La incorporación de los puntos wifi (en lenguaje popular “güifi”), a muchos parques y avenidas importantes de la ciudad aporta un nuevo uso de tales espacios públicos, diríamos de carácter tecnológico. Resulta sorprendente que la visita y usos de estos lugares se haya incrementado tan fuertemente, en poco tiempo.
Hasta hace poco los parques habaneros eran frecuentados principalmente por niños y niñas pequeños, sus padres u otros familiares, vecinos jubilados y parejas de enamorados. Sin embargo, ahora se ven casi atiborrados, en determinadas horas del día, de jóvenes y menos jóvenes que intentan comunicarse con otras personas en el exterior, a través de sus aparatitos: tabletas, teléfonos celulares o laptops (computadoras personales portátiles o ambulatorias).
Este importante servicio tecnológico que acerca a amigos, familiares, posibles relaciones profesionales, amorosas…, cubre la necesidad de expandir el uso de las nuevas tecnologías de comunicación en nuestro país, en este momento. Se ha extendido rápidamente en La Habana, como ya dije, y ya se ofrece en otras capitales provinciales cubanas.
La extroversión natural del cubano y de la cubana igualmente se amplía. Transitando por el eje de la calle 23 en El Vedado se pueden escuchar, al vuelo, los más disímiles temas de conversación. Un saludo efusivo a parientes cercanos, un regaño al novio que demora en escribir o no regresa a casa, amén de solicitudes de ciertas necesidades personales. En fin, se percibe de todo, lo humano y divino que admite el ámbito oral, sin límites inhibitorios.
Otras personas teclean sus mensajes y, después, esperan pacientemente las respuestas; mientras tanto, sus miradas vagan, sin gastar mucha atención, a través del entorno que los rodea.
Estas sesiones a cielo abierto, de la misma manera ocupan gran parte del largo muro del Malecón habanero. Allí, donde concurren los pescadores eventuales, pasean los turistas, corren los amantes de la salud y del buen físico; allí, donde los niños y niñas nunca han dejado de correr, patinar y montar sus bicicletas.
Pero veamos que ahora mismo, otro elemento relativamente extraño se destaca junto al borde acuático del paisaje urbano de la capital, son los grandes cruceros de turismo internacional. Estacionados muy cerca de la Aduana las naves causan admiración, por su gran volumen y altura, e igualmente, por su resplandeciente albor.
Cientos de caras extranjeras, los “cruceristas”, asoman desde la borda y saludan con gestos alegres al transeúnte habanero. La inmensa bahía de La Habana va alcanzando, poco a poco, su destino turístico ¿Cómo será este novedoso paisaje en el corto plazo de una década?
El perfil de la ciudad tendrá que elevarse, debido a los edificios en altura, dedicados a la función hotelera, o a las numerosas viviendas que albergarán a un número cada vez más crecido de habitantes. Ello será consecuencia de, también, las cada vez más fértiles relaciones económicas de Cuba con innumerables países de todo el mundo; fruto de los mismos tratados que hoy día se firman.
Las áreas verdes que rodean las antiguas fortalezas coloniales se compactarán; pronto estarán rematadas con pequeños muelles y restaurantes para el turismo y la práctica sistemática de los deportes náuticos, incrementados por lógica natural, en una ciudad portuaria que mira hacia el Golfo de México, cuyas vecinas más cercanas comparten la misma vocación marinera.
Al sur de La Habana se reanima el ferrocarril; por su intermedio se acercan las pequeñas ciudades que desde antaño se mezclaron con la vida capitalina. Bejucal, Batabanó, Güines, San Antonio de los Baños, entre otras tantas, resurgirán con el potencial agrario que siempre las distinguió y los vínculos imprescriptibles que unen ambas costas.
Ya les contaré del turismo por las viejas rutas del tabaco, y de las más nuevas, por las instituciones de la ciencia que guarda La Habana.
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