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La fotografía como pincel. José Manuel Fors Premio Nacional de Artes Plásticas 2016


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José Manuel Fors, Premio Nacional de Artes Plásticas 2016

En la tarde del martes 10 de enero se le ha otorgado en el Museo Nacional de Bellas Artes, edificio de Arte Cubano, el máximo reconocimiento que se le confiere a un artista visual en Cuba, el Premio Nacional de Artes Plásticas correspondiente al 2016, a José Manuel Fors. 

Un jurado presidido por Pedro de Oraá (premio anterior), evaluó doce propuestas en las que intervinieron 27 instituciones, universidades y centros de investigación; y decidieron que este prestigioso galardón que confiere un diploma, estímulo en metálico y la posibilidad de una amplia exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes en el presente año, era para este creador cubano.

 José Manuel Fors fue integrante y fundador de un Nuevo Arte Cubano que cambiaría las artes visuales desde fines de la década del setenta del pasado siglo XX y se ha mantenido hasta inicios de la segunda década de esta centuria como un artista experimental e innovador.

 

 La primera de las exposiciones que anunciaron la ruptura con un arte anterior, de forma vanguardista se tituló Pintura fresca (1978) y tuvo lugar en su casa; José Manuel Fors fue también integrante de las exhibiciones Volumen Uno (1981), Sano y sabroso y Trece artistas jóvenes de esa fecha, muestras avanzadas entonces y que hoy se estudian en nuestras universidades y se refieren en los libros de arte tanto en Cuba como en el mundo como iniciadoras de novedosas y actualizadas búsquedas en el arte nacional. 

Su obra, que asume la instalación y la fotografía, implica a un abanico de referencias autobiográficas, familiares, poéticas, literarias, científicas, centradas en la memoria, el entorno natural y doméstico, sin contraposiciones ni denuncias, sino en un armónico equilibrio, matizado por la visión de un artista cual arqueólogo que descubre la poesía oculta en objetos cotidianos, en la tierra, las hojas de las plantas, los retratos familiares, las cartas y postales guardadas y olvidadas. Compone mosaicos, murales, fragmentos de un mundo que allá fuera se halla en total desorden o azar, y que, por obra y gracia de su fino sentido de composición y diseño, se ordena con un ritmo y coherencia internas que parecieran haberle siempre habitado. Es así como dota a sus obras de una belleza insoslayable. 

A la distancia, los cinco años que pasó en España a inicios del dos mil, no le parecen para nada muy influyentes en su trayectoria hasta hoy. Y es que Cuba era y continúa siendo una fuente singular para su labor: un contexto que le genera mucho al crear. 

En el Estudio de 7ma y 60, que comparte con dos mujeres artistas, conversamos alrededor de una hora de modo informal, y este diálogo fresco es el que hoy quiero compartir con los lectores de Cubarte. 

CPS: ¿Cuánto incide la formación familiar en esa mirada que parece a veces ser de un geólogo, de un físico que traslada el tiempo a un imaginario artístico? 

JMF: Mi abuelo fue un botánico, silvicultor, clasificó las maderas cubanas. Mi padre era microbiólogo, había estudiado agronomía, se dedicó a la microbiología. A él le gustaba la fotografía y tenía un laboratorio en nuestra casa. Hacía microfotografía. Preparaba entonces él mismo la química, esa que ahora viene en sobrecitos. Mi tía, hermana de mi padre, había estudiado en San Alejandro, fue alumna de Romañach y su esposo también. Hay otras influencias como la del pintor y fotógrafo Gory (Rogelio López Marín), un artista y amigo muy cercano para mí. Y las de las tendencias del land art y el arte conceptual, así como de la fotografía entonces que nos llegaba. 

Estudié en San Alejandro de 1972 a 1976. Mi primera exposición personal, donde exhibí las Acumulaciones, tenía que ver con la relación entre lo natural y lo artificial, para mí no había ningún conflicto entre ambos, podían convivir en la obra, tenía madera, plexiglás, aluminio; yerba y nylon de pesca cortados, grandes pacos de tierra. 

Ya había pasado la exposición Volumen Uno. El tema referente a la memoria comienza en mi trabajo. En 1985 había hecho una exposición en el Museo Nacional que se tituló De lo contemporáneo donde participamos José Bedia, Ricardo Rodríguez Brey, Gustavo Pérez Monzón y yo. La temática de esta era la relación entre el arte y la ciencia. Yo tomé la imagen de mi abuelo que fue silvicultor, botánico, científico. Usé su retrato, objetos personales, libros, documentos e hice una gran instalación. Aquella muestra no quedó suficientemente documentada.

 Luego continué con el tema de la memoria en 1985, por ejemplo, los Atados de memoria, los retratos ampliados de mi familia con algún objeto en el medio, mi padre, mi tío Alberto, la tía Berta, etc. Primero estos atados tenían la imagen encima, luego me pareció poco lógico el tamaño de la pieza, y comencé a hacerlos como un documento con formato carta. Objetos familiares que fotografío, y también hago como mosaicos con papel fotográfico. 

De las ampliaciones grandes pasé a los pequeños contactos fotográficos recortados en guillotina. 

CPS: Sabemos de la importancia de la ruptura en la plástica cubana con el advenimiento de ese grupo en el que participó desde fines de los setenta e inicios de los ochenta. ¿Qué implicaría para su obra posterior? 

JMF: Primero hicimos la exposición Pintura Fresca en mi casa. No sabría explicar cómo fue, lo teníamos dentro, interiormente. Manejábamos alguna información de lo que se hacía en el mundo, en el arte, quizá con retraso para nosotros. Surge el performance, las instalaciones, acercamientos al arte pop. La ruptura es en cuanto a cómo cambia el lenguaje y el modo de hacer. 

Yo estudié pintura, y dejé inmediatamente de pintar y comencé a hacer instalaciones; empecé a hacer fotografía. 

Cada uno tenía su propio interés, José Bedia con la antropología, Ricardo Rodríguez Brey con la historia natural y la figura de Humboldt, Gustavo Pérez Monzón con las relaciones matemáticas, por cierto, las que vimos recientemente en su exposición en el Museo de Bellas Artes. Y lo mío era la memoria familiar. 

CPS: La naturaleza es una temática persistente en el curso de su obra. Su enfoque no es nostálgico, tampoco de denuncia. ¿Cuál es el punto de vista con el que se siente más identificado? 

JMF: Es una convivencia con una documentación sobre eso. Imagínate que creces en un ambiente donde tu padre es agrónomo y tu abuelo un botánico que clasifica plantas y se rodea de científicos como Tomás Roig. Siendo un niño relativamente reservado, no era muy callejero, y sí leía mucho. Con diez años leí la Montaña Mágica, a Ernest Hemingway, todo lo que me caía en la mano.

Las personas que me rodeaban en mi casa estaban muy cercanas o a la naturaleza o a la ciencia. Tenía un tío que vivía en la otra cuadra que era médico, y otro era ingeniero eléctrico. Estaba rodeado de libros de botánica. Y eso se percibe en mi obra. Por ejemplo, en determinado momento realicé una serie muy vinculada a los árboles. 

Tengo cajas de retratos de mi abuelo cuando era joven, o sea la fotografía siempre estuvo muy presente en mi vida. Mi padre y yo heredamos esos documentos que aún conservo. El material que he usado para mi obra es ese. 

CPS: Así es, en mi casa sucede igual, suelo decir que vivo en un gran almacén donde tenemos muchos objetos guardados a través de cuatro generaciones… 

JMF: Así sucede en Cuba, guardamos las cosas… nada se bota. Por ejemplo, si se rompía un cuchillo, yo no lo tiraba a la basura, lo fotografiaba. 

CPS: Cuando veo su obra percibo que el enfoque es arqueológico… 

JMF: Exacto. Esa es la palabra. Es una arqueología contemporánea. El objeto común que está en la casa para mí tiene una estética y lo fotografío. 

CPS: La suya es una obra con mucho detalle, que parece ser trabajada en la intimidad… 

JMF: La realizo en la casa, sin música, trabajo en silencio. Tengo el televisor sin antena y guardado. Eso sí, recibo el periódico a diario. 

CPS: Entonces ¿se considera un artista fotógrafo o un artista que realiza instalaciones? 

JMF: No, eso es una confusión tremenda. Yo uso la fotografía como si fuera un pincel en una pintura. 

CPS: (Le comento a Fors que su reflexión me recuerda el título del libro del fotógrafo Fox Talbot, El lápiz de la naturaleza (1844-1846). En más de ciento setenta años la historia de la fotografía ha revolucionado hasta llegar a las nuevas tecnologías y al arte digital y, sin embargo, detrás de cada artista fotógrafo se halla siempre la sensibilidad y la visión que capta esa realidad, invención fotografiada o una realidad virtual solo posible en la pantalla. 

Mientras me habla de literatura, me parece que estas motivaciones son instintivas en él y que no es consciente de la relevancia que tiene el tema de la naturaleza en Hemingway y en las frases literarias que me ha citado, algunas de las que, por cierto, dan título a sus obras. 

Pienso en la diversidad de nuestro arte cubano, en los complejos discursos contemporáneos de las artes visuales, y también, en esa especie de sacerdocio que implica la producción de un buen hacer en la creación visual. De cierto modo, con Fors he tenido un diálogo sensitivo, en el que aflora su búsqueda por el conocimiento y la imaginación, y donde halla en un lugar destacado el más simple y cotidiano elemento natural o artificial que nos rodea en nuestras vidas. 

Su obra, atravesada por una sensibilidad capaz de reflejar el concepto de la memoria, el tiempo, la naturaleza y la intimidad doméstica y familiar con un lenguaje contemporáneo, deviene uno de los principales aportes del arte cubano del siglo XXI, algo que hace muy merecido el premio y sitio que la cultura plástica le ha otorgado a fines de 2016.


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