La derecha y la izquierda contra el Proyecto del Moncada


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La puerta que el golpe militar reaccionario del 10 de marzo de 1952 cerró un ciclo en Cuba, abría otro. A la violencia debía responderse con la violencia; a la violencia reaccionaria, con la violencia revolucionaria.

Lo que ciento cinco años antes Marx y Engels habían inscrito en el Manifiesto del Partido Comunista sobre la posibilidad de alcan­zar los objetivos revolucionarios solo “derrocando por la violencia todo el orden social existente”, lo repetiría un siglo después en Cuba la Juventud del Centenario, heredado lenguaje martiano, en su manifiesto del año 1953: “Ni puede triunfar en el ánimo y conciencia popular otra idea como no sea la desaparición total de este estado latente, de este caos infecto donde nos han sumido tanto los culpables del atenta­do madrugador a las instituciones nacionales, como los que han podido ver en calma el crimen”. (1)

De modo que no se trataba de un cambio de régimen tiránico por una democracia representativa en bancarrota moral. Se trataba de un cambio de sistema. Y esto únicamente podría lograrse mediante las armas.

El mismo Fidel definió muchos años después –con todas las previsiones que merece un testimonio tan tardío- los pasos que siguió para generar ese proceso revolucionario: “Comencé a organizar las primeras células de ac­tividad, esperando trabajar junto a aquellos líderes del partido que podían estar listos para cumplir el deber elemental de luchar contra Batista. Todo lo que yo quería era un rifle y órdenes para cumplir una misión donde fuera”. (2)

Pero la dirigencia del Partido Ortodoxo que en vida animara Eduardo Chibás devino incapaz de conducir al pueblo en medio de aquella crisis. Las gestiones de Fidel también se encaminaron a conseguir armas de los políticos que proclamaban su posición insurreccionalista y que constantemente introducían cargamentos bélicos en el país, aunque no desarrollaban acción alguna. Pero todo fue inútil.

La inconsistencia del plan de asalto al Campamento Militar de Columbia de Rafael García-Bárcena y su dependencia de la acción de militares en activo para que triunfara, llevó a Fidel a tomar distancia del mismo antes de que fracasara estrepitosamente.

Durante muchos meses Fidel se había dedicado a adiestrar militarmente a sus seguidores con el fin de sumarse con ellos a quien decidiera iniciar la lucha. Hasta que en vista de que nada sucedía, decide diseñar y poner en práctica un plan por su propia cuenta en abril de 1953. A partir de ese momento tendría que superar muchos obstáculos para llevarlo adelante. Entre los primeros, el temor paralizante que infundía a la mayor parte de la población el aparato represivo de la tiranía.

La idea, pues, tendría que abrirse paso rompiendo ese y muchos más esquemas.

La concepción de Fidel acerca de la necesidad de crear una organización militar popular como la que se prepararía para el inicio de la insurrección armada, negaba validez a un dogma político prevaleciente en Cuba. El que establecía que una revolución era posible con el ejército o sin el ejército, pero jamás contra el ejército, lo cual no era más que una paráfrasis criolla a una de las tesis de Benito Mussolini para el ascenso del fascismo al poder en Italia. (3)

La coincidencia clasista entre los intereses de la oposición tradicional y los de la tiranía los llevaba a no plantearse solución alguna en términos de una guerra revolucionaria, sino mediante fórmulas usuales de recambio de figuras en el aparato gubernamental. Para ellos era de capital im­portancia no atentar contra la estabilidad de las instituciones que servían de sostén a aquella ordenación económica, política y social que era su hábitat normal.

La derecha insurreccionalista solo concebía la violencia en for­ma castrense, limitada. Utilizaba el insurreccionalismo como una amenaza, como una forma de presión frente al régimen, y para mantener vigen­cia pública con vistas a un posible retorno al poder. Prefería la paz con esclavitud a la lucha por la libertad si esta implicaba una mínima posibilidad de revolución.

Como en sus planes no contaban los intereses del pueblo, mucho menos podían concebir una forma irregular de lucha, por métodos que no fueran la conspiración castrense o la acción de gru­pos armados de corte gansteril.  La sobera­nía de la nación y los derechos del pueblo no estaban en los presupuestos de la lucha simplemente antibatistiana, aunque muchos de sus hombres demostrarían verdaderos propósitos revolucio­narios. Para Prío y su gente la revolución equivalía solo a retornar al poder.

Por su posición clasista, claro está, no sería a esos políticos, sería a la nueva vanguardia revolucionaria en formación a la que corres­pondería asimilar que la primera condición de toda revolución, ver­daderamente popular, no consiste en efectuar cambios de figuras en el aparato burocrático y militar del Estado burgués, sino en des­truirlo y sustituirlo por un ejército del pueblo.

Era lógico que esa idea de la imposibilidad de luchar contra el ejército defensor de los intereses oligárquicos llegase a adquirir un carácter como absoluto para los políticos profe­sionales, si se recuerda que las ideas imperantes en una época son siempre las ideas propias de las clases dominantes, y que ellos for­maban parte de las clases que habían conformado un ejército de ese tipo para la defensa de sus intereses.

Desde otro punto de vista, la probabilidad de penetración de la cultura política burguesa en el proletariado, prevista por los clásicos del socialismo, también se daba en Cuba. De ahí que la simple determinación de oponerse a su influencia, mediante la ruptura de uno de sus apotegmas -y actuar en su contra- identificaba la esencia revolucionaria del núcleo dirigente del Movimiento y, entre otras razones, posibilitaría su ascenso hacia el liderazgo de las masas trabajadoras.

Hoy esa etapa de la historia fue vivida y parecería que todo resultó sencillo. Pero enarbolar en aquellos tiempos la tesis de la insurrección armada popular en Cuba exigió valor, coraje y audacia. Debe tenerse en cuenta que los verdaderamente dispuestos a iniciarla, de­sarrollarla y hacerla culminar carecían por completo de los recursos económicos y del material bélico para su puesta en marcha.

Esta audacia debió ser mucho mayor, si se recuerda que en esa época el concepto de la lucha de masas en nuestro país no abarcaba a la lucha insurreccional armada. Es más, se llegaba hasta a contraponerlas como conceptos opuestos, debido a lo cual suscitaba furibundas críticas del primer Partido Comunista Cubano, el Partido Socialista Popular.

En consecuencia, resulta consecuente con el criterio que sostenían entonces que se le oyera formular sentencias como esta: "Nosotros condenamos los métodos putschistas, propios de los bandos burgueses, de la acción de Santiago de Cuba y de Bayamo: un intento arriesgado de apoderarse de los dos cuarteles militares. El heroísmo desplegado por los participantes en esta acción es falso y estéril, pues está guiado por concepciones burguesas equivocadas. Pero aún condenamos más la represión que ha iniciado el gobierno, tomando la revuelta como pretexto […]

"Todo el país sabe quién organizó, inspiro y dirigió la acción contra los cuarteles, y sabe que los comunistas no tienen nada que ver. La línea del Partido Comunista y de las masas ha sido la de combatir la tiranía de Batista seriamente y desenmascarar a los putschistas y a los aventureros, que van contra los intereses del pueblo.

"El Partido Comunista formula la necesidad de crear un frente unido de las masas contra el gobierno, para conseguir una salida democrática para la situación cubana, la restauración de la Constitución de 1940, derechos civiles, elecciones generales, y el restablecimiento de un gobierno de Frente Democrático Nacional, con un programa de independencia nacional, paz, democracia y reforma agraria." (5)

Y al mes siguiente: "¿Cuál es el camino de Cuba, en esta hora que recuerda los días lúgubres de la represión machadista y de la que siguió a la huelga de marzo de 1935?

"El camino es el de la unión del pueblo, la unión de todos los partidarios de la libertad, pero no la unión para fomentar o apoyar aventuras o ?expediciones?, sino para reclamar lo que Cuba necesita; para ganar mediante la movilización de las masas el programa de la solución democrática de la crisis cubana.

"Esto ha venido preconizando ardorosamente, desde el propio día 10 de marzo de 1952, el Partido Socialista Popular, que es el Partido del pueblo y de los trabajadores cubanos.

"Hoy, el Gobierno, para justificar en el exterior las medidas antidemocráticas adoptadas y en el interior la persecución particular de los comunistas, acusa a nuestro Partido de haber tomado parte en la aventura de Oriente. Pero todo el mundo, incluso el Gobierno, está convencido de la falsedad de esa acusación. Todo el mundo sabe que el Partido Socialista Popular ha sido el más resuelto oponente de las aventuras, el que más empeño ha tomado en mostrar a las masas que ese es un camino falso." (5) 

En aquellos primeros tiempos solo una minoría estuvo consciente de que se estaba gestando la integración de una excepcional vanguar­dia, en aptitud de formular las soluciones creadoras. Para esta van­guardia surgente no existió contradicción alguna entre la concepción de la lucha de masas y la concepción de la insurrección armada.

¿Acaso el Partido Revolucionario Cubano de Martí, poderosa or­ganización de masas, no había sido al mismo tiempo la primera orga­nización política unitaria que se gestó para desarrollar una insurrec­ción armada en América en el siglo XIX?

Y si la guerra es la continuación de la política por otros medios, (6) ¿en qué medida la lucha de masas contra la tiranía, para no resultar enormemente más costosa y tal vez sí infructuosa, podía estar des­vinculada de la concepción del pueblo en armas?

La dirigencia de aquella vanguardia estaba imbuida del ideario martiano y, en especial, Fidel Castro, manejaba algunos concep­tos marxistas leninistas relacionados con la estructura del Estado y la lucha de clases en torno al control del poder, de manera que no solo tenía una concepción clara acerca de la armonía de ambas concepciones, sino que concibió la forma de aplicarla en la práctica.

Y algo más. Pues resultaría insuficiente buscar solo en el aspecto teórico e histórico el origen de la concepción del Moncada. Hoy es posible reconstruir un mosaico de situaciones prácticas que en varios años maduraron, confluyeron, se acumularon y perfeccionaron cri­terios, en un proceso catalizador de los factores más positivos.

Siguiendo esa escalada pueden apreciarse los atisbos iniciales de tal ascenso desde la época universitaria de Fidel. El primero, cuando intentó promover con otros jóvenes una revuelta insurreccional frente al Palacio Presidencial el 10 de octubre de 1947, en respuesta al asesinato de Carlos Martínez Junco, estudiante del Instituto número 1 de La Habana.

El mismo propósito lo alentó un mes después, cuando con un grupo de universitarios trajo desde Manzanillo la campana del ingenio Demajagua. La idea de utilizarla para hacerla sonar en un gran acto de repudio contra el gobierno de Ramón Grau San Martín se frustró al ser sustraída por gánsteres la reliquia histórica del Salón de los Mártires de la FEU. El robo devino escándalo mayúsculo que atrajo más aún la atención pública hacia el acto del 6 de noviembre de 1949, en el cual Fidel habló por primera vez por la radio a todo el país.

La siguiente oportunidad surge el 23 de enero de 1948. Desconocida entonces, ocurre en el cementerio Colón de La Habana durante el entierro del líder comunista de los obreros azucareros Jesús Menéndez Larrondo, y no tuvo seguidores: "Un joven alto, fornido, nos dice: '¿Qué te parece si me subo en un panteón y convoco al pueblo a marchar sobre palacio?' ¡Es Fidel Castro! […] Uno no sabe cuándo ve algo imperecedero. La vida se vive y luego se piensa." (7)

La experiencia de su participación en el alzamiento popular de Bogotá, Colombia, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaytán, cuando fue el único cubano que se unió al pueblo con un fusil en las manos dispuesto a entregar la vida. Fue allí, en aquel momento, en que aprehendió la necesidad de complementar la lucha de masas con la utilización de las armas para poder llevar adelante una insurrección. 

La participación en los actos y revueltas estudiantiles de 1952 y enero de 1953, así como la propaganda radial e impresa, legal o clandestina, después del 10 de marzo y antes del Moncada, poseerían un sentido distinto. No se trataría entonces de promover la lucha de masas con el propósito de generar una situación revolucionaria. Se trataría de aprovechar una situación revolucionaria en gestación para impulsarla, fortalecerla; elevar la conciencia sobre la necesidad de un determinado método de lucha y la disposición para combatir; transformar los sentimientos y el pensamiento en acción para desatar ya la revolución mediante la insurrección armada.

Justamente la apreciación certera de la dimensión de las condi­ciones subjetivas sería otro de los rasgos por el que iba a caracterizarse la nueva vanguardia naciente. Pero no por el simple hecho de conocer sus insuficiencias en esos instantes en que, por ejemplo, las masas carecían de una dirección adecuada ante la ineptitud o impo­tencia de los dirigentes políticos, sino por la adopción del método adecuado para superar esas debilidades y, a pesar de ellas, promover en el pueblo la actitud para la acción revolucionaria.

“Los clichés matan el espíritu de los revolucionarios, lo ador­mecen”, diría Fidel varios años después, al analizar la cuestión de las condiciones objetivas y subjetivas para el desarrollo de la Revolución cubana. Explicaba cómo todos estaban de acuerdo en considerar que las condiciones objetivas estaban dadas en Cuba, es decir, las condiciones sociales y materiales de las masas. (8)

Pero, al mismo tiempo, refería que en relación con las condiciones subjetivas: “[...] posiblemente aquí no pasaban de 20, al principio no pasaban de 10, las personas que creyeran en la posibilidad de una revolución. Es decir, que no existían esas llamadas condiciones subjetivas de con­ciencia en el pueblo”.

¿Qué hacer entonces? ¿Esperar que esas condiciones subjetivas estuvieran dadas para promover la revolución? ¿Es esa la actitud que define a una vanguardia revolucionaria?

No. Una vanguardia —aunque toda­vía en preparación para cumplir su función histórica— podía ser capaz de evaluar el estado anímico de las masas, sentir la fe suficiente en sus ideas, por románticas que pudieran parecer; poseer la confianza necesaria en la potencialidad revolucionaria de las masas; desplegar la sagacidad requerida para determinar el momento preciso en que cada paso resultaría conveniente; mantener en secreto los objetivos estratégicos fundamentales mientras se atemperaba lo táctico a las peculiaridades y a la cultura política media del pueblo; y, por último, identificar el instante exacto en que el pueblo podría hacer la revo­lución, aunque en lo subjetivo no toda la madurez imprescindible se hubiera alcanzado.

Fidel era un apasionado lector de obras sobre la historia y, en especial, de la historia de Cuba. No solo los textos martianos, sino todo aquello que fortalecía la asimilación de nuestro rico acer­vo revolucionario. Allí estaban los ejemplos de 1868 y 1895 como compendios de vehemencia y tenacidad para la superación de dificultades.

En los tiempos previos al Moncada se le vio repasar con frecuencia y recomendar la lectura de las Crónicas de la guerra del general José Miró Argenter y el Diario de campaña del generalísimo Máximo Gómez. El estudio de nuestra historia le sugirió algunas so­luciones a los problemas que debió enfrentar.

¿No había armas, no había recursos para adquirir armas? Sería necesario entonces quitárselas al enemigo. Así lo habían hecho una y mil veces las huestes mambisas en el siglo XIX. Así, práctica­mente se había desarrollado la invasión hacia el occidente del país en 1895 y la fabulosa campaña del general Antonio Maceo, cercado en Pinar del Río. Se las quitaremos al enemigo, respondía Máximo Gómez a Martí cuando este le informaba la confiscación, por par­te del gobierno estadounidense, de las tres embarcaciones repletas de armas con que se planeó reiniciar la guerra de independencia contra España.

¿No había armas, no había recursos para adquirir las armas? En los meses previos al Moncada gustaba decir Fidel: “Pero si hay lu­gares donde hay más de cincuenta M-1; hay lugares donde hay mil fusiles engrasados, guardaditos, no hay que comprarlos, no hay que traerlos, no hay que engrasarlos, no hay que hacer nada; lo único que hay que hacer es ocuparlos”. (9)

Es decir, las armas estaban en los cuarteles del enemigo.

De esta forma, no es de extrañar que ante los intentos fallidos de sumarse a otros proyectos, primero, y para obtener armas de orga­nizaciones y personalidades comprometidas a combatir la tiranía, después, y sin que en un año otra organización iniciara el combate contra tiranía, esta vanguardia incipiente terminara rompiendo toda supeditación a ellas y elaborara, detalle a detalle, un vas­to plan de insurrección popular, de lucha armada revolucionaria, a partir de la toma de uno de los principales bas­tiones militares de la tiranía.

Surgió así para la historia el proyecto del asalto al cuartel Moncada.

 

 

 

Notas:

(1) A la Nación, documento conocido como Manifiesto del Moncada, redactado por Raúl Gómez García el 23 de julio de 1953, según orientaciones que le impartió Fidel Castro, OAH: Facsímil mecanografiado.

(2) Fidel Castro en Lee Lockwood: Castros Cuba, Cubas Fidel, The Mac Millan Company, New York, 1967, p- 140.

(3) Benito Mussolini (1883-1945) organiza en 1919 los destacamentos fascistas de combate, con los cuales realiza en 1922 la marcha sobre Roma. Líder del Partido Fascista italiano, logra asumir el poder, impone un gobierno dictatorial, e incorpora su país a la Segunda Guerra Mundial como aliado de Alemania y Japón. Derrotado el Eje Berlín, Roma, Tokio, es apresado y ejecutado en el año 1945.

(4) Documento del Partido Socialista Popular publicado en dos partes por el órgano del Partido Comunista de los Estados Unidos de América, Dayly Worker, Nueva York, los días 5 y 10 de agosto de 1953.

(5) Carta Semanal, Boletín de Información y de Orientación, Número 4, 3 de septiembre de 1953.

(6) Axioma asimilado como propio por los clásicos del marxismo leninismo. Pertenece a Karl von Klausewitz (Prusia, 1780-1831), en su libro De la Guerra (Vom Kriege), obra erudita acerca de la filosofía y el arte militar influida por el método dialéctico de pensamiento.

(7) Mario Kuchilán Sol: Fabulario, retrato de una época, Ediciones Huracán, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1970.

(8) Las citas entrecomilladas de este y el siguiente párrafo fueron tomadas de Fidel Castro: El Partido Unido de la Revolución Socialista, Noveno Ciclo de la Universidad Popular 1º diciembre 1961, Ediciones Obra Revolucionaria No. 46, La Habana, 1961.

(9) Ibídem.


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