Juan Ramón Jiménez en el 80 Aniversario de su llegada a La Habana


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La historia de la poesía cubana tiene diversos momentos trascendentales. Uno de ellos, y muy significativo, es la llegada a Cuba, hace ochenta años, del poeta e intelectual español Juan Ramón Jiménez, en plena madurez intelectual. Había nacido en Moguer, Andalucía y había salido de su tierra a raíz de la Guerra Civil Española.

Estuve presente en el Hotel Vedado, de nuestra capital, cuando hace algunos años, fue develada la tarja que dejaba guardado tan especial acontecimiento.  Cuando llegó a La Habana el poeta de Moguer, junto a su esposa Zenobia Camprubí, se alojó en esta emblemática instalación turística. Fue en 1936.  Don Fernando Ortiz, presidente de la Institución Hispanocubana, con su gran visión, lo había invitado a desarrollar algunas Conferencias. Las noticias que llegaban de la península, eran muy dramáticas. La situación económica y social, presentaba múltiples dificultades. A pesar de todo ello, Juan Ramón trajo a nuestra Isla, toda la fuerza de su intelectualidad y su solidaria compañía, muy apreciada por los escritores y artistas nacionales.

Permaneció en Cuba, poco más de dos años.

La juventud cubana de aquellos tiempos estaba de fiesta. Lezama Lima, fue uno de esos jóvenes ansiosos por conocer al gran escritor. Ese primer encuentro selló entre Juan Ramón y el autor de Paradiso, una amistad sólida y verdadera.

Una vez, Lezama escribió sobre la primera impresión que tuvo al conocer de la llegada a nuestro país, de este especial andaluz: “Yo vivía en una forma exacerbada la soledad de la adolescencia y no encontraba a nadie que me presentara a J.R. Jiménez. Pero un día, en los avisos que esta sociedad Lyceum publicaba en los periódicos, me encontré, con gran sorpresa que decía que J.R. Jiménez, recibiría a los poetas jóvenes y a cuantos quisieran conocerlo, después de las cinco.”

Muchas actividades culturales se realizaban en el Lyceum. Para mi profesor, Jorge Mañach, lo importante fue siempre la idea de la cultura que inspiró siempre a esta Institución y precisaba: “No era solo recibida pasivamente a través de libros, exposiciones, conciertos. Era, sobre todo, la cultura como ejercicio del espíritu, como discusión, comunicación, intercambio, proyección constante de la inteligencia y de la sensibilidad sobre el panorama de nuestro tiempo y de nuestro mundo erizado de cuestiones polémicas, cargado de problematicidad”.

Allí, precisamente en el Lyceum, radicaba uno de los lugares de reunión de Juan Ramón Jiménez. En aquel lugar fue donde surgió la iniciativa de realizar un Festival de Poesía que, por cierto, se efectuó en 1937, en el teatro Campoamor y también, se fraguó la idea de preparar el libro La poesía cubana en 1936, con prólogo y apéndice de Juan Ramón y palabras finales de José María Chacón y Calvo.

Cuba, solidaria como siempre, fue centro de variadas actividades a favor de la República Española y Juan Ramón, no dejó de participar en muchas de ellas.

Algunas de las revistas bien conocidas de La Habana, Carteles, Revista Cubana, Orto, entre otras, recibieron sus colaboraciones.

Juan Ramón, llegaba a Cuba, después de residir temporalmente en los Estados Unidos y Puerto Rico.

En su Diario de aquellos años expresaba: La poesía (las artes interiores y exteriores) son fruto de la paz.

Enfatizaba, yo no soy un político, soy un poeta, pero mis simpatías están con las personas que representan la cultura, el espíritu español, que son los que trajeron a España la República.”

Cuando conoció de la muerte de Pablo de la Torriente Brau expresó: Ningún hombre, ni uno solo, sea del lado y de la cara que fuese, y sea el que fuere su acuse del destino, se atreverá a dudar ni a sonreír públicamente ni íntimamente de la fe, la esperanza, la caridad, el noble heroísmo de otro hombre palpitantemente joven y poeta, que deja una hirviente paz y su patria viva para morir con el corazón en la mano por el mundo que sueña, en otra.

Esta vez, la otra Patria ha sido España, el héroe, un cubano: Pablo de la Torriente. Yo como español del Mundo que él soñaba, me inclino ante el ejemplo jeneroso de su muerte.

Como puede notar el lector, mantengo la especial ortografía que utilizaba el poeta andaluz.

Diez años después de la desaparición física del poeta, Lezama, aun conmovido, expresó lo siguiente: Oímos una voz, vimos un gesto, sentimos un misterio, conocimos de cerca a un gran poeta: Juan Ramón Jiménez se hizo amigo de todos nosotros. He dicho se hizo, con toda intención, pues fue entre nosotros donde su trato, su conversación, su transcurrir de todos los días se transparentó, nos hizo ver a todos una gran claridad, pues la cercanía de un gran poeta es del orden numinoso, nos acerca al milagro. Nuestra Generación, que no pudo oír la emigración del verbo, la encarnación del idioma de Martí, ni caminar por la Habana Vieja con Julián del Casal, podía ver en Juan Ramón Jiménez una dignidad irreprochable en una palabra que rezumaba una gran tradición penetrando en el porvenir.

Como un dato de merecida recordación debemos señalar que la novela Paradiso, de Lezama, está cumpliendo este año el 50° Aniversario de su primera publicación y su autor, el 40° Aniversario de su fallecimiento.

Mantuvo Lezama, toda la vida, relaciones epistolares con Juan Ramón y con su mujer Zenobia Comprubí y Aymar.

Zenobia, era catalana. Cuando llegó a Cuba, acompañando a Don Ramón, se cuenta que aprovechó la oportunidad para recorrer la Isla.

Era una personalidad muy especial, digna esposa del poeta amigo; escritora, traductora y lingüista, hija de un ingeniero español y de madre de ascendencia inglesa, familia radicada en los Estados Unidos. Cuando regresó a España, Zenobia parecía una americanita, se comentaba.

Estudió en los Estados Unidos. Desde niña escribía cuentos en castellano y en inglés. Se relacionó con el movimiento feminista en los Estados Unidos, creó una escuela para niños de aldea, escribió para revistas, y era una aficionada a la poesía popular española.

Sin dudas, fue una mujer vinculada al movimiento feminista de su época.

Conoció a Don Ramón en 1913, en España y se casaron en 1916. Hace 100 años.

Fue una excelente colaboradora de los proyectos literarios de Don Juan Ramón y su asistente personal.

Un gran aporte de ella a la cultura universal, fue el haber entregado, los primeros textos traducidos al español, del poeta hindú Rabindranath Tagore. 

Por muchas cosas debemos recordarla, pero especialmente, por arribar en este 2016, al 60 Aniversario de su fallecimiento, en Puerto Rico, en 1956, a los 69 años de edad, tres días después, de que Juan Ramón, recibiera el Premio Nobel de Literatura.

Dos años más tarde, en 1958, moría Don Juan Ramón, a los 77 años.

Cintio decía, que con su sombra nos bastaba, Alberti lo recordaba cuando los dos hablaban con vehemencia del mar, y Federico, se refería al blanco infinito, donde el andaluz dejaba su fantasía.

Hace ochenta años nos visitó, nos dejó el poder de su creación, su voz de una lírica diferente en sus nostálgicos sueños.

Nos visitó con la mano sabia y el corazón abierto.

Llegó con un mensaje de pureza y conocimiento, que impregnó un notable impulso literario en nuestro país.

Siempre agradeceremos su sereno y útil magisterio.

Juan Ramón, veía en la poesía, la corriente infinita de la vida y en el poeta, el inagotable dios, ese mismo que lo representa, que lo ha situado sereno y sensitivo en el horizonte de su propia eternidad, y en el caudal insuperable de sus versos:

Y él es el dios absorto, en un principio

completo y sin haber hablado nada;

El embriagado dios del suceder,

Inagotable en su nombrar preciso;

El dios unánime en el fin.                                                   

 


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