“Cuanto más consciente es alguien, menos soporta la Historia […] se trata de un saber completamente convencional, es decir, que depende completamente de convenciones”.
Paul Valery
“La historia es creación incesante, novedad, el reino de lo único y lo singular”.
Octavio Paz
Desde su fundación, el espacio galerístico de la Fábrica de Arte Cubano (FAC) ha exhibido muy interesantes muestras de arte contemporáneo, incluida la fotografía, privilegiada como expresión por parte de sus curadores. No solo la calidad expositiva la avalan, sino que la colaboración de la galería de FAC con las instituciones del Consejo Nacional de Artes Plásticas también ha sido sostenida. Eventos como la Bienal de La Habana y Noviembre Fotográfico, entre otros, han encontrado en ese espacio expositivo una ayuda invaluable.
El 7 de octubre, bajo los auspicios de una conocida frase de Carlos Marx: “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”, se abrió la muestra colectiva Curar la Historia, con una nómina de treinta artistas que reflexionan sobre el decursar del tiempo y sus aconteceres, eso que se ha dado en llamar como “lo histórico”. Dentro de ese grupo de creadores aparecen algunos que han trabajado el tema reiteradamente, como son los casos de los dúos Meira y Toirac, Nelson y Liudmila, Celia y Yunior, así como Esterio Segura, Fernando Rodríguez, Henri Eric, José Manuel Mesías, Mabel Poblet y Sandra Ramos.
En la muestra, todos los artistas convocados meditan sobre la historia con piezas que hacen pensar al degustador desde que irrumpen en la galería. Es una tentativa curatorial de poner a dialogar el arte con la Historia. Al entrar, nos recibe la serie de retratos creada por Enrique Rottenberg a partir de modelos negros vestidos con ropajes decimonónicos (o de siglos anteriores) que intentan situarnos en La Habana colonial de 1859. Con un trasunto pictorialista, este singular retablo nos conduce a un viaje retro desde una visión clásica del retrato y una suerte de indagación existencial en la que priman el sarcasmo y la ironía de matiz ducahampianos. Son imágenes brotadas del absurdo y que se mueven de lo misterioso y lo esotérico hasta lo mitológico. Su ambigüedad simbólica no deja de ser un homenaje al pasado desde la manera muy característica de este artista de ver al hombre como centro de todas las cosas. El artista, además, colocó una suerte de Statement en varios idiomas, al lado de su autorretrato (al que titula Sir Enrique Rottenberg), dando a entender que un crítico de arte desconocido realizó esa apreciación sobre la serie.
También en la entrada de la muestra (o al final, según se la recorra) se puede ver la instalación de Fernando Rodríguez, Archivos comprimidos, mediante la cual el artista se burla desenfadadamente de toda la historia escrita, de la academia y de los grandes autores. Es una pieza de contenido drástico a los efectos del discurso curatorial.
El dúo de Nelson Ramírez de Arellano y Liudmila Velazco, con la serie de fotos Documentos desclasificados Hd 1894-1898, continúa la operatoria crítica y herética del pasado histórico, la que se advierte como una de las líneas axiales de la curaduría. Son seis piezas de fotografía digital impresas en cartulina en la que, en todas, aparecen tapados los rostros de los personajes como una crítica a la fotografía documental, esa que representó un cambio radical en la visualidad humana a mediados del siglo XIX. Recordemos la impactante frase de Roland Barthes, expresada en los ochenta del pasado siglo, de que fue la fotografía y no el cine la que cambió para siempre la visualidad de la historia. Queda claro para quien esto escribe que a partir del surgimiento de la fotografía, la Historia (con mayúscula) recibió una mirada nueva y fresca, y se abrió al emergente pensamiento visual, el que no demoró en crear su propia historiografía icónica.
Fernando Reyna Escalona plantea con su instalación Panteón, a través de doce cuadros pintados con ceniza de tabaco sobre lienzos de pequeño formato, correspondientes a igual número de intelectuales y artistas reconocidos de nuestra cultura, otra mirada incisiva, ahora no solo a la historia, sino también a los avatares de las políticas culturales del país. Un detalle sobresale en el conjunto de tonos cenicientos: la medalla estatal que cuelga del pecho en el cuadro de Wifredo Lam, nuestro más grande artista visual, pues es lo único pintado en colores. Unos audífonos colgados al lado de los cuadros permiten escuchar, mientras se ve la instalación, himnos y marchas patrióticas y revolucionarias.
El video Acquarium, de Sandra Ramos, ofrece una visión problematizadora del concepto de insularidad, a través de un lenguaje directo y sin ambigüedades. Lo geográfico, emblematizado por el socorrido verso de Virgilio Piñera, de la maldita circunstancia del agua por todas partes, plantea a la ínsula como coto cerrado, laberinto sin salida. La maestría conseguida por esta artista con este tipo de material audiovisual queda refrendada.
Ranfis expone con The 50’s, con técnica de impresión digital sobre cartulina, recortes de periódico con noticias variables sobre la década aludida, una visión crítica sobre los medios amarillistas, manipuladores de la opinión pública. En una cuerda similar, R10 se burla de un personaje recientemente ascendido a la geopolítica mundial, al haber sido electo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a quien millones de personas de todo el planeta desean que no llegue a hacer historia en su mandato.
José Ángel Toirac con la instalación Verónica, le hace un guiño a la famosa pieza homónima de El Greco, mediante tres retratos del rostro de Ernesto Che Guevara pintadas sobre pañuelos. A su vez, Fernando Reyna Escalona presenta un cuadro de gran formato, recreación del existente en la colección cubana del Museo Nacional de Bellas Artes, Embarque de Colón por Bobadilla, pintado por Armando Menocal en 1893, en el que se narra el momento en que Cristóbal Colón es conducido detenido hacia España por orden de los reyes católicos. En esta versión, Fernando Ortiz, el sabio cubano, es quien está a cargo del embarque y conducción del prisionero Colón. Lo restante, salvo los tonos grises del cuadro de Reyna Escalona, en lugar del colorido lienzo de Menocal, y la sustitución de Bobadilla por Ortiz, se mantiene inalterable. Se trata de una reflexión honda sobre un hecho capital de la historia en el siglo XVI.
El muy joven José Manuel Mesías, con una simple pieza, el muy célebre, en los sesenta y setenta, El Libro de los Doce, de Carlos Franqui, de 1969 (según se lee en la ficha indicativa de la instalación), aparece con el texto de la contracubierta mutilado, y enmarcado en una urna de cristal para subrayar el mensaje icónico, La sencilla pieza nos provoca de manera intrigante sobre las palabras excluidas del texto original. Ya sabemos que parte de la historia escrita a nivel mundial ha sido secuestrada, escamoteada o sacada de circulación mediante este tipo de mutilación o parecidas (recordemos las páginas arrancadas al diario de José Martí y una página que corrió igual suerte en el diario póstumo de Carlos Manuel de Céspedes). Por cierto, Mesías presentó en el verano una gran muestra personal en Factoría Habana, en la que la historia de Cuba fue el centro dominante y donde mostró con creces sus recursos representativos del acontecimiento.
Enrique Rottenberg vuelve a aparecer en el despliegue de la muestra con la fotografía escenificada Don Quijote, de gran formato, en la que se muestra a un Che Guevara caminante, en su más puro y auténtico sentido sacrificial, durante su quijotesca andadura internacionalista por el mundo, con un Sancho Panza siguiéndole los pasos sobre su burro, que no es otro que el propio artista.
Una de las piezas de mayor contenido simbólico es Patria, otra vez de Reyna Escalona (él, Carlos Quintana y Rottenberg tienen un papel relevante en la muestra), en la que tres cifras numéricas, realizadas con plástico acrílico y rellenas, cada una indistintamente, con sal, azúcar y fragmentos de picadura de tabaco, alusivas a esos tres productos nacionales, nos identifican las cantidades de población cubana actual que viven fuera de la isla, dentro, y la suma de ambas.
Levi Orta, con Voyeur, se burla del tipo de políticos que, en varias latitudes del planeta, se entretienen durante el ejercicio de sus funciones parlamentarias o gubernamentales viendo a escondidas pornografía en tablets o móviles, en vez de atender a sus responsabilidades. Pescados in fraganti por algún fotógrafo o correligionario que los filmó en esos menesteres, estas imágenes en movimiento las entresacó el artista de Youtube. Voyeur, junto a otras piezas de Curar la Historia, establecen la relación envenenada pero cardinal entre política e historia y le otorgan actualidad a la exposición. No menos importante desde el punto de vista de la relación política e historia es el cuadro El pueblo, de Quintana y Rottenberg, que alude a la tan estudiada pasividad y mansedumbre de las masas populares dentro de algunos sistemas políticos. Se trata de ese rebaño sin rostro en el que el sujeto colectivo sustituye cualquier tentativa de realización de las individualidades y que Antonia Eiriz reflejó tan certeramente en algunos de sus más importantes lienzos de los sesenta; cuestión también analizada a fondo en los textos de Elias Canetti y en frases implacables del gran poeta español Antonio Machado, críticos ambos del servilismo de esas masas alienadas, parecidas en su conducta a simples manadas de animales domésticos.
Otras piezas como Crazy World, La última, Acerca de las bajas pasiones y Tierra fantasma, esta última de Esterio Segura, continúan apuntando a una visión plural de “lo histórico”, donde el sarcasmo y el buen sentido del humor (a veces tan escaso en el arte cubano actual), dan los necesarios toques de sal a la muestra.
Como dijo una vez el filósofo Enrique José Varona, la historia le interesa a la mayoría de las personas, a lo que se podría agregar a modo de complemento una sentencia perogrullesca: la historia es el hombre. Y si es así, me refiero a ambas ideas, pues a no dudar Curar la Historia, curada por Cristina Erofeeva, es una exposición de mucho interés público, llena de guiños cultos por doquier y que nos confirma un grupo de certidumbres sobre la importancia de la representación visual de los acontecimientos.
En un amplio texto de fundamentación de la muestra, Cristina dice:
“El arte necesariamente más allá de la historia. Si la historia es ese mero conjunto de condiciones para que un acontecimiento sea susceptible de producirse, la obra de arte está del lado del acontecimiento. No es una reinterpretación, una reconstrucción o una deconstrucción, como suele decirse, aunque tenga que andar esos arduos caminos de la semántica y la semiótica para finalmente hablar su propia lengua; ser índice de su tiempo y de los tiempos venideros. El arte no coincide con la historia, está en el borde, en la extremidad, en el desfasaje y desajuste de los tiempos, es pura disyunción”.
Como ya expresé antes, un ángel jiribilloso y duchampiano sobrevuela la muestra de principio a fin. Se trata de una curaduría audaz, lúdica, a ratos cáustica y desenfadada, que nos revela como la pesadez retórica de la historiografía escrita y tradicional puede ser metabolizada y sometida a crítica por la producción simbólica del arte en su lenguaje muy particular. Viéndola, se puede parafrasear al Martí historiador y decir: hay pues que recrear simbólicamente la historia para generar de ella un conocimiento otro en lo que pudo ser y tuvo que ser (1).
Si la historia, apostillo, más que memoria, es la crítica de esa memoria, esta exposición seguramente hará pensar a más de uno de sus degustadores, mientras hace las delicias de otros. No se la pierdan.
NOTA:
(1) José Martí, Obras Completas, tomo 22, página 97, Centros de Estudios Martianos.
Publicado: 2 de noviembre de 2017.
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