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La cultura del trabajo y su eje transversal


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Cualquier sociedad, aun con pocos recursos naturales, tiene que basarse en el trabajo para que la distribución de su riqueza mediante buenas políticas sea justa; de tal manera, los ciudadanos que más aporten serán mejor compensados que quienes trabajen menos, como manera natural de estimular esfuerzos y resultados. Si no existe una oligarquía nacional y el país se ha liberado de compromisos internacionales opresivos que lo hacen endeudarse, como es el caso de Cuba, por muy perfecto que sea su régimen socialista de distribución, si la producción material no está basada en la cultura del trabajo, no habrá nada que distribuir. ¿Cuáles son los factores esenciales que sustentan esta cultura? Intentaré identificar algunos y relacionarlos entre sí, para tratar de explicarnos la falta de desarrollo general que ha tenido esta categoría en los últimos años en el país, a pesar de que indicadores macroeconómicos recientes registran crecimientos mayores en índices de productividad; sospecho que estas cifras recaen sobre los hombros de algunos pocos trabajadores, y otros se han acomodado a un régimen improductivo o de bajo rendimiento. En sentido general, percibo que la cultura del trabajo ha retrocedido en la Isla, después de los efectos de la caída del campo socialista europeo, que provocó un desmontaje empresarial y un resquebrajamiento institucional que al recuperarse nunca vuelven a su estado anterior a la crisis, pues ninguna actualización de modelos puede trasladar mecánicamente los valores que se tuvieron en una época a otra, sin el peso de nuevos factores que inciden, y a veces determinan, entre ellos, la conducta de los individuos. Ningún tiempo se parece a otro, y para indagar por qué hemos perdido cultura del trabajo, es necesario identificar los grandes pilares que sostienen esa cultura.

La puntualidad es el primer aspecto. Resulta imprescindible estar a la hora señalada en el trabajo o en la escuela: en una fábrica que tiene una cadena productiva asociada a cada puesto de trabajo, en una oficina que brinda servicios públicos, en una institución cuya relación con otras decide su rendimiento, en un banco que mantiene una larga cola de jubilados en su puerta, en labores agrícolas con áreas diferentes de trabajadores asociados a esa misma tarea productiva, en un hospital con turnos de trabajo, en un laboratorio que realiza pruebas determinadas con tiempos establecidos, en un aeropuerto o en una terminal de ómnibus, en una universidad cuya jornada se estructura sobre la base de horarios de clase, en una primaria que recibe a niños cuyas madres y padres necesitan llegar a tiempo a sus respectivos trabajos, en un círculo infantil que acoge infantes y a párvulos de familias trabajadoras… Los ejemplos son infinitos; pero aun en el caso de que aparentemente la impuntualidad de alguien no perjudique ningún proceso productivo o de servicios, no pocas veces la afectación se registra de manera personal para quienes tienen que esperar, por ejemplo, para comenzar una reunión de trabajo; entonces, el uso grosero del tiempo de los demás constituye una falta de respeto, pues nadie tiene derecho a utilizar el tiempo del otro. El tiempo, una dimensión que en el trópico parece no ser mensurable, constituye el primer factor para tener en cuenta en la puntualidad; no es posible vivir ajeno a él porque constituye una magnitud física.

Conocemos muy bien las causas convertidas poco a poco en justificaciones: el consabido transporte ?al menos en La Habana, los colapsos cíclicos por falta de equipos, alternan con el caos organizativo? y el aumento sistemático de los problemas personales ?reales o ficticios, y excepcionales que se convierten en cotidianos, sin resolverse, a veces “por falta de tiempo”?, forman parte del binomio más común y general. La falta de exigencia se transforma en carencia de autoexigencia; comienza con la flexibilidad y se vuelve, con el transcurrir de los días y meses, en permisiva, y lo poco frecuente termina siendo habitual, y al final, generalizado y permanente, al punto de que a veces casi una hora después del comienzo oficial de la jornada de trabajo, se llega a un centro y no hay nadie. La indolencia ante esta situación es lo más preocupante, pues ya a casi ningún jefe se le ocurre discutir con un trabajador por qué llega tarde, qué soluciones o alternativas hay que valorar para resolver el problema, porque en ocasiones el propio jefe no considera que eso sea ya un problema. Es más, a veces los primeros en llegar tarde, aún con transporte financiado por el Estado, son los propios jefes. Todavía más lamentable es cuando los jefes de los jefes incurren en la misma impuntualidad al comenzar alguna actividad y no explican las causas de las demoras. Sencillamente, la impuntualidad ya no es una indisciplina; y cada vez con más frecuencia se da una cita “entre las nueve y las nueve y media”, “sobre las diez de la mañana”, “en la tarde”...; se trata de “la cultura del más o menos”, se hacen chistes sobre ella y hay quienes hasta argumentan que eso forma parte de “nuestra cultura”.

Relacionada con la impuntualidad vienen otras indisciplinas. En cualquier centro de trabajo o de estudio del mundo existen normas o reglamentos de obligatorio cumplimiento para los que aceptan firmar un contrato de trabajo con la entidad o matriculan un curso. Hay reglas en los países capitalistas y en los socialistas, lo mismo en Cuba que en Tasmania; no tiene que ver con un sistema político o lugar, sino con la manera de concebir la organización laboral o docente moderna de cualquier sociedad. La disciplina es un conjunto de instrucciones encaminadas a establecer un orden para el funcionamiento de cualquier proceso productivo, de servicios o de estudio; además de las disposiciones necesarias para la marcha de esos centros, la disciplina propone un instrumento de organización decisivo para cumplir con los objetivos para los que fueron creados. Cuando es innecesaria o molesta sin utilidades, puede discutirse hasta cambiarse, pero cualquier individuo al formar parte de un colectivo de trabajo o de estudio, necesita la disciplina para lograr propósitos comunes. Ocurre a veces que los más disciplinados en un colectivo de trabajo asumen funciones de los que no lo son; incluso, puede ser negociable por acuerdos mutuos, si las partes involucradas están de acuerdo y no se afecta la misión de la entidad; sin embargo, cuando se deja de producir, de ofrecer servicios porque la indisciplina ha afectado el funcionamiento de la colectividad, entonces hay que analizar no solo las normas sino los procedimientos con que se organiza la producción o el servicio.

Si lo establecido por prácticas mediante una jornada de 8, 6, 4, incluso hasta 2 horas, o regulada para 24 horas o más, según la naturaleza de trabajo que se realice, se altera o solo se hace con presencia física, pero sin eficiencia o sin eficacia, constituye también una violación de la disciplina laboral. En no pocas ocasiones he visto en Cuba y en el extranjero que alguien llega a su centro laboral, firma o marca tarjeta y se va a resolver un problema personal, y a veces es cierto que ese problema solo se puede solucionar en horario laboral. Hay quien es puntual y permanece inalterable la jornada completa en su puesto de trabajo, pero sin hacer absolutamente nada, o sin realizar las tareas fundamentales para lo que se concibió ese empleo. Ahora, con la digitalización de los procesos productivos y de servicios, no pocas empresas y centros de trabajo de todo el mundo han tenido que regular el uso de las computadoras en los puestos de trabajo, incluso el del teléfono, pues los directivos se han dado cuenta de la cantidad de tiempo perdido por sus empleados “gracias” a la introducción de estas ventajas tecnológicas. En ocasiones, las indisciplinas no se producen porque se violan reglas, sino porque no hay sincronía o cohesión en las actividades y no se han programado las tareas para que cada cual cumpla con lo pactado en el tiempo necesario. Volvemos entonces otra vez a la importancia de la magnitud tiempo para prever o proyectar cualquier tipo de acción laboral; en casi todas las indisciplinas está presente el recurso tiempo, una dimensión que se desconoce o se minimiza en la vida de los cubanos. Otras veces las indisciplinas se producen porque no hay una organización coherente en las estructuras para que en una unidad de tiempo se cumpla con lo programado. Quizás sea necesario pensar en nuevas estructuras, pero también sería imprescindible atender el otro punto: la planificación.

La planificación traza la ejecución de un proyecto según plazos lógicos; se distingue de la programación porque esta última es más precisa. En la cultura laboral de cualquiera parte de planeta resulta imprescindible planificar y programar con precisión, eso lo aprendió el capitalismo del socialismo después de la crisis de 1929. Entre nosotros muchas veces la incultura laboral hace creer que los proyectos crecen espontáneos, como la verdolaga o el marabú; la deficiente cultura del trabajo considera que una vez que se escribió y entregó el plan, él se ejecuta solo, aunque un trabajador con experiencia sabe que para realizar cada acción, aún cuando sea prevista y aprobada, se requiere de una constante regulación y chequeo de cada aspecto necesario. Es cierto que existen factores cubanos que contribuyen a dificultar cualquier planificación: la economía abierta, dependiente en alto grado de materias primas, insumos, tecnología o mercados del exterior, unida a las dificultades provocadas por el bloqueo norteamericano, constituyen un maridaje fatal para lograr que se cumpla lo planificado; entonces, hay que regular y chequear con mayor profesionalidad, prever y plantear alternativas, dejar márgenes lógicos a los imprevistos, con realismo y equilibrio. Para planificar hay que hacer un conteo regresivo en el tiempo, por lo que un planificador debe tener un reloj en su cabeza; el finalismo es el peor de los males y no deben felicitarse resultados exitosos si todo se resolvió a última hora por “obra y gracia del Espíritu Santo”. La suerte puede ser nuestra aliada, pero no siempre; de ahí que aparezca otro gran problema de la cultura del trabajo: la falta de sistematicidad.

“Como las cosas salieron bien una vez violando la planificación, entonces seguramente deben salir bien así siempre”: error. La tendencia tropical a no cumplir lo planificado constituye otra causa de incumplimientos, “porque una vez salió bien”. Hay quien piensa que Dios es cubano y siempre lo va a ayudar. Lo sistemático es lo que se ajusta a un sistema, que si está orientado por una planificación, exige hacer lo que corresponde en cada momento para que el funcionamiento sea normal. Puntualidad, disciplina, planificación y sistematicidad, cuyo eje transversal pide siempre contar con el tiempo, son algunos de los agentes fundamentales para garantizar la cultura del trabajo; pero si estas cuestiones básicas no se alimentan con los imprescindibles estímulos para que un trabajador responsable pueda vivir mejor que uno indolente, entonces hasta aquí hemos elaborado una teorización sin aplicación práctica. Esta formación solo da resultado si viene acompañada con las correspondientes “dignidades”, como dirían en la Edad Media, que son los atractivos vitales para tener no solo sostenibilidad, sino también prosperidad. La cultura del trabajo es indispensable para lograr bienestar personal, elemento primordial para lograr el social, pero es imprescindible concebir y aplicar los mecanismos para que quienes se beneficien de cualquier cambio que se haga en Cuba, sean los que más y mejor trabajen. No nos resignemos al fatalismo de Cantinflas: “Estamos como estamos porque somos como somos”.


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