde 2003 existe el Monumento al Tambor Sagrado.

Esto es leyenda, pero es historia. Me lo contó Teresa Mederos, la actual juncino líder de Ojundegara; que es hija de Miguel, quien fuera guía del cabildo, nieto de Esteban, que comenzó esta trama, e hijo de la juncino de la más bella voz, que regresó a Cuba y murió a los 97 años: Niña Baró, la reina dahomeyana de Jovellanos.

Fotos: Cortesía de Teresa Mederos e Internet


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