La fortuna de prender una vela a la aurora


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Hay ceremonias, exquisitas reverencias que, no por inmemoriales, han extraviado su carga de profunda emotividad y de acendrada devoción. Por ejemplo, antes de hablar de una artista de la envergadura de Miriam Ramos, tenemos que sentir como si nos inclináramos con rodilla en tierra y le besamos sutilmente, la diestra que ella nos ofrece. Tal es el requisito indispensable para acercarnos a quien durante el transcurrir del tiempo, ha tallado en el mármol de la canción contemporánea, uno de sus ángulos más riguroso. Al rango de divas como la brasileña Maria Bethania o la norteamericana Nina Simone, contemplar la obra de Miriam, es constatar la firmeza de una estructura conceptual que desborda los límites enmarcados por sus discos premiados, diplomas entregados y honores merecidos. Es mucho más. Se trata de la precisa concreción en un ser humano del misterioso entorno que conlleva el hecho de dedicarse al Arte, manipulada profesión a la cual acentos comerciales de moda, intentan tronchar el ritual de una magia que nos conmueve intensamente. Si Miriam Ramos se hubiera convertido en poeta o en pintora, el reconocimiento social por el impacto de su quehacer artístico, habría sido idéntico al que logra como intérprete por esa capacidad de encantamiento que le distingue.

Es el compromiso de por vida con una militancia estética donde lo concebido lento y concienzudamente, predomina sobre la celeridad inherente a lo pasajero que otros prefieren.

Solo así encontramos la explicación de una música profunda y sin artificios. Solo así comprendemos la sobriedad, el buen gusto y la ajustada afinidad con cada obra que aparece en sus discos. A personalidades de la canción cubana como Miriam, nos resulta francamente difícil de encasillar en algún género específico, pues a todos los avala como propios.

Armada con los códigos de un lenguaje hondamente nacional, la fuerza expresiva del cantar le viene por el calado de la sensibilidad que requiere semejante jerarquía musical. Al escucharla en su versión de Oh, vida, clásico popularizado por el gran Benny More, este incluso habría quedado gratamente sorprendido por las desbordantes ganas de vivir que Miriam nos entrega; mientras que logra agrupar la mayor finura de matices posibles en la singular interpretación del Te perdono de Noel Nicola. Sin embargo, jamás abandona el dulce timbre de esa acogedora y vibrante voz que nos envuelve, característica también presente en piezas de aliento épico como es el caso del Preludio de Silvio Rodríguez donde, no obstante, asume el tono requerido por la obra.

Obviamente, detrás de este temperamento cultivado para emocionarnos, pervive la inteligencia de una sólida profesional empeñada en preservar la pureza de un estilo con naturalidad, como del mismo modo que todos respiramos. El pueblo cubano conoce perfectamente de la trayectoria artística de Miriam, por lo que para nada este se muestra parco a la hora de encomiosos elogios. Sabe que ante los acordes iniciales de cualquier pieza que ella interprete, se impone la mayor atención devenida por un respeto ganado a puro talento y probado oficio.

Conozco de personas que, ante la llegada de cada aurora matinal, prenden una vela como señal de bienvenida al nuevo día que está por abrirse. En tal sentido, si cada uno de quienes queremos y admiramos a Miriam Ramos, prendiéramos esa misma vela, agradecidos por la fortuna de tenerla entre nosotros, estoy seguro que serían muchas más velas que las setenta que acaba de apagar y la felicidad compartida entonces sería, sinceramente infinita.

 


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