“La Historia me Absolverá”. Programa inicial de la Revolución


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El Grito del Moncada, nuevo símbolo de la vocación de libertad del pueblo, no solo fue la primera respuesta heroica ante el régimen despótico del 10 de marzo de 1952, sino la clarinada que anunció el inicio de la etapa de culminación del ya entonces casi centenario proceso revolucionario cubano.

Pero a pesar del fuerte impacto que los asaltos a los dos cuarteles produjo en una gran zona radicalizada de nuestro pueblo, lo cierto es que las masas no conocieron en aquel instante ni en los meses posteriores lo que ciertamente había ocurrido en Oriente, ni los propósitos reales de quienes participaron en las acciones que conmovieron el país en julio de 1953.

El esquema mínimo de sus objetivos, la proclama “A la Nación” redactada por Raúl Gómez García, no fue conocido entonces. Mas, sobreviviente Fidel Castro, gestor y rector de aquella vanguardia insurgente, transformó en tribuna el banquillo de los acusados, denunció la bancarrota de la república neocolonizada, los inauditos crímenes de la segunda dictadura batistiana, y pudo proclamar para la posteridad el programa político inicial de la Revolución Cubana. 

Ese programa está contenido en su autodefensa del 16 de octubre de 1953 que trascendería como “La historia me absolverá”. Pero este documento, que con el decurso del tiempo se transformaría en una de las más universalizadas piezas de la oratoria forense contemporánea, quedó apresada en el reducido espacio de una salita de hospital ante una treintena de oyentes, muchos de ellos soldados enemigos. El aparato opresor del Estado en quiebra imponía así una doble condena: de prisión para el defensor del derecho del pueblo a la rebelión frente a la tiranía, y de silencio para el programa que fijaba rumbo a la posibilidad de la revolución.

De la misma manera que Fidel Castro no veía el asalto al Moncada como un fin, sino como un medio que se erigiría en método (oposición de la violencia revolucionaria a la violencia reaccionaria; una primera acción destinada a desencadenar la insurrección armada popular) vio la necesidad de que el pueblo conociera el significado y los objetivos a corto y mediano plazo del proceso que así se desarrollaría.

El asalto al Moncada había sido el primer combate político-militar de su proyecto. “La historia me absolverá” iba a ser el fundamento programático de la batalla ideológica que, paralelamente, debía librarse para atraer la acción de pueblo en el futuro, esencia medular de su estrategia.

Teóricos de superficie han esgrimido y continúan enunciando la tesis de la "revolución traicionada", en atención a lo ocurrido después del primero de enero de 1959. Según ellos, la radicalización de la Revolución Cubana hacia el socialismo no estaba en sus presupuestos iniciales, y este supuesto nuevo rumbo estuvo condicionado por la actitud inmediatamente hostil y la sucia guerra no declarada contra Cuba de los gobernantes norteamericanos.

Quienes así piensan desconocen que el proyecto revolucionario de Fidel estuvo largamente sedimentado. Es anterior al 26 de julio de 1953. Anterior, incluso, al golpe del 10 de marzo de 1952. Comenzó a conformarse desde su época universitaria, años 1946-1949. Fue perfeccionándose en los tiempos de su activismo en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos); preveía la ruptura de la institucionali­dad burguesa tras la liquidación del aparato militar represivo en que aquel se sustentaba, y su sustitución por una nueva organización del Estado en que imperara realmente la soberanía nacional, la justicia social, la democracia popular y la verdadera libertad. Esto ha sido objeto de amplias investigaciones. (1)

El 10 de marzo de 1952 fracturó el corrupto reformismo burgués en el país, y permitió a Fidel madurar su proyecto de cambios sociales y aplicar en forma acelerada el método adecuado para la toma del poder, la insurrección armada popular. Por su parte, las amenazas, primero, seguidas por las agresiones publicistas, diplomáticas, políticas, económicas y militares de los gobiernos estadounidenses de Eisenhower y Kennedy, coadyuvaban a precipitar la adopción de la solución socialista en Cuba. Sin embargo, la confluencia de ambos conjuntos de factores no implica en absoluto cambio sustancial alguno en el proyecto revolucionario de Fidel.  Este contemplaba en el plano táctico, el método de la insurrección armada popular y, en lo estratégico, el objetivo del socialismo. El primero, para el derrocamiento del despotismo; y el segundo, como alternativa para la transición del proceso insurreccional hacia el revolucionario, una vez obtenido el poder.

Tales derroteros estuvieron contenidos en “La historia me absolverá”, unas veces de manera concreta y, en otras, indirecta aunque implícitamente, como corresponde a un propósito realista, uno de cuyos principales valores estriba en evitar obstáculos para lograr sus objetivos.

El análisis de sus propuestas podría conducir a catalogarlo dentro de lo que se ha dado en llamar democrático-revolucionario; o sea, lo más avanzado que pueda concebirse como antesala al marxismo-leninismo. Sin embargo, aunque en lo general, en su propia letra, en su apariencia, ese programa no era socialista, en lo particular solamente pudo haber sido concebido por alguien que poseía una clara concepción materialista dialéctica de la sociedad. En esto radica su carácter científico.

Ahora bien, aún su aplicación consecuente, en su ámbito y en su momento histórico, forzaría inevitablemente la adopción real del socialismo. De otra manera, sus propuestas jamás hubiesen podido ser puestas en práctica. En esta necesidad en el plano de lo estratégico se expresa su contenido socialista.

Es conveniente aclarar por su valor ético, sin embargo, que ese objetivo estratégico había sido asumido conscientemente por la vanguardia emergente del Moncada. Aunque solo sea por cubrir el expediente de un esclarecimiento en la esfera de lo histórico-ideológico, cito este fragmento: "...para que la ordenación orgánica de Cuba en Nación alcance estabilidad, precisa que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo.  Mientras, Cuba estará abierta a la voracidad del imperialismo financiero". (2)

Este nítido enunciado no se promulgó en la primavera de 1961, cuando los gloriosos días de Playa Girón; antecede a la alborada del primero de enero de 1959; al anunciador diciembre del Granma; a la vital fase de la prisión fecunda; al Grito del Moncada. Pertenece al programa de la Joven Cuba. Fue redactado en 1935, cuando Fidel Castro contaba 9 años de edad. Dieciocho años más tarde, tres días antes del 26 de julio de 1953, fue asumido como propio por la Juventud del Centenario en su manifiesto “A la Nación” donde afirma: "La Revolución declara que reconoce y se orienta en los ideales de Martí, contenidos en sus discursos, en las Bases del Partido Revolucionario Cubano y en el Manifiesto de Montecristi; y hace suyos los programas revolucionarios de la Joven Cuba, ABC Radical y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos)". (3)

Así pues, si todos, absolutamente todos los asaltantes al Moncada hubieran caído el 26 de julio de 1953, todos, absolutamente todos, habrían caído ya desde aquel primer día enarbolando las banderas del socialismo.

En “La historia me absolverá” no se repite ese enunciado. Teóricamente, la proclama “A la Nación”, o “Manifiesto del Moncada”, es mucho más radical y, por tanto, menos táctico que “La historia me absolverá”.

La extrema radicalidad de “A la Nación” se expresa en especial en la adopción pública del programa de la Joven Cuba, con toda su carga literal, expresa, anticapitalista y antimperialista, que no dejan lugar a duda respecto a los enemigos de la independencia y el desarrollo del pueblo cubano. A ese programa, al que se ha hecho referencia para determinar transitivamente el objetivo socialista de la Revolución en sus orígenes, pertenecen también estos postulados:

—Se suscribe como esencial al credo antimperialista, a cuya luz se desenvolverá una política exterior e interior genuinamente cubana. Y puesto que la libertad de Cuba debe significar la independencia integral de su economía, la estructura nacional vendrá determinada por las fuerzas de producción, en cuyas manos se concentre la soberanía de manera que el poder político sea reflejo fiel del poder económico.

—Denuncia de todo tratado o convenio interno que perjudique a la nación.

—Repudio de toda deuda exterior ilegítima, y moratoria integral para la amortización del principal e interés de la que considera legítima. 

—Reorganización de las fuerzas militares y navales.

—Abolición de los monopolios, comenzando por los de artículos de primera necesidad.

—Reforma tributaria integral de tendencia social, haciendo que el peso del sistema impositivo recaiga sobre las clases acomodadas.

—Bajo el principio de que la propiedad no es un derecho absoluto, sino una función social, se imprimirá una orientación francamente nacional a la economía, y se aprovecharán todas las oportunidades que faciliten o permitan realizar la socialización de los medios de producción. (4)

A diferencia del programa de la Joven Cuba, elaborado con la vista puesta en las metas supremas de una revolución ya triunfante, el del Moncada —representado en “La historia me absolverá”— manifestaba los fines económicos y sociales menos ambiciosos de una revolución que para triunfar tenía que arribar primero al poder.

Más realista que Antonio Guiteras, en este sentido, Fidel Castro no consideraba imprescindible la divulgación del carácter radical de su proyecto revolucionario. De esa manera, evitó atraer prematuramente la oposición de las clases, sectores e intereses internos y externos, a los que por lo menos debía neutralizar antes de llegar al poder.

Es evidente que con posterioridad al Moncada Fidel considera innecesario proclamar como propios los objetivos estratégicos de la Joven Cuba. Pero no sólo eso. Al eliminar la enumeración de reconocimientos en la que se apoyaba el Movimiento, Fidel dejaba marginado de una pública ratificación, incluso, el programa del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos), en el que se enunciaban algunos propósitos como los siguientes:

—Resolver la dramática contradicción existente entre nuestra independencia política y nuestra dependencia económica, recuperando la tierra y reconquistando las riquezas de nuestro país para el cubano.

—Desenvolver una política económica que, desarrollando nuestra producción de acuerdo con las necesidades del consumo interno y las posibilidades del mercado internacional, emancipe a Cuba del imperialismo extranjero, asegurando para el pueblo cubano en la forma más estable posible, un nivel de vida civilizado y próspero.

—Proteger la industrialización del país, al objeto de incrementar las fuentes de riqueza en beneficio del pueblo. Amparar a la industria nacional, basada en materias primas naturales de Cuba.

—La tierra tiene que ser un instrumento social que cumpla la función suprema de producción que le es propia y no la de simple mercancía que ha venido desempeñando. El suelo de Cuba debe ser del cubano, que ha de intervenir en su explotación al amparo de leyes precisas que impidan ser desplazado de los beneficios de la tierra y de su subsuelo.

—Nacionalización de los servicios públicos que tienden al monopolio.

—Cubanización del comercio. (5)

Muy probablemente por considerar innecesarios esos pronunciamientos para una primera fase de su proyecto revolucionario, en la que el derrocamiento de la tiranía era el objetivo principal, es que Fidel no se refiere otra vez en todo detalle, como en el manifiesto “A la Nación”, a toda la base programática que daba sustento político al Movimiento, sino únicamente al ideario martiano del que estaba imbuido.

Aunque en “La historia me absolverá” Fidel menciona el manifiesto “A la Nación”, cuyo texto no había podido ser divulgado en el momento para el que fue concebido, de él solamente reproduce las primeras leyes que serían dictadas por la revolución triunfante.

Todo parece indicar que la magnitud política que el Grito del Moncada otorgó a Fidel acució aún más en él la conciencia de su destino histórico. De ahí que por encima de definiciones desfasadas, que en todo caso en aquel instante hubiesen estado dirigidas simplemente a satisfacer preocupaciones cultas de una insignificante minoría dentro de las filas revolucionarias, estaba la obra por realizar. Y qué dimensión la de esa obra: la liberación del pueblo.

Nada debía estorbarla.

El objetivo inmediato fundamental puesto a la orden del día en aquel momento (derrocamiento de la tiranía, toma del poder) forzaba la adopción de una táctica de amplia unidad y aglutinamiento de la mayor cantidad de fuerzas sociales que sirvieran a los fines de apresurar el vencimiento de esa primera etapa.

"No fue solo necesaria la acción más resuelta, sino también la astucia y la flexibilidad de los revolucionarios", ha explicado Fidel. "Se hicieron y se proclamaron en cada etapa los objetivos que estaban a la orden del día y para los cuales el movimiento revolucionario y el pueblo habían adquirido la suficiente madurez. La proclamación del socialismo en el período de lucha insurreccional no hubiese sido comprendida por el pueblo, y el imperialismo habría intervenido directamente con sus fuerzas militares en nuestra patria.  En aquel entonces el derrocamiento de la sangrienta tiranía y el programa del Moncada unían a todo el pueblo". (6)

El programa del Moncada, al unir a todo el pueblo (y por pueblo debe entenderse el pueblo definido por Fidel) se erigió, por esa misma razón, en el primer programa político factible de la Revolución Cubana.

Y, lógicamente, en tanto que programa de la Revolución Cubana, vista esta en su perspectiva interna e internacional, a la altura de la segunda mitad del siglo XX, desde el nivel de un país subdesarrollado, dependiente del imperialismo en su más elevada manifestación de poderío económico y militar y, por tanto, político, no podía concretarse exclusivamente ese programa al propósito de derrocar a la tiranía batistiana. Esta formaba parte de un complejo sistema en el que engranaba. El derrocamiento de la dictadura interna debía ejecutarse hábilmente, a contrapelo de intereses externos que desde Estados Unidos apoyaban al régimen imperante en Cuba. Había que calcular, de antemano, cuáles serían las posibles reacciones de esos intereses una vez que se vieran afectados.

Luego entonces, ya en la fase inicial de planeamiento de la lucha contra la tiranía, era forzoso prever el decurso que podrían asumir los acontecimientos y proponerse otros objetivos superiores: el logro de la plena soberanía nacional y la independencia económica. Si estas no se garantizaban, cuanto se hiciera en el plano nacional interno podría resultar liquidado desde afuera. Estos nuevos objetivos elevaban el proyecto revolucionario de Fidel al plano de la liberación nacional, la que ya en aquella época —en la situación específica de Cuba— era de considerar imposible de supervivencia con decoro fuera de los cauces del socialismo como sistema social.

Esto, que evidentemente era conocido por Fidel Castro cuando diseña su alegato de autodefensa, no podía ser dicho entonces. De haberlo hecho, muy probablemente ni siquiera hubiese podido completar la fase del derrocamiento de la tiranía, aspiración máxima, por cierto, en la que se detenía la burguesía denominada democrática, cuyos ideólogos serían los primeros en publicitar la tesis de "la revolución traicionada", después del primero de enero, cuando "su revolución" empezara a ser trascendida por una verdadera revolución.

"La gente estaba rebelada contra el sistema", aclararía Fidel algunos años después. "Lo que no sabía era que el sistema se llamaba capitalismo. Creían que el sistema era Batista, o Grau San Martín, o Prío. Mucha gente creía que la causa de todos los problemas era que había gobiernos ladrones, corrompidos, que se robaban los impuestos. No sabían que era el subdesarrollo, el capitalismo, el imperialismo, en una palabra el sistema económico, la causa de todo eso". (7)

Por eso Fidel, al redactar su programa revolucionario inicial, solamente se concretó a apelar a la conciencia de rebeldía contra los elementos aparenciales del sistema, sin calificarlo y, por tanto, sin verse obligado a divulgar la solución que preveía en el plano estratégico. La propia dinámica de desarrollo del proceso liberador llevaría al pueblo a la asimilación de las propuestas posteriores, superiores, contenidas implícitamente en su proyecto.

Enmarcado armónicamente en su medio, producto social del pueblo, transformado en intérprete y vocero de sus aspiraciones, Fidel habla en “La historia me absolverá” con el lenguaje del pueblo acerca de sus frustraciones y esperanzas, refleja con precisión sus necesidades y propone una primera línea de soluciones modestas que, no obstante, él sabe han de ser únicamente el punto de partida para el desencadenamiento del proceso revolucionario a un más alto nivel.

Es así como pueden ser vistas en todo su alcance revolucionador las cinco primeras leyes fundamentales que desde el poder se dictarían. Es cierto que algunas de ellas, o aspectos de esas leyes, no todos, podrían ser suscritos por el liberalismo burgués más o menos radicalizado de entonces. Mas, debe recordarse que después de la segunda década del siglo XX, aparte de limitados ensayos populistas que se manifestaron en esa época, todo intento por implantar algunas de ellas en América Latina tuvo su final en la desaparición de sus propugnadores de la escena política, a veces en forma violenta. Bajo el patrocinio excomulgador de Washington o por medio del empleo directo de su poderío militar no pocos experimentos fueron liquidados, antes de que el caso cubano —a partir de 1959— pusiera fin al carácter infalible del esquema estadounidense de dominación continental.

De tal manera, no es exagerado aseverar que la simple decisión de divulgar en 1953 esas limitadas aspiraciones establece el valor revolucionario de “La historia me absolverá”, y esto, por sí mismo y al mismo tiempo, le confiere potencialmente un legítimo rango de programa para la Revolución.

Pero hay más. La aplicación en su propia letra de esas leyes implicaba la obligatoriedad de ruptura revolucionaria de algunos de los elementos consustanciales del sistema capitalista. Esto es apreciable desde la primera de ellas, la que propone la restitución de la Constitución democrático-burguesa progresista de 1940, porque a esa Constitución manos radicales podrían extraer derivaciones revolucionarias. La proscripción del latifundio "adoptando medidas que tiendan a revertir la tierra al cubano", es una de ellas.

Y Fidel menciona otra en su alegato, cuando recuerda que la Constitución “(...) ordena categóricamente al Estado emplear todos los medios que estén a su alcance para proporcionar ocupación a todo el que carezca de ella y asegurar a cada trabajador manual o intelectual una existencia decorosa”. (8)

No hace falta ser marxista-leninista para saber que ningún Estado capitalista del llamado Tercer Mundo puede proponerse la plena ocupación del hombre sobre la base de sus propios recursos, en tanto que la permanente masa de desempleados constituye un pre requisito de la acumulación de capital y es imprescindible factor de presión para el abaratamiento de la fuerza de trabajo. Cabría agregar que los injustos créditos usurarios y el intercambio desigual, entre otras numerosas causas, mantienen al Estado en una tal situación descapitalizadora subdesarrollante, que le imposibilita adoptar esa y otras medidas de justicia social.

Tampoco es necesario ser marxista para saber que la proscripción del latifundio así como la implantación de la reforma agraria, a las que hacía mención Fidel en otra de las leyes, estaban dirigidas contra la inhumana explotación semifeudal y capitalista del trabajador del campo, y contra la creciente concentración burgués-terrateniente de la tierra en un número cada vez menor de más grandes propietarios, que en la situación de la Cuba prerrevolucionaria equivalía a la identidad de clases en iguales personas de una misma oligarquía. Acerca de estos temas también existen valiosas investigaciones.

Bastan estas someras ejemplificaciones para una generalización totalizadora: cada una de las cinco leyes fundamentales afectaba algún sector privilegiado de la oligarquía criolla y el imperialismo. ¿Y cuál programa político que no sea un programa verdaderamente revolucionario puede proponerse arremeter desde adentro del sistema contra el sistema mismo?

Ese carácter revolucionario de tal programa se sustantivaba en otras leyes y medidas que también se adoptarían, como la nacionalización de los trusts eléctrico y telefónico, usufructuados por consorcios transnacionales norteamericanos. Y aquí el enfrentamiento al imperialismo, que resultaría perjudicado por todas las demás leyes, se hace específico, nominal. ¿No bastaría este propósito expreso de independencia económica, y por ende de franco matiz liberador nacional, para hacer de este programa el programa político de la Revolución?

Debe mencionarse al paso —pues su demostración ha sido objeto de otro extenso ensayo (9)— que en la concepción del asalto al Moncada Fidel resume lo más valioso del acervo revolucionario cubano y asimila experiencias del movimiento revolucionario mundial, crea una organización de singular perfil en nuestra historia política, rompe los esquemas tradicionales que se le oponen y adopta un creador método para la lucha. Todos estos factores llevan a conceptuar su proyecto dentro de una rigurosa categorización revolucionaria, marxista-leninista, matizada por nuestras peculiaridades nacionales. En tanto “La historia me absolverá” es plataforma programática inicial de ese proyecto, su esencia y magnitud es idéntica al proceso del que forma parte y que, a través de ella, se expresa como programa para la Revolución.

En la medida en que igualmente constituye un riguroso modelo de análisis e interpretación de la sociedad cubana de su época desde la óptica del materialismo dialéctico e histórico, su basamento científico es, por esta sola razón, profundamente revolucionario. Pero, cabe agregar que para erigirse en programa efectivo de la Revolución Cubana debió plantearse, como lo hizo, la transformación de su sociedad.

Y llegó a más. Mostró a las masas populares el camino y la forma certera para luchar por esa transformación. Sirvió, además, para unir a los elementos más activos y radicales del pueblo, unión que aceleró la liberación de todo el pueblo.

Como instrumento concientizador de las masas e incentivo para la acción del pueblo, que lo llevará a culminar plenamente y por primera vez sus aspiraciones, “La historia me absolverá” equivale, en términos de objetivación política, al primer programa triunfante de la Revolución Cubana, concebida esta como un acontecer ininterrumpido desde mediados del siglo XIX.

Programa síntesis de programas en el dilatado proceso reafirmador de la identidad nacional, su triunfo significaría la transformación en realidad de los sueños de justicia social por los que pelearon y cayeron sucesivas generaciones de luchadores cubanos, desde que los clarines llamaron al combate en la madrugada precursora del 10 de octubre de 1868.

Es el programa germinador de José Martí, enriquecido en coherencia con nuevas necesidades objetivas surgidas entre derrotas y rebeldías durante seis décadas de frustrados anhelos seudorrepublicanos, hecho realidad por los pinos nuevos de un nuevo tiempo histórico.

 

 

 

NOTAS:

(1) Ver El Grito del Moncada. Editora Política, La Habana, 1986, pp. 359-385 y 451-484.

(2) Fragmento del “Programa de Joven Cuba”, redactado en 1935, tomado de Olga Cabrera: Antonio Guiteras. Su pensamiento revolucionario. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 183-198.

(3) “A la Nación”. Proclama conocida como el “Manifiesto del Moncada”, redactada por Raúl Gómez García según orientaciones de Fidel Castro, el 23 de julio de 1953. Texto tomado de copia mecanografiada del original en archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de la República de Cuba.

(4) Cabrera, op. cit.

(5) “Programa Doctrinal del Partido Ortodoxo”, presentado al Tribunal Superior Electoral el 31 de julio de 1947. Tomado de Doctrina del Partido Ortodoxo, independencia económica, libertad política, justicia social.  Folleto editado por los Grupos de Propaganda Doctrinal Ortodoxa, adscritos a la Comisión Técnica Asesora de Cultura del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos).  Imprenta P. Fernández y Cía., S. en C., La Habana, 1951.

(6) Fidel Castro: “Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba”, año 1975. Editora Política, La Habana, l982, p. 28

(7) “Fidel Castro: Algunos aspectos de la Revolución Cubana”. Entrevista concedida a Oleg Darushenkov el 6 de mayo de 1977, revista Kommunist, Moscú, Nº 15, 1978.

(8) Fidel Castro. “La Historia me Absolverá”, citada.

(9) Ver "La concepción del asalto al Moncada", en El Grito del Moncada, citado.


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