La personalidad de las hojas: ¿objeto de representación simbólica?


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Tan pronto como las hojas escucharon el fuerte llamado del viento,

cayeron revoloteando, todos y cada uno;

sobre los campos marrones bailaron y volaron,

cantando las pequeñas y suaves canciones que conocían.

 

“Número 36”

 

En la expo fotográfica La personalidad de las hojas, nos cuenta su autor Elier De Hombre Cabrera, que las hojas respiran, se comunican, sienten, envejecen, mueren y son las responsables de la vida en el planeta; nos recuerda que en su superficie ocurre una reacción química activada por la luz del sol: la fotosíntesis, formándose el oxígeno que hoy podemos respirar en este lugar aquí y ahora. De Hombre, médico de formación y de dedicada ocupación cotidiana, es también un artista sensible, profundo, relacionante.

La expo que por estos días habita la Galería Kalho de la Casa de Cultura de Centro Habana (Carlos III y Árbol Seco), reúne una treintena de obras donde las hojas como objeto de representación simbólica son lo que son y además mucho más. Pues si bien “la personalidad es un concepto atribuido a los seres humanos por sus rasgos, características y comportamientos que los hacen diferentes unos de otros”, para el doctor Elier, adjudicarles a las hojas dicho concepto, implica dimensiones morfológicas (diseños, colores, formas, variados modos de mirar y percibir) y dimensiones funciones disímiles, corroboradas en estudios multidisciplinares. Ahora, penetrar en el acto mismo de observador, recolector, clasificador y coleccionista de hojas, al tiempo que ellas se exponen al lente de la cámara, al ojo visor del fotógrafo, no deja de ser seductor.

Obvio, el componente naturista, protector y de sujeto “padeciendo del síndrome obsesivo compulsivo de acaparamiento de hojas”, hasta archivarlas dentro de las páginas de los libros o dejarlas dispersas en su cuarto/jardín, late en las paredes de la galería. Y allí, los valores ajustables a la fotografía que transita en el escenario de la más imperiosa subjetividad: la capacidad de fascinar al receptor, de emocionar, de hacer sonreír e imaginar terrenos más allá de lo decible tras “lo visto”, de lo matérico de la hoja misma y de esas significaciones que nuestro artista descubre. La personalidad de las hojas, delata que sigue siendo la representación simbólica de lo fotografiado un objeto de estudio difícil de abordar desde una perspectiva unívoca, justo por la “opacidad” develada de su dimensión significativa y lo que ella entraña.

Ante las re-creaciones que Elier De Hombre Cabrera nos propone, presupongo que querer reinterpretar lo captado, cernido, trabajado, coloreado o en sepia, carece de valor. Sus imágenes están y en la totalidad de su todo imaginar, converge la vocación observacional del sujeto y la artificación que el creador les imputa a sus piezas. La hoja como objeto de sentido (y sujeto personificado made in De Hombre), la hoja como huella temporal y estacional (no es igual la hoja primaveral que la del otoño insular), la hoja como atributo y presa de un determinado entorno espacial (el bosque, el jardín, el césped pulcro, el potrero vejado o el basural esquinero) y la hoja como manso pretexto para las ilusiones más antojadas de quien observa y cala.

El estatuto de la imagen foto/creada, por convención nos seguirá remitiendo a la vieja pregunta: ¿qué significa, para quien observa y mira, aquí y ahora, esta imagen? Obvio, más allá de la dimensión ontológica y con las innovaciones que las nuevas tecnologías pudieran accionar sobre la imagen, en ella, cualquiera que sea su basamento material, cualesquiera que sean los dispositivos y técnicas liados en su construcción, en su raíz, la imagen no dejará de ser un objeto de sentido, una invitación a reflexionar acerca de las operaciones de legitimación y los modos en que se recuperan tradiciones estéticas anteriores, para continuar instando a los lectores-espectadores de hoy, a percibirlas como una suerte de efecto de realidad. «Dans chaque feuille qui tombe, je vois un présage de mort» (En cada hoja que cae, veo un presagio de muerte, diría el poeta Charles-Hubert Millevoye.

La imagen en las fotos/creaciones de Elier, suponen ser una especie de piel o escama, un soplo dérmico de las energías que habitan la naturaleza, el universo. Un fenómeno de tacto veíble y audible del mundo en que vivimos y que devela la configuración de la realidad desde la mirada y también desde la imaginada escucha de la hoja que cae y de aquella muerta viva que ya reposa en el suelo. El campo fotografiado se manifiesta en el cosmos de lo micro a lo macro. Así, mientras exista un campo contenedor (éter/espacio/vacío/infinito) donde se propague y un ente que las interprete, “la personalidad de las hojas” tendrá lugar en el universo.

Ahora, tal vez para poder “sentipensar” este hecho, convendría restituir a la fotografía algunos atributos que la contemporaneidad del arte le pudo haber arrebatado con pronta rapidez, me refiero a la narratividad de la imagen, a la posibilidad de contar una historia y hacerse cargo de un relato. Y si bien en La personalidad de las hojas no creo que su autor se proponga, al menos figurativamente, una sintaxis narrante, sí me atrevería a sospechar que el relato fotográfico que emerge de la puesta en espacio de sus fotos enmarcadas y colgadas en los muros de la galería, posee especificidades que no negarían la dimensión propia del discurso significativo que ellas en su conjunto nos sugieren.

Elier al apropiarse del magnífico espectáculo de los colores del follaje que precede a la caída de las hojas caducas de los árboles, arremete contra el imaginario popular de que las hojas simplemente mueren debido al clima progresivamente desfavorable que las lleva a la larga agonía de un proceso sufrido y pasivo. Para nuestro doctor, tal como revelan los estudios científicos, la historia es completamente diferente, mucho más compleja y cautivadora, donde el árbol controla con precisión y da muchas vueltas ante esta larga degradación que conduce a la caída de las hojas. Sin didactismos, De Hombre Cabrera, a través de sus hojas fotografiadas, enaltece la vitalidad del control, hecho que apunta una vez más a nuestro desconocimiento general sobre las hojas-seres-extraordinarios y sus sorprendentes vidas.

En La personalidad de las hojas, su autor, proponiéndoselo o no, a través de la imagen captada, tratada, resemantizada, da cabida a una narratividad articulada en formas desplegadas de manera muy singular, como si su estudio de la senescencia otoñal isleña apenas ha comenzado a explorarse en detalle y que solo ese “texto fotográfico” en devenir, puede concretarse en un más allá de las acostumbradas morfologías gráficas y visuales dispuestas sobre una superficie plana, para así tornarse reinvención del objeto y de su aparencial representación simbólica.


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