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La poesía de los pueblos originarios de América


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Cuando se pretende averiguar cuál es exactamente la poesía de los pueblos originarios de América, se presentan varios problemas. En primer lugar estamos hablando de diversas matrices simbólicas con diferentes orígenes y desarrollo, más de un millar de culturas que hablan diferentes lenguas, aunque la mayoría tuvo que aprender, para sobrevivir, el idioma impuesto por el conquistador. Durante mucho tiempo esas culturas, que tenían cierta autonomía, se fueron apropiando de la de los colonizadores, y cuesta trabajo delimitar con precisión los referentes y paradigmas de su antiguo legado, o de los que fueron resultado posterior a la conquista, con un mestizaje cuyos componentes es muy difícil delimitar. Un aspecto esencial de estos pueblos es que han conservado la tradición bajo el signo de la rebelión y la resistencia, por lo que muchos de los temas aún manejados y la poética viva de sus actuales creadores, conservan la impronta rebelde ante el genocidio y los intentos de aculturación de que han sido víctimas. No es raro que cuando se estudia la literatura o la poesía de los pueblos indígenas desde Estados Unidos o Europa, se busquen puntos de vistas estereotipados por los ojos tutelares del “otro”, colmados de prejuicios, y se arribe a conclusiones dudosas, por no tener en cuenta el registro espiritual de la vida de esos pueblos, sus ancestrales concepciones filosóficas basadas en el dualismo ?que hoy se conservan en su manera habitual de pensar y actuar?, las profundas y milenarias relaciones con la naturaleza, y los recónditos y respetados vínculos del individuo con su comunidad. Uno de los problemas más frecuentes de muchos planes de estudios universitarios, resulta de considerar que la cultura indígena es cuestión del pasado, que se liquida en un capítulo inicial para no tocar más  el tema, como si la cultura de los pueblos originarios hubiera desaparecido.

Posiblemente uno de los primeros pasos para familiarizarse con la poesía de estos pueblos es entender su cosmogonía, tan entrelazada y cuajada de mitos, cuyo origen se pierde en la historia, y su religiosidad, más que religión, que tiene un sentido teogónico y teosófico, alejado de la teología. Con una fuerte tradición oral, muchas veces ágrafa, casi siempre formando parte de una creación colectiva, lo mítico como fuerza cultural y filosófica adquiere en estas culturas un sentido ético-estético y al mismo tiempo religioso, con pocas posibilidades de ser apreciado en su totalidad por los hijos de la cultura europea y de las tradiciones judeocristianas. Sus modos de aproximarse al conocimiento artístico se insertan en discursos distantes de la cultura occidental y de sus modelos genéricos para la literatura y la poesía, y nada tienen que ver con las divisiones establecidas por Aristóteles en su Poética. En muchos aspectos alcanzaron un excepcional grado de precisión, y en la mayoría de los casos, un gran refinamiento espiritual a partir de su religiosidad, a veces más eficaz y elevado que el europeo, si lo comparamos con sus respectivas épocas de nacimiento, y con un nivel de socialización superior. No hay que olvidar que el desarrollo de estos pueblos no solo fue interrumpido en la cultura material, sino que con el  exterminio y la persecución, fue arrasado en sus valores inmateriales o intangibles, a lo cual se suma la otra invasión de clérigos e ideólogos de la conquista, que nunca se han detenido en su proselitismo y penetración bajo diversas formas de enmascaramiento de la colonialidad. A pesar de estos intentos de aniquilación, estos pueblos han podido conservar sus valores culturales, literarios y poéticos, defendiéndose con una heroica resistencia, aunque las dificultades del desentrañamiento en los diferentes idiomas y la transcripción de su oralidad al lenguaje escrito, así como las sucesivas mutilaciones de las verdaderas tradiciones, hayan adulterado, cambiado, omitido o añadido algunos aspectos, especialmente con el advenimiento de la modernidad.

Resulta muy complejo en el mapa de superposiciones y desplazamientos de culturas de un enorme mestizaje, seguirle la pista al origen de algunos elementos poéticos de las obras de los pueblos americanos, aunque existen estudios que han localizado algunos. A veces las culturas de la costa, la selva, las montañas, los desiertos, las praderas… producen elementos comunes, debido al fuerte vínculo con la madre naturaleza. La lengua náhuatl, por ejemplo, había sistematizado un ideal lírico de gran plasticidad y síntesis, que basado en su concepción dualista del mundo, asigna un significado a cada imagen, de ahí que canto sea flor, o la muerte esté asociada a la vida, y se expire para nacer de nuevo; sus descendientes mesoamericanos pueden identificar palabras divinas dentro de sus rituales y ceremonias, y están en condiciones de distinguir himnos sagrados y composiciones festivas de conmemoración; los que componían tenían una “expresión noble y cuidadosa” y eran aquellos que “al hablar, hacen ponerse de pie a las cosas”. En la poesía azteca hay poemas que pueden recordarnos obras sacras, épicas, históricas, líricas o dramáticas, según nuestros referentes, incluso pueden encontrarse proverbios breves de gran sentido metafórico. Usan recursos diversos, como la yuxtaposición o expresión paralela, pues se repite dos veces pero con diferentes entonaciones para ofrecer dos mensajes; o el llamado difrasismo o disfrasismo, es decir, dos palabras unidas por una conjunción para ofrecer en su conjunto otra idea, como “agua y fuego”, que significa guerra; “silla y estera”, igual a mando o poder; “rostro y corazón”, equivalente a persona buena; “jade y quetzal”, semejante a belleza...; por esa razón, “flor y canto” es poesía. Es frecuente encontrar estribillos en los cantos litúrgicos o dramatizados; o uso de palabras “broche” que abren y cierran un texto para ofrecer unidad, así como la tendencia a mezclar elementos concretos con abstractos, y una angustia permanente por encontrar una forma ideal de expresión.

En las lenguas del inkario, otro de los grupos lingüísticos más complejos de los pueblos originarios americanos, el quéchua, denominado “runa simi”, es decir, “lengua del hombre”, se reconocía como la lengua oficial del imperio inka, frente a las “ahura simi”, o lengua de los vencidos. El quéchua es fundamentalmente oral aunque, usaban los quipús, ramales de cuerdas anudados, o algunos pictogramas en piedras llamados quilcas; sus primeras poesías, de peculiar lirismo, generalmente se cantaban, y en ocasión determinadas, se bailaban; oral y de creación colectiva en sus orígenes, su métrica estuvo marcada por los elementos rítmicos de su música; se prefería el texto breve, lírico, de arte menor o alternando la métrica para contrastar con su melodía. Entre sus géneros sobresalen los harawíes, canciones elegíacas tocadas con quena o composiciones sentimentales y quejumbrosas de gran aliento lírico, lamentaciones de amor en que el dolor por la separación es el tema predominante; los huaynos, cantos con música y baile, sobre temas de amor y con alegre ligereza en el ritmo con diversas variantes; el huacaylles, himno religioso o litúrgico cantados en ceremonia o en forma de oración lírica; los huayllis, un tipo de himno gozoso destinado a celebrar triunfos y buenas cosechas, entonado por hombres y mujeres de manera colectiva; el aya taki, elegía o lamento fúnebre; los aymoray, una especie de égloga o canto agrario o bucólico; los huacca taki, un tipo de poesía pastoril dialogada con estribillo y relacionada con el ganado; los aranway, poemas humorísticos recitados con música… Como se puede comprobar, dos de los polos culturales más importantes de la poesía de los pueblos originarios americanos, cuentan con gran complejidad y riqueza.

Los materiales incluidos en Poetas originarios de América, volumen presentado por la Colección Sur en sus Cuadernos Abya Yala, auspiciado por el Instituto Cubano del Libro, el Festival Internacional de Poesía de La Habana y el Movimiento Poético Mundial, fueron seleccionados, prologados y anotados por Alex Pausides, quien eligió algunos de los poetas antiguos y actuales que supieron proteger sus palabras del saqueo colonial, y por tanto, sus pensamientos han quedado como cicatrices o huellas mediante la belleza y la trascendencia que marca la poesía. La cultura de los humillados se yergue aquí con dignidad y justeza, desde las curiosas dudas sobre la existencia del más allá, ante el misterio de la desaparición física y el sentido intuitivo de un renacer en otras formas de vida, en la poética de Nezahualcóyotl, hasta la obra de la poeta mapuche Roxana Miranda Rupailaf, quien con menos de 35 años de edad explora en la ontología femenina del cuerpo, con una poética que no esconde sus contactos con la tradición de la biblia de los cristianos y la mejor tradición literaria española. Recientemente fue entregado en Casa de las Américas el Premio Honorífico de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada al libro Intelectuales indígenas en Ecuador, Bolivia y Chile. Diferencia, colonialismo y anticolonialismo, de la chilena Claudia Zapata Silva, “por acercarse con profundidad y agudeza al creciente protagonismo político de los movimientos indígenas y a la refundación de discursividades propias en tres lugares paradigmáticos de la América Latina”. Poetas originarios de América se suma a esta línea vindicatoria de la tradición y la actualidad de nuestro mestizaje.


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