El título de este artículo nombra a uno de los espacios públicos más connotados en el imaginario de varias generaciones de habaneras y habaneros, hasta la actualidad. Su centenario se cumplirá el próximo año 2016. Está ubicado justamente frente al Golfo de México, en la manzana que limita al frente con la calzada de San Lázaro, al fondo con el Malecón capitalino y por sus lados Este con la antigua calzada de Belascoaín y al oeste con la calle Marina.
Allí se encuentra la estatua ecuestre que simboliza la caída en combate del Mayor General Antonio Maceo Grajales (1845-1896).
Con este breve artículo me propongo llamar la atención sobre un sitio de gran valor histórico y cívico, pues, además de rendir homenaje al Titán de Bronce, a su valentía militar, a sus ideas revolucionarias, de tanta fuerza como la del brazo que portaba el machete redentor, también en ese parque se honra y rinde culto a su inquebrantable fe en la victoria cubana, a su alta moral combativa demostrada en el legendario acto de resistencia contra el Pacto del Zanjón que protagonizó con gallardía en los Mangos de Baraguá, el 15 de marzo de 1878. (1)
Mucho se ha escrito sobre Maceo y la recta ejecutoria de su vida. En años recientes fue fundada la Cátedra “Antonio Maceo Grajales” de la Universidad de La Habana, presidida por el doctor Eduardo Torres-Cuevas, quien también está al frente de otras prestigiosas instituciones como la Academia de Historia de Cuba y la Biblioteca Nacional José Martí.
Estudiar y aprender de la vida e ideas de Antonio Maceo es un deber de todos los cubanos y cubanas.
Maceo representa no solo al guerrero que entrega su juventud y su existencia toda a la lucha infatigable por la Independencia de Cuba; con la misma altura de su proceder individual, es significativa su apasionada pertenencia a una familia de campesinos-combatientes que sacrificaron sus vidas en las luchas cubanas por las causas anticolonialista, antiesclavista y antirracista para crear una nación libre y plenamente digna.
Encabeza esta familia Mariana Grajales, la “Madre de la Patria”, cuyo centenario celebramos en el año en curso, y su esposo Marcos Maceo, muerto en combate al inicio de la Guerra del 68 (1868-1878) o Guerra de los Diez Años.
Desde niña fui testigo y participante de las marchas escolares hasta el Parque Maceo que se realizaban anualmente por las escuelas primarias el 7 de diciembre para conmemorar la muerte del Titán. Igualmente, en la década del 50 fui testigo presencial de las protestas estudiantiles contra la tiranía asesina de Fulgencio Batista y Zaldívar que lo tuvieron como escenario.
Recuerdo aquel lugar como uno de los más hermosos de la ciudad; cercano al barrio de San Leopoldo donde vivía con mi familia. Nuestros paseos dominicales por el Malecón terminaban casi siempre allí, en el Parque. Mi padre ?practicante católico que dedicaba parte de su tiempo al estudio autodidacta de textos rosacruces—, nos mostraba con respeto y orgullo la estatua de Antonio Maceo.
Sin dudas, el conjunto fue (porque sufrió transformaciones en 1960) uno de los tesoros histórico artísticos de “La Habana Monumental”, de las décadas del cuarenta y cincuenta. El diseño del Parque era de concepción ecléctica, con un acento afrancesado propio de la etapa. Se debe al cubano Francisco Centurión; fue el proyecto que ganó el concurso convocado a tal fin.
La planta inicial del Parque era longitudinalmente paralela (Este-Oeste) al segundo tramo del Malecón (desde las antiguas calzadas de Belascoaín hasta la de Infanta), cuyo muro bajo delimitaba el paisaje de fondo marino, soberbio, una panorámica del mar abierto, a veces tierno y arrullador, otras de olas encrespadas y terroríficas. Ese es el “telón de fondo” que encuadra la imagen del jinete bravío y del caballo encabritado en un plano alto, sobre la planta peatonal, de frente a la ciudad en expansión. El edificio de la Casa de Beneficencia se encontraba del otro lado de la calzada de San Lázaro (hoy ocupa su lugar el Hospital Hermanos Amejeiras y su parqueo).
La estatua de Maceo, acompañada por otras figuras y bajos relieves esculpidos en bronce, fue diseñada y ejecutada por el notable artista italiano Domenico Boni y está fechada en 1916. (Véase: Martín y Rodríguez, 1998, p.181, ficha 02 121). (2)
La otra mitad de la planta, espacial y claramente separada de la parte conmemorativa y ceremonial ?conformada por la estatua y su grandioso pedestal de mármol, con las mentadas esculturas y bajorrelieves en bronce— estaba ocupada por una fuente y alguna vegetación que la circundaba, destinada para la vida social cotidiana de los vecinos de los barrios aledaños y los transeúntes. El espacio para patinar, jugar pelota, conversar, enamorar… que complementaba el muro y la ancha acera del Malecón.
Todavía antes de que se concluyera la obra y de su posterior inauguración, aparece en un boletín oficial del Municipio la autorización de la Alcaldía de La Habana, “dada en su sesión del 10 de septiembre de 1909 para que la Sociedad Fernández Ruiz y Co. instale cinco columnas anunciadoras lumínicas” en distintos paseos y parques, entre los cuales se menciona el Parque de Maceo. Pienso que por la afluencia de vehículos y público que se movían por aquel lugar, urbanísticamente privilegiado. (Véase: Boletín “Policía Urbana”, La Habana, 1922).
Hay una foto que ilustra el texto, en la p. 232 del citado boletín, y en el pie de foto se dice: “Parque de Maceo (en proyecto), donde existe la estatua del Mayor General Antonio Maceo y Grajales”. El Alcalde municipal de entonces era Julio de Cárdenas.
Historia, identidad, bellos e inolvidables recuerdos guardamos muchos habaneros citadinos del Parque, de su entorno, de sus transformaciones con posterioridad a 1960 (Remodelación: ca. 1960, Matilde Hidalgo; ibíd. cita de Martín y Rodríguez). Hoy día urge una atención especial para la conservación de este centenario sitio patrimonial monumental (no declarado aún como tal), que como nodo urbano ha sido estudiado y sobre él hay propuestas urbanísticas, artísticas y comunicacionales. (3)
Esperamos que este llamado sea escuchado y despierte la atención debida por parte de todas las autoridades encargadas del patrimonio nacional y cultural y que se realicen a la mayor brevedad las acciones necesarias y precisas en correspondencia con la jerarquía de este tesoro habanero.
NOTAS:
(1) Para ahondar en el juicio valorativo sobre la Protesta de Baraguá véase: Instituto de Historia de Cuba, Las Luchas por la Independencia nacional y las transformaciones estructurales (1808-1898), Editora Política, La Habana, 1996. “La Protesta de Baraguá”, pp. 145-149.
(2) Martín Zequeira, María E. y Rodríguez Fernández, Eduardo L.: La Habana Guía de Arquitectura Havana, Cuba, An Architectural Guide, Ciudad de La Habana [Alcaldía], Junta de Andalucía, Agencia Española de Cooperación Internacional, ICI, La Habana-Sevilla, 1998.
(3) El arquitecto Augusto Rivero Más, miembro de la Sección de Arquitectura UNEAC, en sus cursos sobre paisajes urbanos ha estudiado exitosamente, junto a sus alumnos y con el auspicio del Grupo de Desarrollo Integral de la Ciudad de La Habana y el Instituto de Planificación Física, este importante nodo habanero. De tales indagaciones se han derivado proyectos ?existe más de uno? para su conservación y protección.
Deje un comentario