Hace una década, la cultura cubana y el arte del ballet perdieron a una de las mayores figuras de la danza en Cuba, Josefina Méndez, una de las “Cuatro Joyas del Ballet Cubano”, tal como la nombrara el crítico inglés Arnold Haskell, junto a Loipa Araújo, Aurora Bosch y Mirta Plá.
Yuyi, como la conocían sus más queridos amigos y cercanos admiradores, nació en La Habana, el 8 de marzo de 1941. Comenzó a tomar sus primeras lecciones de ballet en la Escuela de la Sociedad Pro-Arte Musical y los continuó en la Academia de Ballet “Alicia Alonso”, bajo la dirección de Alicia Alonso y Fernando Alonso, León Fokine y José Parés, entre otros destacados profesores, quienes fueron descubriendo en ella un inmenso mundo interior que la inclinaba a lo romántico.
Bailarina de amplio diapasón, fue además una consumada estilista. Su presencia escénica irradió siempre un aire de autoridad, una especial sofisticación que le otorgaba elegancia, fuerza y originalidad a todas sus interpretaciones. Su comportamiento escénico, siempre presidido por la sobriedad y el buen gusto, fue una lección constante del buen hacer teatral dentro de la danza.
Josefina Méndez fue una bailarina de personalidad singular en la que se mezclaron orgánicamente la técnica y su expresividad excepcional que siempre aportó a todos los roles que interpretó. Verla bailar era una contribución a los sentidos y al enriquecimiento individual del espectador.
Su baile descubrió al mundo una nueva y completa escuela de ballet, la cubana, cuando en el I y II Concurso Internacional de Ballet, en Varna, Bulgaria, celebrados en 1964 y 1965, obtuviera Medalla de Bronce y de Plata, respectivamente; cuando en Francia en 1970 recibiera junto al Ballet Nacional de Cuba el Grand Prix de la Ville de París, Francia y la Estrella de Oro; cuando fuera merecedora del Premio Internacional de Arte Sagitario de Oro, en Italia, en 1976, y cuando en Polonia se le otorgara, en 1981, la Medalla de Honor en el Festival de Ballet de Lodz.
Su elegante y majestuosa presencia escénica, su dominio de la gran tradición romántico-clásica, su desenvoltura en los roles modernos, así como su ovacionado balance, la convirtieron en fiel exponente de una segura técnica y la llevaron a ser artista invitada en diversas compañías del mundo, como el Ballet Arabesque de Sofía, Bulgaria, en 1969; los teatros de Ópera y Ballet de Odesa y Alma Atá, y de la Sala Rossía de Moscú, en 1971; del Ballet de la Ópera de París, Francia, en 1971 y 1973, de la Compañía Nacional de Danza de México, en 1976 y 1977; del Ballet Ateneo de Caracas, Venezuela; y del Ballet de Cali, Colombia, en 1994.
Josefina Méndez participó en las Galas Internacionales de Danza de Santander, España y Verona, Italia, en 1980; y en el Encuentro Caribeño de Ballet de Puerto Rico, en 1989.
Cuba, “mi Patria querida con su cielo y su mar inmenso y azules”, como ella la definía y añoraba en los tiempos de largas giras internacionales, supo reconocer el arte de esta cubana ejemplar.
En 1981, recibió la Distinción “Por la Cultura Nacional” del Ministerio de Cultura; la Distinción de “Raúl Gómez García” del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura, en 1982; la Medalla “Alejo Carpentier” del Consejo de Estado de la República de Cuba, en 1984; la Medalla “Fernando Ortiz” de la Academia de Ciencias, en 1988; la Giraldilla de La Habana de la Asamblea Nacional de Poder Popular, en 1998; la Orden “Félix Varela” del Consejo de Estado de la República de Cuba, en 1999; y el Premio Anual del Gran Teatro de La Habana, en 1992.
En el año 2000 Josefina Méndez recibió el Doctorado Honoris Causa en Arte Danzario, en el Instituto Superior de Arte de Cuba; y en el 2003 se le confirió el Premio Nacional de Danza, que otorga el Consejo Nacional de las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Su excelencia de prima ballerina la identificó con los personajes de Odette, Giselle, Madame Taglioni, Juana de Arco, Kitri, Tepsícore, Carolina, Penélope y Bernarda, y los roles solistas en obras coreográficas contemporáneas como Génesis, Plásmasis, El Güije, La nueva odisea y Espacio y movimiento.
Se aplaudió hasta el delirio su garbo en Majísimo, su dramatismo en ¡Viva Lorca!, su suave y ondulante cisne herido, la divertida Lissette de La fille mal gardée. Notables fueron sus personales interpretaciones en Dionaea, y en Tarde en la siesta.
El pueblo cubano que estuvo junto a ella durante toda su carrera, sin faltar a cada uno de sus éxitos, teniendo la certeza de que la gran bailarina llegó al lugar de donde jamás se desciende, adonde sólo llegan las estrellas.
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