Cuando semanas atrás vi a Maisel López hacer el boceto de una nueva obra de su serie Colosos, en el mismo muro de 19 y 70 donde poco antes estuvo la que un error humano sepultó en pintura, recordé a un resoluto Fuster describiendo el mural con que sustituiría al que el día anterior había derribado la furia del huracán Irma durante su embate a Jaimanitas, hace cuatro años.
Ambas son obras en espacios públicos y están inspiradas en el candor y la promesa que representa la niñez. Los dos son artistas a quienes las galerías constriñen el espíritu de sus obras y las ponen a vivir en la calle, con sus vecinos, alimentándole el alma al transeúnte con un regalo que se hace más valioso cuando se ofrece en medio de los estragos de una pandemia o de un ciclón.
Playa es un municipio privilegiado en ese sentido, también pensaba, rememorando la labor de Alexis Leyva Machado (Kcho) con su Museo Orgánico del Romerillo, el cual sirve ahora mismo como vacunatorio y desde el que han salido obras de eminentes figuras del arte contemporáneo para ser apreciadas en uno de los mercados del barrio y también para embellecer temporalmente las paredes de algunos hogares.
O el quehacer que por mucho tiempo ha desarrollado Agustín Villafaña desde la Comunidad Artística de la CasaYeti, con innumerables exposiciones y talleres dirigidos a los más variados intereses y grupos etarios del Consejo Popular Ampliación Almendares.
Sí, Playa es un municipio privilegiado. El país entero lo es, porque indudablemente faltan aquí muchos otros nombres, más o menos conocidos, en tantos otros lugares del archipiélago donde artistas visuales, actores, literatos y músicos insisten en despertar el talento ajeno, enriquecer la espiritualidad del otro y compartir la formación académica que de manera igual de generosa recibieron.
En Cuba los artistas salen del pueblo y muchos se reparten en él. A esa fusión puede que obedezca la fuerza de nuestro arte, de nuestra cultura; la misma que se impone ante cualquier contratiempo, como buena coraza.
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